¿QUÉ SIGNIFICA TENER CONCIENCIA
DEL CUERPO?
Consideremos ahora lo que significa tener conciencia del Cuerpo. Aunque no podemos encontrar la misma expresión en la Biblia, según lo que nos enseña la Biblia y conforme a nuestra experiencia, existe algo que podemos llamar tener conciencia del Cuerpo. En 1 Corintios 12:26-27 dice: “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. Además, 2 Corintios 11:28-29 dice: “Además de otras cosas no mencionadas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?”. Estos dos pasajes abarcan respectivamente un campo muy amplio y uno reducido. El campo reducido se presenta en 1 Corintios 12, donde se nos dice que todos los miembros se duelen cuando un miembro padece y que todos los miembros se gozan cuando un miembro recibe honra (v. 26). Esto claramente hace referencia a la sensibilidad propia del Cuerpo. Esto lo podemos entender fácilmente si observamos nuestro cuerpo. Si alguien nos golpeara la oreja, la oreja sentiría dolor y todos los demás miembros de nuestro cuerpo también sentirían dolor. No es posible que sólo la oreja sienta dolor y que los demás miembros no sientan nada. Esto es muy fácil de entender.
El campo mayor se presenta en 2 Corintios 11:28-29, donde el apóstol Pablo expresa la preocupación que sentía por todas las iglesias. Su preocupación, e incluso su debilidad, se debían a la conciencia que él tenía del Cuerpo. De manera que cuando una iglesia estaba débil, el apóstol lo sentía; y cuando una iglesia tenía problemas, el apóstol se ponía muy ansioso. Éste era el sentir del apóstol con respecto a las iglesias y con respecto a los santos en particular. Él llevaba a todas las iglesias en sus hombros y era muy sensible con respecto a todo lo que les sucedía a las iglesias.
Las epístolas escritas por el apóstol Pablo, incluyendo Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, y aquellas dirigidas a personas en particular, muestran que él tenía una sensibilidad muy aguda con respecto a las iglesias y los santos. Puesto que él llevaba sobre sus hombros a las iglesias y a los santos, podía sentir todo lo que tuviera que ver con las iglesias y los santos. Esto es lo que significa tener conciencia o sensibilidad del Cuerpo. En 2 Corintios 11 se nos muestra una conciencia que abarca un esfera muy grande y amplia, mientras que en 1 Corintios 12 vemos una conciencia o sensibilidad de un campo más reducido y detallado.
Con respecto a tener conciencia del Cuerpo, primero debemos empezar a hablar de la sensibilidad propia de la vida espiritual. Hemos hablado mucho acerca de la sensibilidad de la vida espiritual. Ya dijimos que la vida divina en nosotros tiene sentimientos, y que nuestro espíritu regenerado también tiene sentimientos. Al decir esto nos basamos en Romanos 8:6, que dice: “La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Este versículo habla claramente de una sensibilidad interna. Es muy sencillo saber si la mente de una persona está puesta en el espíritu o no; lo único que tenemos que hacer es preguntarle si siente paz en su interior. Esta paz tiene que ver con esta sensibilidad. Si una persona pone su mente en el espíritu, en su interior sentirá tranquilidad, alivio y paz.
La vida divina ciertamente es algo relacionado con el sentir. Una persona que pone la mente en el espíritu se sentirá satisfecho, fortalecido, brillante, fresco y vivo. Esto significa que su ser interior toca la vida. Pero siempre que ponemos la mente en la carne, interiormente nos sentimos secos y sombríos; esto es muerte. Por consiguiente, esto ciertamente está relacionado con nuestro sentir.
