Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, por Witness Lee

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SIN LA OBRA DEMOLEDORA, NO PUEDE EXISTIR EL EDIFICIO DE DIOS

Dios no tiene otra obra de edificación ni tampoco tiene otro edificio. La única obra de edificación de Dios consiste en edificarse a Sí mismo en los creyentes y edificar a los creyentes en Sí mismo; éste es Su edificio. En otras palabras, la obra de edificación de Dios consiste en hacer que Dios y el hombre, y el hombre y Dios, sean plenamente edificados como una sola entidad. Es posible que jamás hayamos tenido el pensamiento de que lo único que Dios desea hacer en nosotros después de que somos salvos es edificar algo. Algunos pueden haber sido salvos por diez o veinte años, y nunca haber tenido esta comprensión. Tal vez procuren la espiritualidad y el crecimiento en la vida divina. Es posible también que hayan aprendido a amar al Señor y se hayan consagrado al Señor, pero jamás se hayan dado cuenda de que Dios desea edificar algo en ellos. Para ellos todos los versículos de la Biblia que tratan de la edificación se refieren a la edificación personal. Por ejemplo, después de escuchar un mensaje sobre la necesidad de ser más calmados, es probable que alguien que tiene un temperamento impulsivo sienta que ha sido edificado con la exhortación de controlar su temperamento impulsivo. Probablemente otra persona que está carente de amor escuche un mensaje sobre el amor. En este mensaje, se citan versículos del Nuevo Testamento que nos hablan de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y se dan ejemplos de personas del mundo que exhiben esta característica. Así que, esto tal vez lo motive a arrepentirse con lágrimas y a pedirle al Señor que lo perdone por no amar a otros, y después de esto, prometa aprender a amar a su prójimo como a sí mismo. ¿Qué es esto? Esto es lo que involucra la edificación personal.

Otro hermano que con frecuencia discute con su esposa puede asistir a una reunión en la cual se describe detalladamente cómo debe ser la relación entre esposos y esposas según Efesios 5. Después de escuchar este mensaje, probablemente sienta que ha sido edificado. Son incontables los ejemplos que podríamos dar sobre esto. También hay una infinidad de libros que promueven esta clase de edificación entre los cristianos; casi todos los que los leen se sienten conmovidos y “edificados”. Sin embargo, necesitamos que Dios abra nuestros ojos y nos muestre que Su obra en nosotros no consiste en edificarnos de esta manera, sino que más bien en edificarse a Sí mismo en nosotros y en edificarnos a nosotros en Él. Por lo tanto, Él primero tiene que derribarnos. Nuestro amor por nuestro cónyuge, nuestro temperamento calmado y el hecho de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tiene que ser demolido. Incluso si fuésemos tan perfectos y tan buenos como lo fue el Señor Jesús encarnado, con todo, necesitaríamos ser demolidos. Todo aquello que pertenece a nuestro ser natural, sea bueno o malo, debe experimentar la muerte, puesto que sin la obra demoledora, no puede existir el edificio de Dios.

Éste es un asunto que reviste mucha seriedad. Según nuestros conceptos humanos y religiosos, pensamos que después de que somos salvos, necesitamos ser edificados para que aquellos que les falta amor tengan amor y aquellos que no son mansos sean mansos. Creemos que ésta es una obra en la cual Dios nos perfecciona, Su obra de edificación; pero no tenemos la menor sospecha de que esto no es la obra de Dios. La obra de Dios consiste en demolernos. Él derriba no sólo nuestra irritabilidad, sino también nuestra mansedumbre; no sólo nuestro temperamento impulsivo, sino también nuestra lentitud; y no sólo nuestra envidia, sino también nuestro amor. Ésta es la diferencia entre la edificación personal y la obra de edificación de Dios; la obra de edificación requiere la obra de demolición. Sin la obra de demolición, Dios no puede ser edificado en nosotros, y asimismo sin la obra de demolición, nosotros no podemos ser edificados en Dios. La obra de mezclar concreto consiste en mezclar arena fina, cemento y gravilla, en mezclar todos estos diferentes elementos, para que el edificio pueda terminarse. Aunque esto no es un ejemplo perfecto, al menos nos da una idea.

