AJUSTAR CUENTAS DELANTE DEL SEÑOR
Mientras vivimos en la tierra, nosotros los creyentes deberíamos llevar fruto y salvar almas. Luego, cuando vayamos a encontrarnos con el Señor o cuando el Señor regrese, seremos capaces de ajustar cuentas con Él y sentirnos gloriosos. De otro modo, si en nuestra vida no guiamos ni a una sola persona a la salvación, estaremos llenos de vergüenza en aquel día y no tendremos una linda sensación.
En Mateo 25:14-30 el Señor Jesús habló una parábola acerca de tres esclavos. Uno recibió cinco talentos, otro recibió dos talentos y otro más recibió un solo talento. El que recibió los cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco. Asimismo, el que recibió dos, ganó otros dos. Pero el que recibió un solo talento sentía que era inútil. Él no sabía cómo predicar el evangelio, cómo dar un sermón o cómo efectuar cualquier otra clase de obra. Por ende, a fin de no defraudar al Señor o perder Su gracia, él cavó en la tierra y escondió su único talento. Cuando el Señor regresó, este esclavo pensó que había hecho un buen trabajo porque no perdió el talento, sino que lo conservó intacto. Sin embargo, el Señor no solamente no lo elogió, sino que lo reprendió por ser un “esclavo malo y perezoso”. ¡Cuán estricto es el Señor!
El Señor nos ama, pero a veces también nos reprende. Si no somos fieles ahora, cuando Él regrese, no permitirá que nos salgamos con la nuestra; más bien, Él nos reprenderá por ser “malos y perezosos”. El tercer esclavo era malo porque tenía el talento, pero no fue a obrar con él, negociar con él o ni siquiera ganar intereses con él. No sólo eso, sino que culpó al Señor por no sembrar ni aventar (Mt. 25:24). Negociar con el talento es difícil porque requiere labor psicológica así como labor física. Ganar intereses con el talento tampoco es fácil, sino que es problemático debido a que requiere algunos cálculos. Sin embargo, guardar el talento en un pañuelo (Lc. 19:20) es muy fácil; es la manera perezosa de proceder. Por ende, el Señor llamó a ese esclavo un “esclavo malo y perezoso”.
El Señor Jesús verdaderamente conoce los corazones de los hombres, así que todos necesitamos que se nos recuerde que no debemos ser como aquel esclavo. Él pudo haber pensado: “Yo no soy un colaborador ni un anciano. No puedo hacer ningún tipo de obra. Soy tardo en el habla y torpe de lengua. No tengo el talento o el don de hablar. Cuando hablo, nadie me escucha de todos modos. Esto no es mi culpa; el Señor me creó de esta manera. Por lo tanto, tengo una razón por la cual no obrar, no predicar el evangelio y no salvar almas. El Señor no me puede reprender”. Sin embargo, el Señor conocía su corazón y sabía que todo lo que dijo era una excusa. Por decirlo sin rodeos, él era perezoso.
Ese esclavo no sólo era perezoso, sino también malo. Él subestimó al Señor al inventarse algunas excusas, diciendo: “Tú me creaste de modo que no tenía talento, e hiciste que yo naciese sin elocuencia. Además, no me diste un buen entorno para recibir una gran cantidad de educación. Ya de por sí es afortunado que aprendí suficientes destrezas para ganarme la vida. Pero ahora me estás haciendo las cosas difíciles al pedirme que vaya y guíe personas a la salvación. No tengo esta capacidad. No sólo eso, Señor, sino que pareces ser muy irrazonable. Me pediste que segara donde no sembraste. ¿Esperas que yo siegue la tierra yerma? También me pediste que recogiera donde no aventaste. ¿Acaso no estás imponiendo sobre mí una tarea difícil?”. Él discutió con perfecta certidumbre.
Sin embargo, la respuesta del Señor fue muy notable. Parece que Él reconoció que Él es tal Señor que requiere que Sus esclavos sieguen donde Él no sembró y recojan donde Él no aventó. Si usted le pregunta al Señor: “¿Qué esperas que yo siegue si Tú no has sembrado?”, el Señor responderá: “No te preocupes por si Yo siembro o no. Sencillamente tienes que ir y segar. Cuando vayas, verás que no sólo sembré, sino que aquello que sembré ha crecido”. Hoy en día quizás usted no vea al Señor aventando, y tal vez sienta que no hay predicadores del evangelio que siembren la semilla. Por consiguiente, quizás usted se pregunte adónde puede ir a segar. En realidad, Él ha sembrado muchas semillas, pero es posible que usted no lo sepa. Él ha esparcido muchas semillas, mas usted no las ve.
(
Levantarnos para predicar el evangelio, capítulo 2, por Witness Lee)