LA SALIDA PARA EL EVANGELIO
Ahora queremos ver lo que son el portavoz y la salida para el evangelio. El portavoz para el evangelio es el hombre. Además, la salida para el evangelio es los hogares. Somos los portavoces del evangelio y nuestros hogares son las salidas del evangelio. Si su hogar no está entregado para ser utilizado por el Señor y usted sólo predica el evangelio en un sentido individual, entonces habrá un portavoz pero no habrá salida. Hechos nos muestra que para el tiempo de Pedro, los discípulos no solo partieron el pan “de casa en casa” (2:46), sino que también anunciaron a Jesucristo como evangelio “de casa en casa” (5:42). En el griego, la palabra anunciar es la forma verbal de la palabra evangelio, lo que significa que ellos anunciaban el evangelio de Jesús, el Cristo. Si anunciamos el evangelio de Jesús, el Cristo, de casa en casa, entonces todas nuestras casas hablarán Cristo. Por ende, no sólo deberíamos predicar el evangelio, sino también abrir nuestros hogares.
Lucas 5 nos da un ejemplo excelente. El Señor Jesús vio a un recaudador de impuestos llamado Leví, quien era un esclavo del dinero, y Él lo llamó para que le siguiera. Al oír el llamamiento del Señor, Leví lo dejó todo, se levantó y siguió al Señor. De este modo él fue salvo. En cuanto fue salvo, él hizo un gran banquete para el Señor Jesús en su casa. Sin embargo, él no invitó a Jesús solo, ni invitó a los oficiales prominentes o personas famosas. Más bien, él invitó muchos recaudadores de impuestos y pecadores (vs. 27-29). Puesto que él mismo era un vil pecador, no tenía hombres buenos por amigos, sino una multitud de hombres malvados, a quienes invitó para que se reclinaran a la mesa con el Señor. El Señor era el invitado de honor, y todas las demás personas que fueron invitadas para acompañar al Señor eran pecadoras. Éste es un buen ejemplo de abrir los hogares para la predicación del evangelio. En cuanto abramos nuestros hogares, el evangelio tendrá una salida; sin los hogares, el evangelio no tendrá salida alguna. Ahora tenemos muchos portavoces, pero lo que necesitamos es la salida. Por ende, tenemos que abrir nuestros hogares.
Espero que todos los santos, en especial aquellos que han sido salvos recientemente, hagan esta única cosa: celebrar un gran banquete para Jesús e invitar a todos sus amigos, incluso los amigos que son despreciables. Usted y yo no tenemos amigos de buena reputación. Lo que tenemos son “amigos pecadores”, tales como amigos que beben, amigos que apuestan, amigos que bailan, amigos que juegan y amigos que engañan. Hablando con seriedad, ¿dónde puede uno hallar personas buenas en esta tierra? Todos son pecadores. No teníamos buenos amigos antes de ser salvos, pero después que fuimos salvos, el Señor Jesús llegó a ser nuestro buen Amigo. Deberíamos hacer banquetes en nuestros hogares para el Señor Jesús e invitar a nuestros amigos pecadores a fin de que ellos puedan recibir al Señor Jesús como su Amigo.
La Biblia no sólo tiene ejemplos de pecadores que predicaron el evangelio; también tiene ejemplos de “hombres buenos” que predicaron el evangelio. En Hechos 10 había un hombre bueno, Cornelio. La Biblia no menciona ningún pecado suyo; sólo habla acerca de sus aspectos buenos. Él era un hombre devoto y temeroso de Dios y hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba y hacía peticiones delante de Dios siempre. Un día un ángel vino a él y dijo: “Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios. Envía, pues, ahora hombres [...] y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro” (vs. 4-5). Es cierto que Cornelio verdaderamente era un buen hombre, pero no era salvo y todavía necesitaba el evangelio. Por ende, necesitaba pedirle a Simón Pedro que viniese y le dijese cómo ser salvo. Cuando Pedro llegó, él estaba sorprendido porque Cornelio ya estaba allí esperando luego de haber convocado a sus “parientes y amigos más íntimos” (v. 24). Parientes y amigos más íntimos es una expresión muy buena, y es un buen ejemplo para nosotros.