Todos los mensajes en los que se exhorta a las personas a amar a otros, a ser mansas, a ser espirituales y a procurar el crecimiento en la vida divina, pero no se les muestra que después que Dios redime al hombre, Él lleva a cabo una obra de edificación en la cual derriba al hombre para edificarse a Sí mismo en el hombre y para edificar al hombre en Sí mismo, son mensajes vanos que carecen de peso espiritual. Tales mensajes no corresponden a la revelación central hallada en la Biblia. La Biblia nos muestra que después de que Dios nos salva, Él prosigue a realizar la obra de derribarnos. Independientemente de si somos personas buenas o malas, Él tiene que realizar una obra de demolición en nosotros. Dios no puede edificarse a Sí mismo en una persona que no ha sido derribada; ni tampoco puede edificar en Sí mismo a nadie que no haya sido demolido. Es por esta razón que Dios en Su Palabra menciona repetidas veces el tema de la edificación.

En cada pasaje de las Escrituras que trata sobre la edificación, podemos ver en el contexto o en el texto mismo el tema de la obra de demolición. En Mateo 16:18, cuando el Señor habló de la edificación por primera vez, le dijo a Pedro: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. Luego, inmediatamente después, en el versículo 21, el Señor dijo que Él necesitaba ir a Jerusalén y morir. Ir a Jerusalén para morir es algo relacionado con la obra de demolición. Pedro entonces reprendiendo al Señor, le dijo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (v. 22). Pero el Señor, volviéndose a Pedro, le dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (v. 23). Todo lo que estorbe, rechace y niegue la obra demoledora de Dios no es otra cosa que la obra de Satanás. El Señor dijo además: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (v. 24). ¿Qué es esto? Esto es también la obra de moledora. Negar el yo y tomar la cruz corresponde a la obra demoledora.

Si leemos todos los versículos que hablan sobre la edificación, encontraremos que en cada uno de ellos el Señor también habla de la obra demoledora. Supongamos que un hermano está enfermo y necesita que le pongan una inyección. ¿Cómo le pueden inyectar la medicina? A fin de que la aguja pueda penetrar, tienen que perforar su cuerpo. Otro ejemplo es el de la vacuna antivariólica, la cual requiere al menos dos cortes en la piel. Esto muestra que sin la obra demoledora no puede llevarse a cabo la edificación.

La cruz es la aguja, y Cristo es la medicina que está en la aguja. Si la cruz no está presente para demolernos, Cristo como la medicina no podrá ser inyectado en nosotros. La función del ministerio de la palabra no es convencer a un esposo que no ama a su esposa a que la ame, ni convencer a alguien que no ama a los demás a que los ame. El ministerio de la palabra es una aguja que aplica a las personas una “inyección”, ya sea que ellos amen a sus esposas, sean mansos o sean irascibles. No nos interesa qué clase de personas seamos; lo único que nos interesa es inyectar a Cristo en las personas. En esto consiste la obra de edificación. Ésta es la obra que Dios está realizando hoy. Bien sea en nuestra familia, en nuestra profesión o en nuestras circunstancias, Dios está laborando de muchas maneras, no para mejorarnos ni para “edificarnos” para que nos sintamos bien, sino para quebrantarnos, a fin de podernos edificar.

Muchos hermanos y hermanas esperan que cada una de sus circunstancias sea apropiada, que sus hijos sean personas apropiadas, que su familia sea apropiada, que su profesión sea apropiada y que ellos mismos sean personas apropiadas en palabra y conducta. Ésta es la razón por la cual a menudo ellos oran y asisten a las reuniones, con la expectativa de ser edificados y alcanzar la perfección. Ellos esperan completar rápidamente lo que les falta y suplir rápidamente sus carencias. Sin embargo, todos debemos reconocer que cuanto más tratamos de perfeccionarnos a nosotros mismos, más imperfectos somos, y que cuando más tratamos de ser personas apropiadas, más inadecuados somos. Anteriormente, raras veces nos enojábamos, pero ahora parece que nos enojamos con más frecuencia. Es como si todo lo que nos sucede nos hace ser personas inadecuadas. Interiormente, deseamos amar al Señor, pero no podemos; deseamos seguirlo diligentemente, pero no podemos. Finalmente, acabamos por desanimarnos. Tal vez nos desanimemos, pero el Señor no se desanima. Él nunca se desanima. En nuestra “conducta pobre” Dios nos ha “perforado” para “inyectarnos”. En esto consiste la obra demoledora, la cual es necesaria para la edificación de Dios. Ésta es la obra que Dios desea realizar.

