V. EL RESULTADO DE LA CONSAGRACION:
ABANDONAR NUESTRO FUTURO
El resultado de la consagración es que somos motivados a cortar todas nuestras relaciones con la gente, con asuntos, con cosas y somos motivados especialmente a abandonar nuestro futuro y a pertenecer completamente a Dios. Necesitamos considerar este asunto también a la luz de las ofrendas del Antiguo Testamento. Cuando un buey era tomado para un sacrificio y era ofrecido sobre el altar, inmediatamente era cortado de todas sus relaciones previas. Era separado de su amo, de sus compañeros y de su corral. Luego que era consumido por el fuego, hasta perdía su forma y tamaño original. Todas sus partes selectas eran convertidas en un olor fragante para Dios, y todo lo que quedaba era un montón de cenizas. Todo era cortado, y todo era terminado. Este era el resultado de ofrecer el buey a Dios. Puesto que nuestra consagración también es una ofrenda a Dios, el resultado debe ser el mismo. Tenemos que abandonar todas las cosas para ser consumidos hasta que Dios nos haga cenizas, a tal punto que todo sea terminado. Si no hay evidencia en un hombre que indique que él ha abandonado todas las cosas y que ha sido consumido hasta volverse cenizas, entonces algo anda mal en su consagración. Algunos hermanos y hermanas aún tienen esperanzas de venir a ser tales o cuales personas, después de haberse consagrado. Esto prueba que su futuro no ha sido abandonado.
El futuro del cual hablamos no sólo incluye nuestro futuro en este mundo, sino también nuestro futuro en el llamado mundo cristiano. Todos sabemos cómo el mundo nos atrae naturalmente y nos ofrece la esperanza de un futuro, pero aun el llamado mundo cristiano nos atrae y nos ofrece una esperanza de un futuro. Por ejemplo, hay algunos que esperan ser predicadores famosos, y otros esperan ser evangelistas mundiales, y otros, obtener un doctorado en divinidad. Todas estas son esperanzas de un futuro. Hermanos y hermanas, si hemos sido alumbrados, descubriremos que aun en nuestra esperanza de tener más fruto en nuestra obra, en nuestra esperanza por salvar más gente a través de nuestra predicación del evangelio, en nuestra esperanza de guiar más hermanos y hermanas a amar al Señor, y en nuestra esperanza de que más iglesias locales se edifiquen por nuestras manos —aun en estas esperanzas— hay muchos elementos escondidos que son para la edificación de nuestro futuro. Cuando vemos la prosperidad de otros, nos da envidia. Cuando vemos los logros de otros, nuestro corazón es sacudido. Todo esto prueba que aún tenemos esperanzas en nuestro futuro. Sin embargo, ninguna de estas esperanzas existe en una persona consagrada. Un hombre verdaderamente consagrado es uno que ha abandonado su futuro. No sólo abandona su futuro en el mundo sino también aquello que llaman futuro espiritual. Ya no tiene más esperanzas en ninguna cosa para él; toda su esperanza está en Dios. El vive pura y simplemente en las manos de Dios; él es lo que Dios quiere que él sea y hace lo que Dios quiere que haga. Cualquiera que sea el resultado, él no lo sabe ni le interesa. Sólo sabe que él es un sacrificio que pertenece completamente a Dios. El altar es para siempre el lugar donde permanece, y ser un montón de cenizas siempre es el resultado. Su futuro ha sido abandonado totalmente.
