II. EL MOTIVO DE LA CONSAGRACION:
EL AMOR DE DIOS
El motivo de la consagración se refiere al interés de una persona cuando se consagra. Para tener una buena consagración, no sólo debemos conocer la base para la misma; también necesitamos tener un motivo. Aunque uno sepa que la base de la consagración es que uno ha sido comprado y redimido por Dios, sin embargo, esta comprensión puede no ser suficiente para tocar su sentimiento, conmover su corazón y hacer que se consagre voluntariamente a Dios. Si las cosas que Dios compra fueran objetos inanimados, tales como una silla o ropa, podría proceder a usarlas directamente como El quisiera. Pero lo que Dios ha redimido hoy son personas vivientes, cada una con una mente, con emociones y con una voluntad. Aunque Dios desea poseernos, puede ser que nosotros no estemos contentos en dejar que nos posea. Aun cuando Dios tiene el derecho legal y la base para poseernos, puede ser que nosotros no tengamos el deseo de dejar que lo haga. Por lo tanto, cuando Dios desea que nos consagremos a El, El debe conmover nuestro corazón. El debe darnos el motivo del amor para que podamos estar dispuestos a consagrarnos a El.
El motivo de la consagración es el amor de Dios. Cada vez que el Espíritu Santo derrame abundantemente el amor de Dios en nuestros corazones, estaremos naturalmente dispuestos a convertirnos en prisioneros de amor y a consagrarnos a Dios. Este tipo de consagración, motivada por el amor de Dios, se menciona claramente en dos lugares de las Escrituras: 2 Corintios 5:14-15 y Romanos 12:1.
En 2 Corintios 5:14-15 se dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe (constreñir, en el original griego, tiene el significado de torrentes de aguas) ... y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos”. En otras palabras, estos versículos nos dicen que el amor de Cristo que llega hasta la muerte es como la corriente impetuosa de muchas aguas que llega hasta nosotros, impulsándonos a consagrarnos a Dios y a vivir por El más allá de nuestro control.
Romanos 12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo”. Las misericordias aquí mencionadas son el amor de Dios. Por eso, aquí también Pablo está procurando conmover nuestros corazones con el amor de Dios. El hará que tengamos el motivo de amor, para que nos consagremos voluntariamente a Dios como un sacrificio vivo. De estos dos pasajes, vemos que el amor de Dios es el motivo de la consagración.
En una consagración normal, este motivo de amor es muy necesario. Si nuestra consagración descansa únicamente en la base de la consagración y en la comprensión del derecho que Dios tiene sobre nosotros, estará basada solamente en la razón; le faltará dulzura e intensidad. Pero si nuestra consagración tiene el amor como su motivo, es decir, si nuestros sentimientos han sido tocados por el amor de Dios, el constreñir de este amor hará que nos consagremos voluntariamente a Dios. Entonces, esta consagración será dulce e intensa.
La relación matrimonial entre esposo y esposa es un caso en el que vemos este punto. Si sólo descansa en la base del derecho, será difícil que ellos tengan una vida armoniosa y dulce. Una relación matrimonial verdadera no sólo descansa en la base del derecho, sino, aún más, en el amor. Puesto que la esposa ama a su esposo, ella viene a ser uno con él y vive con él. Es lo mismo en una verdadera consagración a Dios. Cuando tocamos el amor de Dios y vemos que El es en verdad amoroso, entonces nos consagramos a El. Siendo así, aunque la consagración basada en el amor cambia de acuerdo con nuestro estado de ánimo, aún así, por otro lado, la consagración intensa es el resultado del amor que constriñe. Aquellos que no han tenido la experiencia de haber sido constreñidos por el amor del Señor, no tendrán una consagración buena e intensa. Esto es bastante evidente.
Uno de nuestros himnos (Cuando contemplo la maravillosa cruz) relata una historia de consagración que se basa en el amor del Señor. Dice que cada vez que pienso en ese amor que me salvó, cuento todo por pérdida, porque este amor es muy grande. Continúa diciendo que yo veo Su condición en la cruz, Su cabeza, Sus manos y Sus pies de donde fluyen dolor, amor y sangre. ¡Todo esto porque El me ama! Habiendo visto tal amor, si yo le ofreciera el universo entero, todavía me sentiría avergonzado, porque Su amor es tan noble, tan excelente. Si yo procuro pagar Su amor, entonces no reconozco Su amor; y hasta lo mancharía. Su amor es como una perla sin precio, mientras que mi consagración es como trapos de inmundicia; simplemente somos indignos de El. Un día, cuando el Espíritu derrame abundantemente Su amor en nuestros corazones, nosotros también tendremos esa intensa consagración.
Además, después de habernos consagrado y de haber seguido al Señor en el camino de la consagración, necesitamos incesantemente que Su amor nos constriña para que podamos tocar Su dulzura. En el camino de la consagración, muchas veces sufrimos dolor y pérdida, y sólo aquellos que frecuentemente tocan el amor del Señor, pueden encontrar dulzura en su dolor. Aunque los primeros apóstoles fueron menospreciados y encarcelados, ellos consideraban su sufrimiento como algo glorioso y disfrutable, puesto que ellos fueron estimados dignos de ser ultrajados por el nombre del Señor (Hch. 5:40-41). Los mártires, a través de las generaciones, podían aceptar gozosamente el sufrimiento de la muerte y no estaban dispuestos a abandonar el nombre del Señor, porque ellos habían tocado la dulzura del Señor y estaban constreñidos por Su amor. Por lo tanto, el amor entre nosotros y el Señor, siempre debe ser renovado. El motivo del amor debe ser mantenido en nosotros a fin de que nuestra consagración y servicio se mantengan siempre frescos y dulces.
En conclusión, una consagración estable e intensa requiere estos dos aspectos: tener una base, esto es, darme cuenta de que yo he sido comprado por Dios, que le pertenezco y que tengo que consagrarme a El; y tener un motivo, esto es, ver que el amor de Dios hacia mí es ciertamente muy grande y que me constriñe tanto que voluntariamente me consagro a El.
(
Experiencia de vida, La, capítulo 3, por Witness Lee)