La vida divina y nuestro espíritu regenerado tienen su propia conciencia. Toda forma de vida tiene conciencia; si no tiene esta capacidad, no es un organismo vivo ni tiene vida. Siempre y cuando sea un organismo vivo, la vida en él tendrá una conciencia o sensibilidad. Cuanto más elevada sea la forma de vida, más aguda será su sensibilidad. Nosotros, quienes fuimos regenerados, recibimos la vida de Dios, la cual posee los sentimientos más ricos y agudos. Más aún, nuestro espíritu regenerado no sólo está mezclado con la vida de Dios, sino que además en él habita el Espíritu de Dios. Nuestro espíritu regenerado es el espíritu “tres en uno” mencionado en Romanos 8: nuestro espíritu mezclado con la vida de Dios y con el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios entra en nuestro espíritu junto con la vida de Dios, y se mezcla con nuestro espíritu. Por consiguiente, nuestro espíritu no solamente es un espíritu vivo, sino también un espíritu fuerte y enriquecido.
El sentir de vida en nuestro espíritu, o el sentir espiritual, es muy agudo y muy rico. Este sentir de vida espiritual que tenemos dentro de nosotros, es a menudo la norma que determina nuestras acciones espirituales y lo que pone a prueba nuestro vivir espiritual. Pone a prueba si vivimos en el Señor o en nosotros mismos, y si nuestra mente está puesta en el espíritu o en la carne. No hace falta que nadie nos lo diga, pues tenemos dentro de nosotros este sentir. No necesitamos que nadie nos diga si las palabras que hablamos por el Señor las dijimos conforme al espíritu o conforme a la carne, pues este sentir en nosotros nos lo hace saber. Este sentir espiritual lo podemos comparar a un termómetro. Si nos examinamos con este termómetro, sabremos dónde estamos y sabremos cuál es nuestra verdadera condición.
Cada vez que estemos tranquilos y nos volvemos a nuestro espíritu para percibir el sentir interior, permitiendo que este sentir discierna nuestro ser, sabremos dónde estamos, es decir, sabremos si nos condujimos conforme a la carne o conforme al espíritu. Este sentir es crucial para nuestra experiencia espiritual. Nuestro progreso espiritual depende de este sentir espiritual. No es posible seguir al Señor y al mismo tiempo ignorar este sentir espiritual. Este sentir espiritual es distinto de los sentimientos que provienen de nuestra alma. No debemos cuidar de los sentimientos que provienen de nuestra alma, pues dichos sentimientos nos confundirán. En lugar de atender a los sentimientos humanos de nuestra alma, debemos prestar atención al sentir de vida en nuestro espíritu.
Debemos atender al sentir interior que nos comunica la vida divina, si hemos de experimentar paz en lo profundo de nuestro ser. Si el sentir de paz está ausente, eso indica que hay un problema. Este sentir no es externo, sino interno. En todo lo que hagamos, ya sea predicar el evangelio, ministrar la palabra o hacer buenas obras, no debemos hacerlo sin el sentir de paz en lo profundo de nuestro ser. Algunos santos no experimentan paz, y con sus propios esfuerzos procuran obtener este sentir de paz. Otros incluso intentan llenarse de diferentes cosas para sentirse tranquilos. Sin embargo, todos sus esfuerzos son vanos e inútiles.
Por ejemplo, una persona que no tiene paz puede valerse de justificaciones para tranquilizarse, aunque en su interior el problema persiste. Esta clase de esfuerzo es inútil; no servirá de nada porque el sentir de paz es algo espontáneo. Todo lo que tenga que ver con la vida no requiere el esfuerzo humano, la ayuda humana ni un esfuerzo deliberado. La paz no es algo que podemos producir; debemos sentirnos en paz de una manera natural y espontánea. Ésta es la paz que nos describe Romanos 8:6. La paz interna de algunos santos pareciera que necesita ayuda. Como no tienen paz, se valen de razonamientos para tranquilizarse. Sus razonamientos podrán funcionarles por dos días, o incluso por dos meses, pero no para siempre. A la postre, no tendrán paz. Todos hemos tenido experiencias relacionadas con este sentir espiritual. Debemos, por tanto, prestar atención a este sentir.
(
Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La, capítulo 17, por Witness Lee)