LA OBRA DE EDIFICACIÓN QUE DIOS REALIZA
La obra en la iglesia que realizan los que ministran la palabra, los que tienen el don del ministerio, por un lado, consiste en derribar, y por el otro, en edificar; al derribar ellos edifican. Una gran parte de su obra consiste en derribar. Derriban todo lo que es natural, lo que no es de Cristo, lo que el Espíritu Santo no ha forjado en la constitución intrínseca, y lo que Cristo no ha forjado en el hombre. Lo que ellos hablan es para derribar; sin embargo, el resultado de esta demolición es la edificación.
Si somos bendecidos por el Señor, todas nuestras reuniones tendrán un efecto demoledor. Ellas derribarán todo lo que se opone a Cristo, todo lo que reemplaza a Cristo y todo lo que usurpa la posición que tiene Cristo. Estas cosas son naturales; no son del Espíritu ni han sido edificadas por Cristo. La Palabra de Dios revela que la obra de aquellos que ministran la palabra consiste en edificar el Cuerpo de Cristo; esta edificación involucra la obra de demolición. Tales personas conocen a Cristo, han sido quebrantadas y tienen mucha experiencia. Ellas saben que la obra que Dios realiza en la iglesia tiene como fin forjar el elemento de Cristo en los santos y que la edificación se basa enteramente en la obra de derribar todo lo que es natural. Ésta es la obra de edificación que realiza el ministerio.
Es posible que las personas no vean la luz inmediatamente cuando escuchan la palabra de Dios y cuando la luz resplandece sobre ellas. Algunas personas se tardan mucho tiempo antes de ser alumbradas. Pero cuando una persona es alumbrada, verá su verdadera condición; verá aquellas cosas que están en él que no son de Cristo. Verá que es él, en lugar de Cristo, quien asume la responsabilidad; que es él, y no Cristo, quien se muestra ferviente para ayudar a los santos; y que es él, y no Cristo, quien sirve a la iglesia con diligencia. Cuando la luz de Dios ilumina, el hombre ve su propia condición. Descubre que muchas de las cosas que anteriormente justificaba en sí mismo o que otros elogiaban, no son Cristo en absoluto, que ninguna de estas cosas ha experimentado la obra de demolición y edificación. Se da cuenta de que todas estas cosas provienen completamente del yo y que son naturales, que son cosas que él ya tenía antes de ser salvo, y que ninguna de ellas son fruto de la obra de edificación de Cristo ni de la obra del Espíritu Santo.
Cuando la luz resplandece en una persona, ella debe pasar por un periodo de tiempo para permitir que la luz opere en su interior. Durante este periodo de tiempo, la luz en su interior puede mostrarle muchas cosas todos los días. Por ejemplo, ella puede darse cuenta de que su manera de hablar es natural y que en ella no se encuentra nada del Espíritu, y que su conducta es natural y no contiene nada del Espíritu. Cuando por la gracia una persona permanece bajo este resplandor, en el cual es redargüida, y acepta la luz, en esos momentos se lleva a cabo la demolición.
A menudo el hombre necesita que el Espíritu de Dios y la luz de Dios lleven a cabo una obra drástica en su interior que la mano del hombre no puede realizar. En estas condiciones, una persona puede sentirse muy incómoda desde la mañana hasta la noche, pues le parece que ella es quien lo hace todo. Independientemente de si está de pie o está sentada, si visita a alguien o no visita a nadie, si lee la Biblia o si no la lee, le parece que todo proviene de sí misma. Esta condición parece ser negativa, pero en realidad es una buena señal. Todo aquel que desee ser edificado debe pasar por un proceso en el que permita que la luz brille en su interior cada día. Esta luz le revelará su manera natural de hablar y su carne, y lo capacitará para ver que con relación a sí mismo todo es natural. Una persona es realmente bendecida si pasa por esta experiencia tan dolorosa. Ésta es una demolición poderosa, y un resplandor muy intenso.
Durante este tiempo, inconscientemente se producirá un aumento de Cristo. Cristo es edificado en dicha persona y se expresa a través de ella; esto es maravilloso. Así que, cuando tal persona tenga que dar un mensaje por el Señor, su manera de hablar será diferente. Sus palabras ya no serán una enseñanza externa que exhorta o perfecciona a las personas, sino que serán palabras que derriban y edifican. Cuando hable, Cristo se manifestará, y algo sólido, que no es una vana doctrina, tocará a las personas. Cuando comparta la palabra, podrá tocar el corazón de las personas, conocerá las dificultades que ellas afrontan y también tendrá presente la actividad que realiza el enemigo de Cristo. De esta manera, ella podrá hacer una buena obra por el Señor. Cuando salga a visitar a los santos y tenga comunión con ellos, podrá tocar sus dificultades y también percibirá al enemigo, quien es una frustración para Cristo dentro de ellos. Dicha persona será un buen obrero en las manos de Dios, que le permitirá a Dios edificar a los santos por medio de ella. Éste es el resultado de que haya sido iluminada.
