II. LA EXPERIENCIA DE REINAR
Debemos buscar la experiencia de reinar. Para esto hay dos cosas que no deben faltar.
A. Conocer nuestra posición
En primer lugar debemos conocer nuestra posición. Dijimos en el capítulo anterior, titulado “conocer la ascensión”, que la base de la autoridad espiritual es la posición de ascensión. Tener poder depende de la condición de uno, pero tener autoridad depende de la posición de uno. Un automóvil con suficiente gasolina y caballos de fuerza tendrá poder. Esto es un asunto de condición. Pero un policía de tránsito parado en el puesto asignado tiene autoridad para dirigir los automóviles, para que sigan su curso en orden. Este es un asunto de posición. Por lo tanto, la autoridad depende completamente de la posición. Si estamos en la posición de ascensión, tenemos autoridad y podemos reinar. Si no estamos en la posición de ascensión, no tenemos autoridad y no podemos gobernar.
Aun en el caso del Señor Jesús, la base para reinar dependía de Su posición de ascensión. No fue sino hasta después de Su resurrección y ascensión que El obtuvo toda autoridad en los cielos y en la tierra (Mt. 28:18) y tuvo dominio sobre todas las cosas (Ef. 1:20-22). Por lo tanto, si vamos a reinar, debemos estar en la posición de ascensión.
Pero si queremos estar en la posición de ascensión y reinar para Dios, debemos aceptar todos los tratos de la cruz, para que podamos pasar por la muerte y entrar en la resurrección para así experimentar la ascensión. En otras palabras, la experiencia de reinar es el resultado de todas las experiencias pasadas. Sólo después de que hayamos experimentado la muerte, la resurrección, y la ascensión, podremos tener la experiencia de reinar.
Los hijos de Dios hoy muestran muy poco de la realidad de reinar. La razón principal es que no estamos en la posición de ascensión. Muchos todavía viven en una condición terrenal. Todavía están envueltos en pecados y en el mundo. No se han despojado de la carne ni de su mal genio. No han negado su yo ni su constitución natural. Aunque hay algunos que se han despojado de estas cosas y tienen cierta experiencia de ascensión, aún así, debido a que no pueden mantener esta experiencia, se contaminan otra vez con las cosas relacionadas con la vieja creación; así pierden la posición de ascensión. Ambas condiciones pueden hacer que perdamos la posición de reinar, y como consecuencia no podemos gobernar para Dios. Hubo una vez un hermano a quien su esposa constantemente le impedía que se acercara a Dios y le sirviera. Un día no lo pudo soportar más; así que en su enojo regañó a su esposa y la golpeó, diciendo: “Hoy, el Señor quiere que te discipline verdaderamente”. Obviamente, esto no es reinar. Debido a que se enojó, perdió la posición de ascensión y cayó en las manos del enemigo. ¿Cómo podría él, en esa condición, tratar con el enemigo? Por tanto, para reinar debemos conocer y mantener la posición de ascensión.
El hecho de que reinemos está basado no sólo en la posición de ascensión, sino también en la posición en el orden establecido por Dios. Por lo tanto, si queremos reinar para Dios, no sólo necesitamos estar en la posición de ascensión sino que también necesitamos mantener la posición en el orden que Dios nos asignó, esto es, someternos a la autoridad a la cual nos debamos someter. Toda la autoridad del policía de tránsito que mencionamos no sólo depende de que esté firme en el puesto asignado, sino también de la sumisión a su superior. Si él deja su puesto asignado, no podrá dirigir el tráfico. Si se rebela en contra de su superior, perderá aun sus derechos oficiales. Por lo tanto, que un policía ejerza su autoridad depende, por un lado, de que mantenga la posición de su deber, y por otro, de que mantenga la posición de su rango. La posición de su oficio equivale a nuestra posición de ascensión, y la posición de su rango equivale a nuestra posición en el orden.
Mateo 8:5-13 nos habla de un centurión que vino a pedirle al Señor que sanara a su siervo enfermo. Su fe estaba basada en su conocimiento de la posición en el orden. El dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. Como él mismo estaba bajo autoridad, podía dar órdenes a aquellos que estaban bajo él. Por lo tanto, el creyó que el Señor sólo necesitaba ejercer Su autoridad y dar una orden, y el asunto sería hecho. El conocía realmente la relación entre la posición dentro del orden y la autoridad. El sabía que para reinar, tenía que someterse primero al que reinaba. Para ser autoridad, el tenía que someterse primero a la autoridad.
En el principio, cuando Dios creó al hombre, le dio autoridad para que tuviera dominio sobre todas las criaturas que están en el mar, en el aire y sobre la tierra. En aquel entonces, el hombre estaba sometido a la autoridad de Dios; por consiguiente, la autoridad de Dios estaba con él, y todas las criaturas fueron sometidas al hombre. Pero una vez que el hombre cayó y se rebeló contra Dios, reacio como estaba a someterse a la autoridad de Dios, él perdió la autoridad de Dios. Como resultado, todas las criaturas que estaban bajo el hombre dejaron de estar en sumisión a la autoridad del hombre. Por lo tanto, hoy no solamente las serpientes venenosas y las fieras salvajes nos pueden hacer daño, sino que hasta los pequeños mosquitos y las pulgas nos pueden morder. Esto indica que todo el universo caído está lleno de la rebelión e insubordinación de las criaturas.
