EL CUERPO DE CRISTO EN LA EXPERIENCIA
En términos de la experiencia, puede ser que prediquemos el evangelio y hablemos acerca de Cristo y, aun así, que Dios no esté mezclado con nosotros en nuestra predicación ni en nuestro hablar. Aun cuando seamos salvos, tal vez no poseamos la realidad del Cuerpo de Cristo. Por un lado, como creyentes, pertenecemos a Cristo y somos miembros del Cuerpo de Cristo; por otro, debemos preguntarnos si el Cuerpo de Cristo se expresa entre nosotros. Nuestra vida cristiana a menudo es un vivir que procede de nosotros mismos, el cual carece de la mezcla con el elemento de Dios.
Tal vez hayamos visto que la iglesia es el Cuerpo de Cristo y que, como miembros del Cuerpo, nuestro servicio debe ser corporativo, no individualista. Sin embargo, esto puede ser simplemente algo que apenas vemos, y aún no hayamos sido liberados para entrar a esta realidad (Ro. 6:17). El hecho de que no seamos personas individualistas puede ser algo que hayamos hecho por nosotros mismos, y no sea una expresión de la mezcla con Dios. Nuestra coordinación con los hermanos y hermanas aún puede ser algo que hayamos producido nosotros mismos, y que interiormente no tenga nada que ver con el elemento de Dios. Esto no es un asunto de ser individualistas ni con el hecho de laborar en coordinación con otros, sino más bien con el hecho de que interiormente nos mezclemos con Dios. Todos nuestros problemas dependen de si interiormente nos estamos mezclando continuamente con Dios. Si no nos mezclamos con Dios, dará igual que seamos individualistas o que laboremos en coordinación con otros. El punto crucial es si Dios se está mezclando con nosotros. ¿Es nuestro servicio actual un servicio motivado por una sola naturaleza, es decir, por nosotros mismos, o es un servicio motivado por dos naturalezas, o sea, por la mezcla de Dios con nosotros? ¿Hacemos todas las cosas conforme a nosotros mismos, o conforme a la mezcla de Dios con nosotros? Cuando el Señor se mezcla con nosotros y cuando Él de una manera práctica vive en nosotros, nosotros vivimos en el Señor. Cuando somos tales personas, no somos individualistas, sino que hacemos todo en coordinación con los demás. Esto no es algo que requiere nuestro esfuerzo, sino que más bien es un resultado inevitable y espontáneo.
Ninguno que vive en el Cuerpo de Cristo puede ser individualista, y ninguno que vive por la vida de Cristo puede evitar coordinar con otros quienes también viven por la vida de Cristo. Sin el Cristo que vive en nosotros, sin el Dios que está mezclado con nosotros, somos personas individualistas, aunque no deseemos serlo, y somos incapaces de coordinar con otros, aun cuando queramos hacerlo. Esto no tiene que ver con el hecho de ser individualistas ni con el hecho de coordinar con otros, sino más bien con el hecho de si Dios se mezcla con nosotros y si nosotros nos mezclamos con Dios. Siempre que esta mezcla ocurra dentro de nosotros, en alguna medida poseeremos la realidad del Cuerpo de Cristo; siempre que esta mezcla ocurra entre nosotros, el Cuerpo se expresará.
En términos doctrinales, tal vez no entendamos cómo uno puede ser salvo y al mismo tiempo no estar en el Cuerpo de Cristo. Según Efesios, la iglesia es un solo y nuevo hombre. Por un lado, nos vestimos del nuevo hombre cuando fuimos salvos (4:24), por otro lado, aun después que nos vestimos de él, el nuevo hombre aún se está renovando (Col. 3:10). Uno se pone un traje o vestido después que está terminado; sin embargo, este “traje”, el nuevo hombre, del cual nos vestimos aún está siendo confeccionado. Según el mismo principio, los creyentes en el Cuerpo de Cristo fueron hechos un solo Cuerpo en el Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo aún se está edificando en ellos. Todos los creyentes son parte del Cuerpo, pero el Cuerpo aún no se ha establecido lo suficiente en su ser, y por tanto, es posible que no posean mucho de la realidad del Cuerpo. Es preciso, pues, que veamos que si entre nosotros no se ha dado la edificación del Cuerpo, no poseeremos la realidad del Cuerpo. Desde la perspectiva del Cuerpo de Cristo, si no hay expresión del elemento de la mezcla de Dios dentro de nosotros, tal vez no tengamos mucha edificación, aun cuando la vida de Dios esté operando dentro de nosotros y nos haga rechazar al pecado y vencer al mundo.