Nuestro Dios siempre sabe cómo hacer las cosas. Además de hablarle al hombre por medio de la palabra del ministerio y por medio del resplandor de la luz, Él también utiliza la disciplina del Espíritu Santo al disponer las circunstancias para que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos que han recibido gracia (Ro. 8:28). Si Dios se preocupa por nosotros, sin duda realizará la obra de derribarnos. Dios puede propiciar cualquier circunstancia; Él puede usar los cielos y la tierra, como también cosas grandes y pequeñas para perfeccionarnos. Todo aquello que encontramos en nuestro camino involucra la disciplina del Espíritu Santo. En nuestro entorno Dios dispone diferentes personas, asuntos y cosas; nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros familiares, y los hermanos y hermanas, todos ellos, son puestos para suplir nuestra necesidad. Sin embargo, aunque Dios suele hablarnos, a menudo lo ignoramos. Con frecuencia damos coces contra el aguijón, preguntándonos: “¿Por qué recibo estos castigos? ¿Por qué estoy en esta situación, en esta familia y en este grupo de hermanos y hermanas?”. Debemos tener claro que todas estas cosas cumplen el propósito de quebrantarnos y edificarnos para que Cristo pueda brotar de nuestro interior.
Los elementos de nuestro ser natural y de nuestro yo no tienen ningún valor a los ojos de Dios. Sin embargo, hasta que nuestros ojos sean abiertos, no podremos ser librados de estas cosas. Aquellos que no hayan sido librados del yo, sino que más bien permanezcan en su ser natural no tienen la expresión del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, el Cristo que se ha forjado en nosotros y se expresa por medio de nosotros. El yo, nuestro ser natural, es la dificultad que Cristo encuentra en nosotros. Nuestro Dios es el Señor que tiene la autoridad y conoce el camino; Él no sólo nos da la palabra y la vida, sino que además dispone nuestras circunstancias. Lo que nosotros consideraríamos el matrimonio más problemático a menudo resulta ser lo más apropiado a los ojos de Dios; un aparente error no es un error a los ojos de Dios. Dios ha preparado cada persona, cada asunto y cada cosa que encontramos. Nuestro Padre Dios nunca puede equivocarse; Él conoce cada una de nuestras necesidades. Por lo tanto, no debemos murmurar contra Él ni culpar a otros; tal vez un buen entorno no sea una bendición para nosotros, ni un entorno adverso sea una pérdida para nosotros. Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos cuyos corazones están inclinados a Él. Este “bien” se refiere a que Dios nos haga conformes a la imagen de Su Hijo (v. 29). Esto también es la manera en que Dios nos derriba para que Su Hijo pueda ser edificado en nosotros.
Si experimentamos la demolición y la edificación, expresaremos el Cuerpo de Cristo. Todo aquel que no haya sido derribado por Dios no posee la realidad del Cuerpo de Cristo, ni tampoco posee la plenitud de Cristo, la expresión de Cristo. Aunque tal vez exprese ciertas virtudes o cualidades, no expresa a Cristo ni a Su Cuerpo. Dios, por tanto, tiene que realizar en nosotros una obra demoledora. Él no sólo nos da Su palabra y resplandece en nosotros, sino que además tiene Su mano sobre nosotros. A menudo Su mano acompaña a Su palabra y Su resplandor. Además de estas tres cosas, Dios también puede reprendernos. Los santos que están llenos de la gracia y tienen experiencia en el Señor conocen nuestra condición y muchas veces pueden hablarnos con franqueza para mostrarnos aquello que no es de Cristo en nosotros. Esta clase de reprensión trae consigo luz y salvación. Efesios dice: “Todas las cosas que son reprendidas, son hechas manifiestas [...] y te alumbrará Cristo” (5:13-14). Si una persona está dispuesta a ser reprendida y a recibir la luz, Cristo resplandecerá en él. Dicha persona será resucitada de los muertos y se levantará en su interior, dejando atrás la muerte para entrar en la resurrección.
También podemos experimentar una reprensión silenciosa. En nuestra experiencia, es posible que mientras estamos sentados junto a ciertos santos, interiormente seamos reprendidos. Sin que nadie nos diga ni una palabra, podemos sentir que somos demasiado naturales, que nuestras acciones proceden de la carne, que nuestras intenciones y motivos son impuros, y que Cristo no tiene mucha libertad para obrar en nosotros. Simplemente por el hecho de estar sentados junto a estos santos, somos reprendidos en nuestro interior. Esto es maravilloso. Asimismo, en las reuniones podemos ser reprendidos interiormente aun cuando los hermanos y hermanas no se dirijan específicamente a nosotros. Éste es el resultado de la manifestación de la plenitud de Cristo en una reunión. Cuando el elemento de la plenitud se manifiesta, es inevitable que seamos iluminados y reprendidos. El que experimenta una reprensión silenciosa puede sentirse incapaz de soportar esto, pero la gracia del Señor lo sustenta lo lleva a pedirle al Señor que le conceda Su misericordia y salvación, y condene en él todo lo que el Señor condena.
Así pues, la obra de edificación de Dios se lleva a cabo por medio de la palabra del ministerio, el resplandor de la luz en el interior del hombre, las dificultades de nuestro entorno, y la reprensión audible o silenciosa que recibimos de aquellos santos que son del Señor y que realizan la obra de derribar y edificar. Esta obra de edificación quebrantará todo aquello que proviene del ser natural del hombre y edificará a Cristo desde su interior. La realidad del Cuerpo de Cristo se manifestará únicamente cuando Cristo sea edificado a partir del interior de aquellos que reciben la gracia.
(
Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, capítulo 13, por Witness Lee)