LA NECESIDAD DE SER LIMPIADOS
En la ofrenda de paz siempre se menciona el rociar de la sangre. Como ya hemos explicado, la sangre no se rociaba en el Lugar Santísimo sino alrededor del altar, en donde la gente disfrutaba y participaba de la ofrenda de paz. Esto se debe a que necesitamos ser rociados con la sangre cuando disfrutamos a Cristo. Los hijos de Israel no tenían derecho a disfrutar del cordero pascual sin antes haber untado la sangre en el exterior de las casas (Éx. 12:7-8). Esto significa que el disfrute de Cristo está bajo la cobertura de la sangre. Cada vez que venimos a la mesa del Señor, debemos darnos cuenta de que necesitamos ser cubiertos por la sangre, la cual nos redime y nos limpia. No tenemos ningún mérito de venir a la mesa del Señor aparte de Su sangre.
Al leer detalladamente 1 Corintios 10, vemos que la intención del apóstol Pablo era mostrarnos que el altar de los tiempos antiguos era un tipo de la mesa del Señor en los tiempos neotestamentarios. El pueblo de Israel tenía el altar, y hoy en día tenemos la mesa. Ellos tenían comunión alrededor del altar, y nosotros tenemos comunión alrededor de la mesa. Nuestra mesa es el altar, y el altar de ellos era la mesa. Según la tipología del altar, vemos claramente que la sangre era rociada alrededor de los cuatro lados del altar. Mientras ellos disfrutaban lo que había sobre el altar, podían ver la sangre rociada desde cualquier lado.
Hoy en día el principio es el mismo. Cada vez que venimos a nuestro altar, que es la mesa del Señor, para disfrutar y participar del Señor, debemos darnos cuenta de que necesitamos que Su sangre sea rociada. Muchas veces los santos me han preguntado por qué cuando alabo al Señor en Su mesa, siempre menciono la sangre. Me han hecho esta pregunta no sólo en este país, sino también en otros. Si ustedes me hiciesen la misma pregunta, entonces entenderé que ustedes no se han dado cuenta de cuánto necesitamos que la sangre nos limpie. No hay duda que ya hemos sido limpiados, pero necesitamos ser lavados todo el tiempo. Aún estamos en la carne, y nuestra carne es caída. No importa cuán buena, amable, pura o limpia consideren que es su carne, sigue siendo inmunda y caída. Aun si no estamos conscientes de que somos inmundos, la carne sigue siendo inmunda. Ninguna carne puede ser justificada por el Dios santo. Por lo tanto, cada vez que venimos a tener contacto con el Señor, necesitamos la sangre que nos limpia.
Algunos dirán que han sido victoriosos por muchos meses y que en todo este tiempo no se han enojado ni una sola vez; por lo cual ellos pueden pensar que están muy limpios y puros. Pero no importa qué tan buenos pensemos que somos; todos necesitamos que la sangre nos limpie a fin de poder disfrutar a Cristo. Por consiguiente, cada vez que venimos a la mesa del Señor, necesitamos aplicar la sangre. Venir a la mesa del Señor es completamente diferente de cuando tomamos una mesa en un restaurante. Lo que se pone sobre la mesa de un restaurante son cosas comunes, pero lo que se pone sobre la mesa del Señor son cosas santas. Por otro lado, nosotros somos muy sucios. A fin de tener contacto con estas cosas santas, necesitamos que la sangre nos limpie. Cada vez que venimos a la mesa del Señor, debemos aplicar la sangre limpiadora para poder disfrutar al Señor.
(Cristo como la realidad, capítulo 19, por Witness Lee)