Pero en este universo rebelde y confuso, siempre que haya uno que todavía esté dispuesto a aceptar la autoridad de Dios, la autoridad de Dios será manifestada sobre él para que éste pueda reinar. Moisés fue un ejemplo. El fue un hombre que se sometió a la autoridad y de este modo reinó para Dios. Casi todas las veces que se enfrentó con la rebelión y las quejas de los israelitas, él se sometió a la autoridad de Dios. Especialmente cuando Coré, Datán y Abiram y los que estaban con ellos se rebelaron y se juntaron contra él, se sometió aún más. Ellos atacaron a Moisés y a Aarón, diciendo: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Nm. 16:3). Sus palabras tocaron el asunto de la autoridad de Moisés; la intención de ellos era destruir su autoridad. En aquel entonces Moisés no se consideraba a sí mismo la autoridad ni trató de resolver el problema por sí mismo. Por el contrario, se postró sobre su rostro delante de Dios y dejó que Dios le vindicara. Al postrar su rostro delante de Dios estaba guardando su posición en el orden. El sabía que la autoridad no descansaba en él, sino en Dios. Su sumisión a la autoridad de Dios hizo que otros se sometieran a él. Por lo tanto, el resultado de que él se condujera de esta manera en todo momento, manifestó aún más claramente que la autoridad de Dios estaba sobre él.
Consideremos el caso de David: durante toda su vida, David se sometió no sólo a la autoridad de Dios, sino también, de una manera absoluta, al orden de autoridad. El reconoció que Saúl era el ungido de Dios, que estaba en la posición de rey, y que fue ordenado por Dios para que fuera Su autoridad. El se dio cuenta de que él era solamente un siervo de Saúl. Por lo tanto, no importaba cuanto lo persiguiera y lo odiara como a un enemigo, David nunca se atrevió a rebelarse en contra de él. De esta manera, siempre mantuvo la posición en el orden y fue un hombre que se sometió a la autoridad. Por consiguiente, llegó el día cuando Dios también lo ordenó como rey, para que gobernara para El en la nación de Israel.
Sin embargo, estos hombres que se sometieron a la autoridad de Dios tenían sus propias imperfecciones y debilidades. Sólo cuando el Señor Jesús vino como la Palabra hecha carne hubo en este universo rebelde un hombre que se sometió absolutamente a la autoridad de Dios. En la vida del Señor Jesús, cada palabra y acción, cada paso y cada parada, concordaba con la voluntad de Dios y estaba en sumisión a la autoridad de Dios. Filipenses 2 dice: “Se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Por lo tanto, Dios también le exaltó hasta lo sumo, para que se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra y toda lengua le confiese como Señor, todo en sumisión a su autoridad (vs. 8-11). Debido a que el Señor Jesús se sometió a la autoridad de Dios el Padre y guardó la posición en el orden, El obtuvo autoridad y pudo reinar para Dios.
El Señor ha dado ahora esta autoridad a la iglesia, esto es, a nosotros. Por lo tanto, nosotros también debemos someternos a la autoridad de Dios como lo hizo el Señor. Además, cada uno de nosotros debe someterse al orden de autoridad establecido por Dios, esto es, a la autoridad delegada de Dios. Entonces nosotros, la iglesia, podremos ejercer la autoridad del Señor para gobernar todas las cosas y reinar para Dios. Hoy, en este universo rebelde y confuso, tenemos que seguir al Señor para ser un testimonio de sumisión a la autoridad, donde los más jóvenes se someten a los más viejos, aquellos que son enseñados a los que les enseñan, y todos nos sometemos los unos a los otros; de este modo nos estamos sometiendo a la autoridad de Dios. Cuando nos paremos en nuestra respectiva posición en el orden, la autoridad de Dios será manifestada en nuestro medio; así, podremos reinar para Dios. Por lo tanto, la autoridad que hay en la iglesia no es ni obtenida ni asumida por uno mismo, sino que viene a través de la sumisión. Por ejemplo, los ancianos no deben considerarse más maduros y más viejos que otros; si es así, ellos frecuentemente harán uso de su posición y su título al tratar con los hermanos y hermanas o en su administración. Ellos deben ser como Moisés. Cuando algo ocurra entre los hermanos y las hermanas, ellos inmediatamente deben postrarse delante de Dios, sometiéndose a la posición que tienen en el orden. Por su sumisión a la autoridad de Dios, la autoridad de Dios estará con ellos, y ellos podrán reinar y gobernar para Dios sobre todas las cosas. Si ellos no se someten a la autoridad de Dios, sino que asumen la posición de ancianos, demandando que otros se les sometan, entonces eso es la imposición de la carne, no el reinado de Dios, y será difícil que otros se sometan a ellos.
En conclusión, para poder ganar la experiencia de reinar, primero debemos resolver el problema de la posición. Debemos conocer y mantener la posición de ascensión, y también debemos conocer y mantener la posición en el orden. Conocer la posición de ascensión es la experiencia de conocer la ascensión, la cual ha sido mencionada previamente. Conocer la posición en el orden es la experiencia de conocer el Cuerpo, que también ha sido mencionada. Debemos conocer y experimentar estos dos aspectos antes de poder reinar para Dios. Debemos conocer la posición de ascensión, la cual El nos ha dado en Su salvación, y la posición en el orden, que El ha determinado para nosotros en Su Cuerpo, antes de que podamos ejercer Su autoridad y reinar para El. En palabras sencillas, nosotros debemos estar en la posición de ascensión y en la posición en el orden que hay en el Cuerpo antes de poder tener la experiencia de reinar.
(
Experiencia de vida, La, capítulo 17, por Witness Lee)