Predicar el evangelio en el principio de la vida, por Witness Lee

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CREER QUE EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU YA HA SIDO CUMPLIDO

Debido a que la iglesia ha estado sobre la tierra por más de diecinueve siglos, hay muchas lecciones que aprender y muchas enseñanzas útiles que debemos recibir de la historia de la iglesia. En siglos recientes muchos cristianos han prestado mucha atención al bautismo en el Espíritu Santo. Según los escritos de la historia de la iglesia y las experiencias que se relatan en ciertas biografías, hay dos corrientes de pensamiento en cuanto a este asunto. La primera de ellas está representada por la enseñanza de la Asamblea de los Hermanos, la cual surgió en los años de 1820. Este periodo de tiempo puede considerarse un hito en la historia de la iglesia, puesto que no fue sino hasta entonces que, por la misericordia del Señor, la iglesia recibió más claridad en cuanto a muchos asuntos, incluyendo el bautismo en el Espíritu Santo. Por el lado objetivo, la enseñanza de la Asamblea de los Hermanos que establece que el bautismo en el Espíritu Santo ya se cumplió, es correcta. En este sentido, el bautismo en el Espíritu Santo es semejante a la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión del Señor y Su descenso como Espíritu, los cuales son todos hechos consumados. No es necesario pedir que el Señor muera por nosotros nuevamente, porque Su muerte redentora ya se efectuó. Lo único que tenemos que hacer es percatarnos de este hecho y recibirlo. Asimismo, el Señor ya resucitó y ascendió, y diez días después descendió como el Espíritu el Día de Pentecostés. Por lo tanto, hoy en día Cristo está tanto en los cielos como en la tierra. De la misma manera, el bautismo en el Espíritu Santo ya se efectuó, se completó y fue perfeccionado. Por lo tanto, no tenemos que pedirle al Señor que lo haga nuevamente. Cada vez que lo necesitemos, simplemente debemos recibirlo.

Hablando con propiedad, el bautismo en el Espíritu Santo es el verdadero significado del hecho de que Cristo descendiera como el Espíritu. Antes de encarnarse, Dios era Dios y el hombre era el hombre. Aunque Dios y el hombre se habían comunicado muchas veces, no eran una sola entidad antes de la encarnación, pues Dios estaba fuera del hombre y el hombre estaba fuera de Dios. Fue en la encarnación que Cristo introdujo a Dios en el hombre (Jn. 1:1, 14; Col. 2:9). En aquel entonces había un hombre en el universo que era la mezcla de Dios con el hombre, y en la resurrección, Él introdujo al hombre en Dios (Jn. 14:3, 6, 20). Cristo, un hombre genuino, está ahora en Dios y en la gloria de Dios, es decir, en la expresión de Dios. Al ascender a los cielos, este Dios-hombre fue entronizado, coronado de gloria y honra, y establecido como Señor, Cristo y Cabeza por sobre todas las cosas (He. 2:9; Hch. 2:36; Ef. 1:22). Ahora Dios, el hombre, la entronización, la autoridad, el poder, la gloria y la honra todas están en esta persona maravillosa. Éste es Jesús nuestro Salvador, quien es Cristo el Señor en ascensión.

Diez días después de Su ascensión, Cristo descendió como el Espíritu para revestir a Su Cuerpo. El maravilloso Jesús, después de encarnarse, ser crucificado, resucitado y ascender al cielo, y después de llevar a cabo todo, descendió para cubrir a los discípulos, bautizándolos en el Cristo ascendido, el mismo que también descendió. De esta manera, el bautismo en el Espíritu Santo se cumplió el Día de Pentecostés (Hch. 2:1-4). Ese día, los creyentes judíos como miembros del Cuerpo de Cristo experimentaron el bautismo en el Espíritu Santo. Más tarde, en la casa de Cornelio, los creyentes gentiles como miembros del Cuerpo de Cristo fueron bautizados en el Espíritu Santo (10:24-48). Mediante estos dos pasos la Cabeza del Cuerpo bautizó a todos Sus creyentes, tanto judíos como gentiles, una vez y para siempre en Su único Cuerpo. Reconociendo este hecho, Pablo dice en 1 Corintios 12:13: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados”. Todos estamos de acuerdo en que fuimos redimidos por la muerte de Cristo y que nuestros pecados fueron perdonados. Creemos esto porque la Palabra nos lo dice (Ef. 1:7; Col. 1:14). De la misma manera, debemos creer que todos fuimos bautizados en un mismo Espíritu e introducidos en el Cuerpo de Cristo.

(Predicar el evangelio en el principio de la vida, capítulo 1, por Witness Lee)