APRENDER A CUIDAR DE LAS PERSONAS
POR MEDIO DEL EVANGELIO
Si realmente estamos creciendo y tenemos cierto crecimiento, debemos practicar al menos cuatro cosas. Primero, debemos cuidar de los incrédulos. No importa cuán espirituales seamos y qué logros espirituales hayamos alcanzado, incluso si tenemos mucha experiencia como el apóstol Pablo, aun así, debemos cuidar de las personas predicándoles el evangelio. El hermano Watchman Nee recopiló ciento cuarenta y siete nombres en sólo un año y medio. Él constantemente oraba por estos nombres. Todos debemos practicar esto. Tenemos que acudir al Señor y considerar todas las personas que frecuentamos —nuestros parientes, amigos, compañeros de estudio, colegas y otros— no sólo aquellas personas que conocemos y están en nuestra vecindad, sino también aquellas que viven lejos de nosotros. Si alguien vive lejos de nosotros, aun así debemos tomar la carga por tal persona. Necesitamos tener comunión con el Señor. Entonces, Él nos llevará a cuidar de ciertas personas. Esto es algo a largo plazo. No debemos tener la expectativa de que traeremos a las personas al Señor muy rápidamente. En lugar de ello, tenemos que orar por ellas diariamente. Esto requiere que tengamos una verdadera comunión con el Señor.
A fin de orar, nosotros mismos tenemos que ser disciplinados por el Señor. Si hay algún tipo de separación entre nosotros y el Señor, nos veremos estorbados, y no podremos orar con una conciencia pura ni tendremos la confianza, la seguridad ni la fe de que nuestras oraciones serán contestadas. Por lo tanto, necesitamos ser disciplinados. Si cuidamos seriamente a otros delante del Señor, continuamente seremos disciplinados por el Señor. Esto nos ayudará a crecer. Cuanto más dispuestos estemos a que el Señor nos depure, más creceremos, y cuanto más crezcamos, más abundancia de vida tendremos para compartir a otros.
Debemos poner en práctica el orar. No queremos dar la impresión de que somos legalistas o formales, pero en algunos lugares, los santos, y en especial los más jóvenes, tomaron la decisión de orar al menos por cinco personas. No quisiera hacer de esto una regla, pero nosotros tuvimos esta práctica cuando éramos jóvenes. Cuando yo era más joven, siempre llevaba algunos tratados en mi bolsillo. En ese entonces caminaba por treinta minutos a la oficina donde trabajaba. Mientras caminaba, siempre regalaba tratados a todos aquellos que encontraba en mi camino y, cuando tenía tiempo, conversaba con algunos de ellos.
Cuando el Señor recién empezó la obra en mi ciudad natal, yo estaba solo. Una noche un amigo vino para hablarme sobre cierto asunto. Antes de aquel tiempo, ambos habíamos sido miembros de la Iglesia China Independiente, donde él, por ser unos diez años mayor que yo, era uno de los ancianos. Puesto que era el mes de julio, la temporada más calurosa del año, yo le sugerí que fuéramos a la playa para tener comunión. Después de que nos sentamos en la arena, él me preguntó sobre varios asuntos, tales como el bautismo y la mesa del Señor. Después de dos o tres horas, le sugerí que regresáramos a casa, pero él quería que nos quedáramos más tiempo y me pidió que lo bautizara. Ése fue el comienzo de la obra en ese lugar. Yo lo bauticé a pesar de que era un simple laico, era un joven, no era pastor, predicador, anciano ni diácono. Los dos nos sentíamos en el cielo. Él me dijo: “Señor Lee, a partir de esta noche dejaré la Iglesia China Independiente. Oremos los dos juntos y leamos la Biblia”. Yo acepté esto.
El tercer día después de esto, le pregunté a uno de mis compañeros de oficina si se acordaba de dicho hermano. Como quiso saber por qué le preguntaba, le dije: “Tengo un secreto que contarle. Anteayer lo bauticé a él en el mar”. De inmediato me dijo: “Señor Lee, esta tarde después del trabajo usted tiene que bautizarme a mi también”. Este hombre había sido salvo por medio de mí. Le dije que mejor esperara un poco, porque había otro hombre que había sido salvo, quien a lo mejor también querría ser bautizado. Unos minutos después esa persona vino y le preguntamos. Él dijo: “Estoy dispuesto. ¡Vamos!”. Así que ese día dos personas más fueron bautizadas. Ya éramos cuatro. Ése era un día jueves, y al siguiente día del Señor, ya teníamos once personas. Éramos como los primeros discípulos, sólo once hermanos reuniéndose juntos para celebrar la mesa del Señor. Después de eso, el Señor nos envió más personas.
El principio que vemos aquí es que el Señor nos enviará personas si tenemos un verdadero testimonio de vida. Todos nosotros tenemos que aprender la lección de cuidar de otros. Tenemos que orar por ciertos nombres y hacer de esta clase de predicación parte de nuestra vida. Estamos viviendo por esto. Esto no es simplemente una obra ni una actividad nuestra, sino que es parte de nuestra vida. Puedo testificarles que es absolutamente cierto que si oramos por otros, tarde o temprano ellos serán salvos. Es algo que requiere tiempo. Aprendamos a llevar esta carga.
En los pasados veinticinco años, conocí un buen número de personas espirituales. Sin embargo, todas ellas se fueron a un extremo. Cuanto más espirituales eran, más descuidaban esta clase de predicación. Esto es completamente errado. Necesitamos guardar el equilibrio entre la predicación del evangelio y la espiritualidad. Cuanto más espirituales seamos, más debemos llevar la carga de predicar el evangelio. Esto es lo primero que debemos de poner en práctica.
(
Predicar el evangelio en el principio de la vida, capítulo 13, por Witness Lee)