V. JUNTAMENTE CON CRISTO
TRATAMOS CON EL ENEMIGO
Otro resultado de que uno esté lleno a la medida de la estatura de Cristo es el del tratar, juntamente con Cristo, con el enemigo. Tratar con el enemigo es pelear la guerra. Sin embargo, no debemos usar el término “guerra” aquí, porque no transmite el sentido de plena madurez en vida. Cuando estamos realmente llenos a la medida de la estatura de Cristo y nuestra vida ha llegado a la plena madurez, nuestra lucha espiritual se acaba. Entonces nos sentamos por encima de todo, en una posición victoriosa y solamente nos queda tratar con el enemigo.
Fue en este mismo proceso que el Señor Jesús peleó la batalla. Desde que fue tentado al comienzo de Su ministerio, El continuamente luchó contra Satanás. Pero cuando El ascendió al trono, El cesó de luchar. Sin embargo, El continúa tratando con el enemigo, hasta que finalmente sea sometido bajo Sus pies y sea puesto por estrado de Sus pies (He. 1:13). Cuando llegamos a la etapa en que, juntamente con Cristo, tratamos con el enemigo, ello es una prueba de que nuestra vida ha llegado a su parte más elevada.
Para uno que es victorioso, no hay necesidad de luchar. Todo lo que necesita hacer es estar situado en cierto lugar; entonces todos los ladrones y acechadores desaparecerán completamente, y no se atreverán más a actuar insensatamente ni a hacer mal. Su reputación que causa asombro ha sido ganada por medio de mucha lucha en el pasado. Este ejemplo explica el principio con el que Cristo trata con el enemigo. Si ni Cristo ni Su nombre estuvieran hoy en este universo, ¡imagínense cuán violento sería Satanás! Es simplemente debido a que Cristo está tratando con el enemigo hoy, que dondequiera que el nombre de Cristo es exaltado, el enemigo huye y el poder de las tinieblas se desvanece.
Algunas veces vemos la misma condición en la iglesia o en la obra. Mientras haya uno o más que tengan una vida más profunda, difícilmente los problemas pueden levantarse en la iglesia o en la obra. No obstante, una vez que esas personas se van, surgen muchos problemas. Esto se debe a que ellos, en la autoridad están tratando con el enemigo, juntamente con Cristo. La presencia de ellos subyuga al enemigo. Es como si no hubiera necesidad de tratar, pero en realidad su presencia es el trato. Por lo tanto, tratar con el enemigo es superior a pelear la guerra.
Cuando la vida de un cristiano alcanza esta etapa, cada parte de su ser llega a la madurez. El sólo espera ser arrebatado para entrar en la gloria donde está Cristo. La Biblia usa la siega de la cosecha como ejemplo del arrebatamiento de los santos. Cuando la cosecha está madura, está lista para ser segada. Por lo tanto, no debemos mirar el asunto del arrebatamiento meramente como profecía. El arrebatamiento es un asunto de vida. Mientras la vida de la iglesia o la vida de los santos crece y madura continuamente en Cristo, en cierta etapa llega a estar plenamente madura y, a los ojos de Dios, está lista para ser segada del campo del mundo y llevada al granero del cielo. Esto ocurre cuando el Señor regresa, cuando la iglesia es arrebatada (Ap. 14). Cuando seamos arrebatados, seremos llevados por el Señor a Su gloria para disfrutar la gloria junto con El. De este modo, es cumplido el propósito de la salvación de Dios.
Por lo tanto, cuando la experiencia de vida de un cristiano llega a la medida de la plena estatura de Cristo, ha llegado a su culminación. El participa de la misma posición de Cristo, reina con Cristo y juntamente con El trata con el enemigo. Todo su ser está lleno del elemento de Cristo. Excepto por el hecho de que el cuerpo no ha sido aún transfigurado en el cuerpo de gloria, todo lo demás ha llegado a su punto más alto o final. La experiencia de vida de un santo en Cristo llega así a una conclusión. Aparte de ser arrebatado y entrar en la gloria, no hay nada más que podamos desear.
(
Experiencia de vida, La, capítulo 19, por Witness Lee)