IMPARTIR A OTROS VIDA Y VERDAD
Cada vez que vamos a una reunión de hogar, debemos ir con la meta definida de suministrar la verdad y la vida a los demás. Por un lado, debemos animar a los nuevos creyentes a que hagan preguntas en las reuniones de hogar y, por otro, no debemos tener el pensamiento de que vamos a tratar a fondo sus problemas. No estamos diciendo que debamos negarnos a resolver sus problemas, sino más bien que no debemos fijarnos como objetivo resolverlos. Debemos saber que el único que verdaderamente puede beneficiar a otros es el Señor mismo. ¿Dónde se encuentra el Señor? El Señor, por un lado, se halla en Su vida y, por otro, se halla en Su verdad. Por lo tanto, cada vez que salgamos a perfeccionar una reunión de hogar, debemos tener una meta definida: impartir una verdad espiritual particular a los demás y suministrarles vida. Sin embargo, mientras laboramos en esto, no debemos negarnos a resolver sus inquietudes, pero tampoco debemos complacerlos mucho en esto. Si nos negamos a complacemos, los mataremos, pero si vamos a complacerlos respondiendo a sus preguntas, debemos determinar un límite con respecto a cuánto estamos dispuestos a hacer. Debemos ceñirnos a este límite y mantenernos dentro de él. Así podremos suministrarles vida y verdad de una manera concreta.
Podemos usar como ejemplo nuestra carga actual de ayudar a los nuevos creyentes a entender lo que es partir el pan y a ser personas que aman al Señor, le desean y le buscan. Nuestra meta es ayudarlos de tal manera que ellos experimenten un cambio decisivo en vida. Nuestro deseo es que ellos vean que partimos el pan, no porque hayamos entrado a formar parte de una religión ni porque queramos observar una ceremonia religiosa, sino porque el partimiento del pan los ayudará a experimentar un cambio decisivo en su vida, de modo que lleguen a ser personas que aman al Señor y le desean. En una reunión de cuarenta minutos, es posible que en los primeros veinticinco minutos los nuevos creyentes nos hagan diferentes tipos de preguntas. Eso está bien, porque ellos aún son niños en términos espirituales, pero nosotros debemos adherirnos firmemente a nuestra meta y al tiempo de la reunión. En los quince minutos restantes, debemos aplicarles una “inyección” para que reciban la carga que trajimos con nosotros. Es posible que para ese momento aún no hayamos resuelto sus problemas ni hayamos acabado de contestar sus preguntas; sin embargo, eso es secundario. El propósito de nuestra visita no es contestar sus preguntas ni resolver sus problemas, sino inyectarles la verdad en cuanto al partimiento del pan. De este modo, ellos podrán recibir ayuda en cuanto al partimiento del pan, ser iluminados por esta verdad y recibir el suministro de vida. Si laboramos de esta manera cada semana durante las cincuenta y dos semanas del año, con el tiempo se forjará en ellos una gran medida de suministro de vida y la luz de la verdad. En menos de un año veremos que ellos han experimentado un cambio decisivo en vida, habrán crecido en la verdad y habrán adquirido más conocimiento del Señor y de los asuntos espirituales.
Cuando perfeccionamos las reuniones de hogar, debemos tener una carga y una visión a largo plazo. De lo contrario, simplemente estaremos conduciendo una reunión, lo cual no tiene mucho sentido. Podemos comparar nuestra labor con la que realiza un maestro. Debemos enseñar a nuestros “estudiantes” temas concretos en cada lección y no ser ambivalentes, pensando que no importa lo que hagamos. Si un maestro no enseña bien, los estudiantes no mostrarán ningún progreso a largo plazo.
Debido a que la verdad entre nosotros es rica y podemos recibir el suministro de vida con facilidad, no tenemos carencia de los materiales apropiados. Por lo tanto, con mayor razón aún debemos ir a perfeccionar las reuniones de hogar paso a paso, de la misma manera en que cuidamos de nuestros hijos, considerando cuidadosamente qué alimentos darles cada día, si hemos de darles carne, pescado, verduras o quizás las tres cosas. Todos estos asuntos que hemos mencionado requieren nuestra consideración.
(Llevar fruto que permanece, tomo 1, capítulo 6, por Witness Lee)