Pablo estaba lleno del elemento de Cristo, del elemento de la mezcla de Dios y el hombre; esta mezcla era la expresión del Cuerpo y la realidad del Cuerpo. Pablo era semejante al muro de la Nueva Jerusalén, que es supremamente alto, puesto que la edificación de Dios se había llevado a cabo en él. El Cuerpo de Cristo es el resultado de la edificación de Dios en el hombre y de la mezcla de Él con el hombre. El Cuerpo no es simplemente un grupo de creyentes, sino que más bien es Cristo que ha sido edificado dentro de ellos. El Cuerpo de Cristo, como edificio, es el resultado de la mezcla de Dios y el hombre.
Debemos preguntarnos a nosotros mismos como creyentes: ¿somos nosotros el Cuerpo de Cristo en nuestra experiencia? ¿En qué medida se expresa entre nosotros el Cuerpo de Cristo? Si recibimos luz y entendemos esto, inclinaremos nuestras cabezas y confesaremos que entre nosotros no se expresa mucho el Cuerpo de Cristo. Entre nosotros no hay mucha edificación ni la mezcla del Cuerpo de Cristo, no hay mucho del elemento de Dios expresado en el vivir del hombre ni tampoco mucho de la mezcla de Cristo con el hombre. Es posible que sirvamos a Dios fervorosamente y seamos “unánimes”, pero que nuestro servicio sea iniciado por nosotros mismos, y no proceda de la mezcla de Dios con nosotros. Efesios 1:22-23 dice: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Es cierto que somos la iglesia, el Cuerpo de Cristo, pero ¿somos la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo? El cuerpo de una persona puede ser su cuerpo porque ella está mezclada con el cuerpo; el valor de un cuerpo depende de la persona viviente que está mezclada con ese cuerpo.
La iglesia como el Cuerpo de Cristo es el agrandamiento de Cristo, el agrandamiento de la mezcla de Dios y el hombre. Es un grupo de personas que están mezcladas con Dios interiormente y en quienes Cristo ha sido edificado. Ellas se han mezclado con Dios y han sido edificadas a tal punto que resulta difícil saber si es Dios o si son ellas. Su hablar y sus acciones son Dios mismo hablando y moviéndose en ellas. Esto es lo que nos narra el libro de Hechos, y también es la realidad de la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Por lo tanto, es posible que un grupo de creyentes no expresen el Cuerpo de Cristo si es que no posee la realidad del Cuerpo de Cristo.
Debemos preguntar a los hermanos y hermanas, quienes están aprendiendo a servir al Señor, cuánto del Cuerpo de Cristo está presente entre ellos. Usted puede servir fervorosamente, ser “unánime” con los demás y nunca disputar con nadie, y al mismo tiempo, no poseer mucho del elemento del Cuerpo de Cristo. Es posible que toda su obra esté compuesta total y completamente del elemento humano, y no del elemento divino. No estoy recalcando aquí el hecho de ser quebrantados o derribados; más bien, como dice Efesios 1, debemos preguntarnos: ¿tiene nuestro fervor el elemento divino? ¿Tiene nuestra diligencia el elemento divino? ¿Tiene nuestra “unanimidad” el elemento divino? ¿Todos los servicios que realizamos proceden de nosotros mismos o son fruto de la obra de edificación de Dios? Si nosotros somos la fuente, no poseemos la realidad del Cuerpo; sólo aquello que procede de la edificación que Dios realiza dentro de nuestro ser es el Cuerpo.
(
Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, capítulo 5, por Witness Lee)