PREDICAR EL EVANGELIO ES EL RESULTADO
DE LA VIDA INTERIOR, NO DE LOS MILAGROS
El camino apropiado que debe seguir la iglesia para predicar el evangelio es el camino de la vida y la edificación. Tenemos que permanecer en Cristo, vivir con Cristo y expresar a Cristo en nuestro vivir, y tenemos que ser edificados unos con otros en amor como una sola entidad. Entonces tendremos éxito en la predicación del evangelio. ¿Qué diríamos entonces de los milagros? Este mismo libro nos muestra la importancia que tienen los milagros en relación con la predicación del evangelio. El versículo 23 del capítulo 2 dice: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Su nombre, viendo las señales que hacía”. Tal parece que los milagros atraían muchos a Cristo. No obstante, los versículos 24 y 25 dicen: “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre”. El Señor Jesús no se fiaba de nadie que venía a causa de los milagros. No hay duda alguna de que los milagros atraían a las multitudes a Jesús, pero Jesús no se fiaba de ellos.
En el texto original de las Escrituras no existe la división en capítulos y versículos. Por consiguiente, el capítulo 3 es la continuación del capítulo 2. El capítulo 3 empieza diciendo: “Ahora bien, había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Éste vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (vs. 1-3). Lo que importa no es los milagros sino nacer de nuevo. El Señor Jesús no se fiaba de nadie que viniera como resultado de los milagros a menos que tal persona naciera de nuevo. En el capítulo 2 una multitud de personas, muy entusiasmada y convencida por los milagros, vino a Jesús, pero Jesús no se confiaba de ellos. Luego, entre los capítulos 2 y 3 nos encontramos con una frase muy crucial: Ahora bien. “Ahora bien” había un hombre que vino a Jesús para tener contacto personal con Él.
Incluso Nicodemo tenía una idea equivocada. Él vio las señales que Jesús había hecho, y pensó que Jesús debía ser alguien de renombre, un gran rabino. Sin embargo, el Señor Jesús le mostró el camino de la vida para darle a entender que él no necesitaba un maestro sino a Aquel que da vida, es decir, no alguien que hace milagros sino a Alguien que engendra a las personas. Es como si Jesús le hubiese dicho: “Lo que tú necesitas no es enseñanzas ni milagros, sino la vida interior. Tú necesitas nacer de nuevo”.
Debemos abandonar los conceptos equivocados que adquirimos en nuestra formación y también aquellos que provienen de nuestro entendimiento natural. La predicación del evangelio es una parte de la vida de iglesia. Somos miembros del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo en su totalidad es el vaso que contiene al Señor y lo expresa. El evangelio que es predicado por la iglesia, debe ser el resultado de la vida de iglesia que llevamos. Si todos vivimos por Cristo y con Cristo, espontáneamente seremos pámpanos de la gran vid, pámpanos vivientes y que desempeñan su función. Él es la vid, y nosotros, los miembros de Su Cuerpo, somos los pámpanos. Cuando permanecemos en Él y permitimos que Él permanezca en nosotros, el resultado espontáneo es que llevemos fruto. El fruto que se produce por medio de los pámpanos es el resultado de la vida interior, es la manifestación, la expresión, de la vida interior. Cuando permanecemos en la vid y permitimos que la vid permanezca en nosotros, la vida que está en la vid nos alimenta, nos satura y produce fruto por medio de nosotros. La acción externa de llevar fruto es la obra que realiza la vida interior. Es algo espontáneo de la vida, no algo relacionado con actividades ni con lo que supuestamente llaman poder y milagros. El fruto que producen los pámpanos no es algo milagroso, sino más bien, el resultado de la vida diaria que llevan los pámpanos. Los pámpanos simplemente permanecen en la vid y permiten que la vid permanezca en ellos. Ellos no tienen sentimientos especiales ni extraordinarios. Simplemente viven de esa manera. Entonces la vida que está en la vid se mueve y opera en ellos, los satura, los alimenta y produce fruto.
(
Predicar el evangelio en el principio de la vida, capítulo 11, por Witness Lee)