Perfeccionamiento de los santos y la edificación de la casa de Dios, El, por Witness Lee

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LA PREPARACIÓN PARA LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO

Orar con autoridad

Ahora tendremos comunión en cuanto a algunos asuntos relacionados con la predicación del evangelio. Cuando predicamos el evangelio, lo primero que debemos hacer es orar. La predicación del evangelio es una guerra espiritual. Simplemente predicar doctrinas no puede lograr que una persona se convierta. La razón por la cual las personas no creen en el Señor es que están completamente engañadas por Satanás. Aunque los incrédulos vean los beneficios de creer en Jesús, ellos aún se opondrán al evangelio y rechazarán al Señor. El que se nieguen a creer en Él es el resultado de la actividad de Satanás dentro de ellos. Satanás engaña, ciega, usurpa y controla a los hombres. Es por ello que debemos orar. Debemos orar para tocar el trono de Dios en vez de simplemente orar pidiendo que el mensaje sea poderoso. Debemos orar para que sean sacudidas las puertas del Hades, es decir, para que sea sacudida la autoridad de Satanás.

Debemos doblar nuestras rodillas y orar para que el Señor sacuda el reino de Satanás y los corazones de los hombres. En vez de pedirle al Señor y suplicarle, nuestra oración debe liberar las almas de las personas. Esto es más que pedir. Nosotros pertenecemos a Cristo, quien es victorioso; por tanto, también somos victoriosos. El Señor Jesús dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:18-19). El Señor nos manda que vayamos y prediquemos el evangelio a todas las personas que componen las naciones a fin de que lleguen a ser discípulos del Señor. Por lo tanto, éste es un tiempo para ejercer autoridad, no para clamar y suplicar. Podemos ejercer la autoridad porque nos ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. Esta autoridad le fue dada al Señor, y ahora el Señor nos ha comisionado para que usemos esta autoridad para confrontar la autoridad de las tinieblas. Debemos orar de esta manera. Cada uno de nosotros debe orar de esta manera.

Ser limpiados

Cuando prediquemos el evangelio, también necesitaremos ser limpiados. Sin embargo, no podemos limpiarnos a nosotros mismos. Ser limpiados significa que debemos acudir al Señor y recibir Su resplandor, confesar nuestros pecados y pedirle que nos limpie. Si nuestra conciencia no está limpia y nuestro espíritu no es fresco, no podremos predicar el evangelio. A fin de predicar el evangelio, debemos acudir al Señor y consagrarnos a Él, de modo que Él pueda resplandecer sobre nosotros. Entonces podremos tomar medidas con respecto a nuestros pecados y vaciar todo nuestro ser para deshacernos de todo lo del mundo que está dentro y fuera de nosotros. Cualquier vínculo que tengamos con el mundo es un vínculo con Satanás, y si estamos en comunicación y colaboración con el enemigo, no podremos pelear contra él. Debemos cortar todo vínculo con el enemigo al tomar medidas con respecto a nuestros pecados y a todo lo del mundo que está dentro de nosotros. Entonces Satanás temerá cuando oremos.

De lo contrario, Satanás nos acusará delante de Dios cuando oremos. Cuando Josué, el sumo sacerdote, estaba de pie delante de Dios en Zacarías 3:1-4, Satanás también estaba allí. Satanás pareció decirle a Dios que Josué estaba vestido con vestiduras sucias. Dios, de parte de Josué, dijo: “¡Jehová te reprenda, Satanás! [...] ¿No es éste un tizón arrebatado del fuego?”. Dios entonces les pidió a los ángeles que quitaran a Josué las vestiduras asquerosas y lo vistieran con ropas majestuosas. Así, Josué podía estar de pie delante de Dios para confrontar al enemigo de Dios y dirigir al pueblo para que edificara el templo de Dios.

Si queremos predicar el evangelio de manera prevaleciente, no debemos recordar solamente las almas de las demás personas y descuidar nuestra propia alma. Esto no trata simplemente de tener un buen comportamiento ante los hombres, sino de confrontar la usurpación de Satanás en el interior del hombre. Nosotros predicamos el evangelio para hacer correr a Satanás echándolo del interior de los hombres. Predicar el evangelio equivale a echar fuera los demonios. A fin de echar fuera los demonios, no podemos tener ningún vínculo con ellos ni estar en colaboración con ellos. Ellos no deben tener ninguna base en nosotros. Por lo tanto, cuando oremos, debemos ser limpiados al permitir que el Señor nos ilumine, nos juzgue y nos limpie de nuestros pecados.

En la noche en que el Señor Jesús fue traicionado, Pedro públicamente negó al Señor con juramento y dijo: “¡No conozco al hombre!” (Mt. 26:71-72). Cincuenta días más tarde Pedro, en la misma ciudad de Jerusalén, pudo ponerse de pie y predicar a los judíos diciéndoles que ellos habían negado a Jesús (Hch. 3:13-14). La palabra negasteis en este pasaje es la misma usada con relación a Pedro cuando negó al Señor. Sin embargo, cincuenta días más tarde Pedro pudo decirles a los judíos que ellos habían negado al Señor. Si Pedro no hubiera recibido el perdón del Señor ni hubiera tenido una conciencia libre de ofensa, no podría haberles hablado a los judíos de esta manera. En vez de ello, probablemente habría dicho: “Yo negué al Señor hace cincuenta días. No puedo hacerlos responsables a ustedes por el mismo pecado”. Pedro no dijo esto porque había sido limpiado.

Anteriormente éramos pecadores, pero si todavía vivimos en nuestros pecados y no tomamos medidas con respecto a ellos, no podremos hablar. Más aún, cuando hablemos con otros acerca del evangelio, nuestra conciencia nos acusará de no estar calificados para predicar el evangelio si todavía tenemos vínculos con el mundo. En consecuencia, no tendremos el denuedo para hablar con firmeza. A fin de tener una buena conciencia y poder hablar con denuedo, debemos ser limpiados con la preciosa sangre del Señor. Cuando nuestra conciencia sea fortalecida y nuestro espíritu esté lleno, seremos vivientes y nuestras palabras serán frescas, aun si tan sólo decimos: “Jesús es nuestro Salvador” y: “Arrepiéntase y crea en Jesús”. Cuando las personas nos escuchen sentirán el poder del Espíritu Santo. Por consiguiente, si queremos predicar el evangelio, debemos permitir que el Señor trate con nosotros.

(Perfeccionamiento de los santos y la edificación de la casa de Dios, El, capítulo 13, por Witness Lee)