SUJETARNOS A LA AUTORIDAD
DEL SEÑOR COMO CABEZA
En cuanto a la autoridad de la Cabeza, debemos ver que Cristo es la Cabeza, que debemos darle el lugar que le corresponde a Él como Cabeza, y que debemos reconocer Su autoridad. Debemos reconocerlo a Él como Cabeza en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Debemos darle a Él toda autoridad, sujetándonos a Su autoridad. Si todos los hermanos y hermanas hicieran esto, no habría más fricciones entre los miembros ni ninguna discordia en nuestra coordinación. Las fricciones a menudo son el resultado de no sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Tenemos muchas opiniones, y nos gusta entronizarnos a nosotros mismos en lugar de cederle a Cristo el lugar que le corresponde como Cabeza. Debemos reconocerlo como la Cabeza aun en asuntos tan insignificantes como recoger las invitaciones evangélicas. Debemos crecer en todo en Él, es decir, debemos sujetarnos a la autoridad de la Cabeza en todo, reconocerlo a Él como la Cabeza que tiene la autoridad en Sus manos, y permitir que Él gobierne. Entonces, espontáneamente, la coordinación entre nosotros será armoniosa, placentera y hermosa.
Aunque estos ejemplos parezcan triviales, debemos prestar atención a este principio básico. No debe ser que escuchemos a los ancianos mientras ellos estén presentes y no escuchemos a nadie cuando ellos estén ausentes. Si escuchamos únicamente a los ancianos y a ciertos hermanos que han sido designados, estamos fundamentalmente equivocados. Nuestra sumisión a la autoridad delante del Señor no es sujetarnos a los ancianos, sino sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Nuestra sumisión a los ancianos es el resultado de habernos sujetado a la autoridad de la Cabeza. Debemos reconocer que la autoridad de la Cabeza se manifiesta en cada miembro. Por consiguiente, debemos sujetarnos a cada hermano y hermana, y no solamente a los ancianos, porque la autoridad de la Cabeza se manifiesta en cada miembro. No debemos sujetarnos a los hombres, sino a la Cabeza y a la autoridad de la Cabeza, la cual está presente en cada miembro.
Una persona que verdaderamente se sujeta a la autoridad de la Cabeza es alguien que crece en todo en aquel que es la Cabeza. Si este problema básico se resuelve, desaparecerán todas las dificultades que surgen en nuestra coordinación. Nuestra carne perderá su lugar, y nosotros seremos salvos cuando nos sujetemos a la Cabeza. Por consiguiente, el requisito básico de la coordinación del Cuerpo es que nos sujetemos a la Cabeza y crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza.
(Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, capítulo 15, por Witness Lee)