En el momento de ser salvos, algunos hermanos y hermanas experimentaban cierta frescura y ciertamente estaban dispuestos a consagrarse, pero después de tres o cinco años ya no parecen tener tal frescura. Se ven desanimados y en cierta medida interiormente desilusionados, aunque de ningún modo quieren regresar atrás. Si examinamos cuidadosamente esta situación, descubriremos que a pesar de sus esfuerzos, ellos no pudieron ser perfeccionados después que fueron salvos. Después de consagrarse, ellos no pudieron realizar una obra que fuera buena y decente; al contrario, su obra fue un fracaso en el cual ellos se sintieron totalmente avergonzados de sí mismos. Por esta razón, no tenían la misma frescura y vitalidad que tenían cuando se consagraron después de salvos. Sin embargo, debemos inclinar nuestras cabezas y adorar a Dios porque estos hermanos, que han perdido su frescura y vitalidad, tienen un poco más del elemento de Cristo en su interior. Ésta es la historia de muchos santos. Algunos santos viven una situación caótica en sus familias que les causa desánimo al grado de sentirse incapaces de levantarse. Sin embargo, ellos han sido abiertos, y dentro de ellos el elemento de Cristo ha aumentado.

Nuestro Dios es un Dios que crea y un Dios que derriba, que destruye. Él es un Dios implacable; Él desmenuzará y hará añicos todo lo que ha creado. Quizás alguno dijera que esto es lamentable, pero sin esta obra de desmenuzamiento, de quebrantamiento, no puede producirse el edificio. Sin la obra demoledora, Dios no puede edificarse en el hombre, y sin la obra demoledora, el hombre no puede ser edificado en Dios. Incluso después de Su encarnación, el Hijo de Dios aún necesitaba pasar por la destrucción de la muerte a fin de entrar en la resurrección. Lo que está en muerte no es nada glorioso, pero lo que está en resurrección es glorioso. Lo que está en muerte es algo que está en el hombre, pero lo que se halla en resurrección es algo que ha ingresado en Dios. Asimismo, lo que está en muerte es limitado, pero lo que está en resurrección es ilimitado.

Después que ha operado la obra demoledora, se produce un maravilloso edificio. Este edificio pertenece a la resurrección, y es espiritual, celestial, glorioso y eterno. En este edificio Dios ha entrado en el hombre, y el hombre ha entrado en Dios. Allí vemos que Dios y el hombre, y el hombre y Dios verdaderamente se han mezclado y han llegado a ser uno; Dios está en el hombre y el hombre está en Dios. Esto es algo misterioso en lo cual vemos tanto a Dios como al hombre: Dios está mezclado con el hombre, y el hombre está mezclado con Dios.

Todos hemos conocido a personas que aman al Señor y tienen cónyuges buenos que el Señor les ha preparado. Sin embargo, si leemos la historia de la iglesia y las biografías de muchas personas espirituales, descubriremos que los cónyuges de muchos que fueron útiles en las manos del Señor les causaban problemas y eran como una “jeringa” en las manos del Señor. Un hermano puede tener una esposa que el Señor haya preparado para que le ponga una inyección cada día. Sea que le diera una dosis grande o pequeña, siempre le aplicaba una inyección cada día. Tal vez le aplique una inyección por la mañana, otra por la tarde, y una más por la noche. Mientras experimenta esto, él puede sentir que es muy incómodo y doloroso; que la condición de su familia no es ni hermosa ni apropiada. Sin embargo, esto es sólo un proceso, pues después de cierto tiempo, una persona cuyo ser está abierto, poseerá más del elemento de Dios, y el elemento de Cristo habrá aumentado en su ser. Cuando la veamos, percibiremos que ha sido demolido y que le han aplicado muchas inyecciones. Como consecuencia, poseerá la fragancia de Dios, la fragancia de Cristo y la presencia de Cristo. Al tener contacto con ella, tendremos contacto con alguien que ha sido quebrantado, no con alguien que aún está entero; dicha persona es alguien en quien uno puede percibir la fragancia de Cristo. Esto es la edificación de Dios. Es aquí donde podemos ver el Cuerpo. Es únicamente en el Cuerpo que el hombre deja de ser individualista.

(Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, capítulo 8, por Witness Lee)