La casa de Leví, un recaudador de impuestos, y la casa de Cornelio son ejemplos excelentes para nosotros. Independientemente de si somos esclavos del dinero, como los recaudadores de impuestos que eran pecadores viles, o si somos aquellos que oramos a Dios frecuentemente y damos limosnas a los pobres, como Cornelio, quien era una persona virtuosa, todos somos pecadores delante del Señor; todos necesitamos salvación. También necesitamos abrir nuestra casa y hacer un banquete para Jesús, invitando a todos nuestros parientes y amigos íntimos. Creo que en aquel día, cuando el Señor Jesús estuvo con el grupo de recaudadores de impuestos, deben de haber habido muchos que a la postre fueron salvos. Quizás incluso todos ellos fueron salvos. También creo que esos parientes y amigos íntimos que estaban en la casa de Cornelio aquel día también fueron salvos sin excepción alguna. Por ende, la manera de contactar a las personas con el evangelio es abrir los hogares. Si no hay hogares, el evangelio no tendrá un camino abierto. Cuando hay un hogar, el evangelio tiene un camino abierto.
El Señor como gran viento sopló sobre nosotros y nos trajo a los Estados Unidos. Los santos de mayor edad jamás pensaron acerca de venir a los Estados Unidos. Cuando yo estaba en la China continental, sentía que era muy bueno estar allí, especialmente en los tres “nortes”: China del norte, el noroeste y el nordeste. Podíamos ir a cualquier lugar en esas regiones para obrar por el Señor, así que ¿por qué habríamos de ir a un país extranjero y permanecer en una tierra extranjera? En 1938 alguien me dio dos cheques. Uno era de 1,600 dólares estadounidenses asignados a costear mi pasaje a los Estados Unidos; el otro era de 1,200 yuanes chinos asignados a costear los gastos de manutención de mi familia por un año. Sin embargo, no tenía la carga ni aun el pensamiento de ir a los Estados Unidos. China es tan inmensa y tiene tantas personas. No nos sería posible cubrir todos los lugares o agotar nuestra predicación del evangelio; así que, ¿por qué habríamos de pensar acerca de ir a los Estados Unidos? Sin embargo, esto no dependía de nosotros. A la postre el Señor sopló sobre mí y fui traído a Taiwán y luego a los Estados Unidos.
Independientemente de si esto era lo que ustedes deseaban o no, el Señor sopló sobre ustedes y los trajo a los Estados Unidos. Hoy el Señor es como un gran viento que ha soplado a multitudes de chinos a los Estados Unidos. Ésta es la voluntad perfecta del Señor. Si los hombres no dejan su propia tierra o terreno, no creerán en el Señor. Sin embargo, puesto que ellos han sido desarraigados y han venido a un país extranjero, les es fácil creer en el Señor. Es por esto que en los recintos universitarios nos es fácil predicar el evangelio a los estudiantes chinos. Casi no hay respuestas negativas; muchos de ellos han llegado a asistir al banquete del Señor y casi todos han recibido al Señor. Ésta es la obra del Señor.
El Señor salvó a Leví, un recaudador de impuestos. Éste era Mateo, quien luego llegó a ser uno de los doce discípulos que habían de predicar el evangelio a muchos pecadores. En la visión que Cornelio vio, el ángel no le dijo que invitara a sus parientes y amigos íntimos. Sin embargo, él no ocultó lo que tenía de modo que sólo sus familiares fuesen conducidos a la salvación. Más bien, él invitó a todos sus parientes y amigos íntimos. Necesitamos tomarle como nuestro modelo. Cuando ustedes los jóvenes vayan a los recintos universitarios, están allí para hacerle un banquete a Jesús. Sencillamente presente algunas meriendas simples y use media hora para compartir el evangelio con los amigos. Ése es su hogar. Alternativamente, si consigue permiso de sus padres, puede invitar a sus compañeros de clase para que coman y escuchen el evangelio. El evangelio presentado de este modo salvará a los jóvenes de llegar a ser personas viles, como los hippies estadounidenses. En los Estados Unidos es peligroso para los jóvenes no creer en el Señor Jesús. Si ellos no creen, es difícil saber lo que harán porque hay toda clase de cosa extraña y rara que ocurre en los recintos universitarios. Sólo Jesús puede reemplazar esas cosas. Si los padres son sabios, ellos indudablemente permitirán que sus hijos e hijas crean en Jesús.
Por lo tanto, espero que todos ustedes abran sus hogares a fin de hacer un gran banquete para Jesús, al sencillamente invitar “pecadores” como sus convidados con miras a que ustedes puedan predicarles el evangelio. Si ustedes abren sus hogares, eso no será una pérdida para ustedes, sino una bendición. El Señor mismo dijo que Él mostraría benevolencia amorosa a miles de generaciones de los que le aman (Éx. 20:6). Por lo tanto, en aras de la eternidad, todos nosotros deberíamos abrir nuestros hogares y proveer una salida para el evangelio del Señor. De este modo, la bendición no sólo vendrá a nosotros, sino también a nuestros hijos e hijas generación tras generación.
(
Levantarnos para predicar el evangelio, capítulo 4, por Witness Lee)