PARA CONDUCIR LAS REUNIONES DE HOGAR
SE REQUIERE UN CARÁCTER
QUE MANIFIESTE SERIEDAD
Cuando conducimos una reunión de hogar, la primera impresión que las personas de ese hogar se llevan de nosotros no es el mensaje que les hablamos ni cómo les enseñamos, sino la clase de personas que somos. La primera impresión que ellas se llevarán de nosotros es si somos personas frívolas o personas de peso espiritual, si somos personas descuidadas o honorables. La Biblia nos dice que los ancianos y los diáconos, como aquellos que sirven al Señor, deben tener el mismo tipo de carácter, un carácter “honorable” (1 Ti. 3:2-4, 8). La palabra honorable es muy buena, pues significa sólido, de peso espiritual y de ningún modo liviano. Algunos dirán que los jóvenes simplemente son jóvenes, y que no podemos esperar que alguien que sólo tiene veinte años de edad sea una persona seria y honorable. No obstante, recuerden que ser honorable no depende de la edad, sino de cuánto peso espiritual una persona tiene y de cuánto del elemento de vida está en ella. Si lo que hay en usted es solamente “una bola de algodón”, no tendrá peso, pero si lo que tiene en su interior es oro, será una persona de mucho peso espiritual.
Por la manera en que una persona vive podemos discernir si ella es frívola y falta de seriedad, o si es una persona honorable y apropiada. Al respecto, una persona no puede ocultar ni fingir nada. El peso interior que tengamos dependerá de lo que haya en nosotros. Si tenemos mucho de Dios como oro, ciertamente tendremos peso; pero si nuestra vida es frívola y superficial, esto se debe a que no tenemos lo suficiente de Dios en nuestro ser. Hoy en día en la iglesia, todavía tenemos ciertos hermanos de edad cuyo comportamiento da a los santos la sensación de liviandad. Por consiguiente, lo que determina que seamos personas serias y honorables no es la edad, sino el hecho de que Dios como vida se añada más a nosotros.
Debemos aprender que salir a laborar no significa actuar ni aparentar, pues es algo que depende de nuestro vivir. El peso espiritual que tengamos espontáneamente llega a ser nuestro carácter. Nosotros somos ministros del nuevo pacto, personas que han sido regeneradas, santificadas, transformadas y conformadas por Dios, e interiormente llenas de Dios. En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. A la postre, todos seremos transformados a Su imagen. La palabra imagen, tal como se usa en el Nuevo Testamento, no se refiere simplemente a una semejanza externa, sino a la expresión externa del ser interior. La expresión de lo que somos es nuestra imagen; nuestra imagen es exactamente lo que somos interiormente en nuestro ser. Por consiguiente, ser transformados a la imagen del Señor no significa simplemente vernos como Él externamente. Comúnmente, diríamos que una foto de nosotros es nuestra imagen, pero según la manera en que la palabra imagen se usa en la Biblia, una foto por sí sola jamás podría ser nuestra imagen. Nuestra imagen no es simplemente nuestra semejanza externa, sino la expresión de lo que somos.
La sociedad hoy enseña a las personas a hacer cosas de manera externa en vez de prestar atención a lo que son interiormente. Sin embargo, ser un ministro no tiene que ver con lo que hacemos, sino con lo que somos. No se trata de corregirnos o adornarnos externamente; más bien, se trata de lo que somos, de nuestro ser. A menudo oímos a la gente decir que cierta persona deja una buena impresión en los demás. Esto no se refiere simplemente a la apariencia externa de la persona, sino a la impresión que ha dado por su comportamiento. La impresión que deja el ser interior de una persona en los demás es su imagen. Hoy, el propósito por el cual salimos a diferentes lugares a laborar es permitir que las personas vean nuestra imagen, nuestro verdadero ser.
Por lo tanto, nosotros, como ministros del nuevo pacto, debemos recordar que no somos personas de la letra, de ordenanzas, de enseñanzas o de ciertos métodos, sino más bien personas del Espíritu y de vida que manifiestan peso espiritual. Esto es lo que necesitamos ser.
(
Llevar fruto que permanece, tomo 2, capítulo 7, por Witness Lee)