Este abandono del futuro no es una acción forzada que surge después que algo ha arruinado nuestras esperanzas futuras; es rendirse voluntariamente antes que tal cosa suceda. No es esperar fracasar en los negocios para luego abandonarlo todo. No es esperar perder el trabajo, no es esperar hasta no poder entrar en la universidad o hasta haber fracasado en obtener un doctorado, y luego abandonarlo todo. No es esto. Cuando hablamos de abandonar el futuro, nos referimos a que cuando una oportunidad de un buen negocio le espera, cuando un trabajo excelente le espera, o cuando un doctorado está al alcance, usted voluntariamente lo deja todo por causa del Señor. Esto, en verdad, es abandonar el futuro. Aun si toda la gloria de Egipto fuese puesta delante de usted, entonces podría decirle: “Adiós, debo ir a Canaán”. Quizás Satanás siga llamándole por detrás diciendo: “Regresa, tenemos un doctorado aquí y un palacio egipcio para ti. Esta oportunidad no se da todos los días”. Si en ese momento usted puede enfrentarlo y decirle directamente: “Vete, ésa no es mi porción”, entonces ésta es la verdadera renunciación al futuro.
Hoy, hay una situación muy lamentable: muchos de los que sirven al Señor tienen futuro en el mundo cristiano. Debemos entender que ésta es una degradación muy seria. Si esto no prueba que hubo algo incorrecto en la consagración original de la gente en cuestión, ciertamente prueba que han caído del altar. Una persona verdaderamente consagrada, sabe desde el principio que su futuro ha terminado. Si dicha persona todavía quiere tener un futuro no tiene que molestarse en venir a la iglesia. Se da cuenta de que nunca podrá tener un futuro porque él ya está en el altar. Algunas veces encuentra dificultades y halla que tiene más valentía, porque esta dificultad le prueba que todavía está en el altar y bajo el guiar de Dios. Algunas veces entra en un período de tranquilidad y, por el contrario, teme y se pregunta si quizá ha caído del altar y ya no está bajo el guiar de Dios. Hermanos y hermanas, necesitamos preguntarnos con frecuencia: ¿Cuál es el resultado de nuestra consagración? ¿Se ha convertido nuestro todo en cenizas en el altar? ¿Hemos renunciado a todo nuestro futuro? O ¿hemos reservado algo en lo cual tenemos esperanza?
Cada uno de nosotros debe ir delante de Dios y tratar a fondo este problema de la consagración. Si nuestra consagración no es cabal, tarde o temprano surgirán problemas en nuestro servicio y en nuestra condición espiritual. Las tentaciones de perspectivas futuras son muchas y muy grandes, y éstas son particularmente serias para aquellos que están dotados en forma especial y que pueden ser utilizados externamente hasta cierto grado por Dios. Hay muchos asuntos, ambientes y atracciones que pueden hacer que inconscientemente perdamos nuestra consagración. Sólo hay una forma de vencer estas tentaciones, ésta es, abandonar completamente nuestro futuro en el primer día de nuestra consagración. Esto quiere decir que ya que nos hemos consagrado, todo ha terminado.
En la vida de John Nelson Darby, podemos ver que él fue una persona verdaderamente consagrada. Fue usado grandemente por el Señor en el siglo pasado, y miles fueron ayudados espiritualmente a través de él. En su ancianidad todavía andaba en una senda recta con el Señor. El pudo haber tenido fama y posición, pero no las tomó. En cierto momento de su vejez fue a trabajar a Italia y pasó la noche en una posada muy modesta y humilde. Estaba exhausto e inclinó su cabeza entre sus manos y cantó suavemente: “Jesús, he tomado mi cruz, para dejar todo y seguirte a Ti...” Aun en esa condición, no tuvo murmuración ni pesar; podía cantar con gozo este himno al Señor. Yo fui realmente conmovido cuando llegué a este punto al leer la historia de su vida. El hecho de que él pudiese preservar hasta el final el resultado de abandonar su futuro, me conmovió. A pesar de que él era viejo, su consagración no era vieja; todavía permanecía tan fresca como al principio.
Hermanos y hermanas, este resultado de abandonar todas nuestras perspectivas futuras necesita siempre mantenerse fresco dentro de nosotros. Nunca dejemos que nuestra consagración envejezca. Si envejece, es como si nunca nos hubiésemos consagrado. Debemos ser siempre como cenizas en el altar, siempre dedicados enteramente al disfrute de Dios, siempre sin ningún futuro.
(
Experiencia de vida, La, capítulo 3, por Witness Lee)