CÓMO DIOS USÓ A DAVID EN EL AGRANDAMIENTO
DE SU EDIFICIO
En 1 Samuel 13:14 Dios le dijo a Saúl: “Ahora tu reino no perdurará. Jehová se ha buscado un varón conforme a Su corazón”. Dios comenzó Su obra de recobrar Su edificio con David, un hombre conforme a Su propio corazón. Si nos interesa el recobro y agrandamiento del edificio de Dios, por la misericordia de Dios debemos ser hombres conforme a Su corazón.
El libro de 1 Samuel nos presenta a David no sólo como un hombre conforme a Su corazón, sino también como alguien que era joven y sin experiencia alguna. Era necesario que se llevara a cabo una obra en David y que algo se forjara en él para que llegara a ser una persona madura y con experiencia. La única manera en que él podía ser preparado era que experimentara sufrimientos. Por esta razón, Dios puso a David bajo la autoridad de Saúl. David sufrió mucho, pues experimentó muchas clases de pruebas, aflicciones y maltratos. Él llegó a ser un verdadero estudiante en los sufrimientos; aprendió la lección del sufrimiento, y llegó a ser completamente exitoso en ello. Todos los sufrimientos que experimentamos acaban con nuestra naturaleza, nuestro yo y nuestra carne. David fue completamente probado; su carne, su yo y su vida natural fueron severamente quebrantados. Usando el lenguaje del Nuevo Testamento, David aprendió las lecciones de la cruz. La vida de Abraham fue una vida de fe, pero la de David fue una vida de sufrimientos bajo las lecciones de la cruz. Si deseamos seriamente tener una vida de iglesia apropiada, y si verdaderamente nos interesa el recobro y el agrandamiento del edificio de Dios, debemos estar dispuestos y preparados para ser quebrantados a fin de aprender las lecciones de la cruz. Todos los capítulos de 1 Samuel hacen hincapié en este punto: que un hombre conforme al corazón de Dios estará sujeto a presiones severas a fin de aprender las lecciones de la cruz. La carne, el yo y la vida natural deben ser quebrantados; los motivos deben ser probados. David fue sometido al duro trato de Saúl a fin de ser quebrantado. Muchos jóvenes hoy necesitan de un “Saúl” que constantemente los quebrante, maltrate y lidie con ellos. Es necesario que seamos sometidos a pruebas y seamos quebrantados.
Debido a que David aprendió satisfactoriamente esta lección de sufrimiento, él pudo entrar en el reino. Dios tomó el reino de las manos de Saúl y se lo entregó a David. David había aprobado el examen. Sin embargo, ése aún no era el final; pues aunque pasó la prueba satisfactoriamente y obtuvo el trono, aún no era una persona adecuada para el recobro del Señor. Todavía había algo escondido en él que tenía que ser puesto al descubierto. Después de subir al trono, él se sintió capaz de hacer algo para el Señor, en lo cual podía jactarse y atribuirse el mérito. El Señor jamás permitirá que el hombre se jacte de esta manera. David concibió la idea de edificarle a Dios una casa, es decir, deseó recobrar el tabernáculo y agrandarlo. Incluso el profeta Natán, al oír del deseo que tenía David, lo alentó en este proyecto. Natán le mostró a David su aprobación de una manera natural, pero el Señor de inmediato intervino. Durante la noche le mandó a Natán que le dijera a Su siervo David que no le edificara una casa, puesto que en aquel tiempo esta acción por parte de David le habría dado motivo para jactarse, y Dios no permitiría eso. Ya vimos cómo se le dijo a David que esperara a que Dios le edificara casa; entonces de esa casa le nacería un hijo que edificaría una casa para Dios (2 S. 7:1-13). El significado aquí es que el hombre no puede gloriarse en ninguna persona sino en Dios. No se trata de lo que nosotros podemos hacer por Dios, sino de lo que Dios puede hacer por nosotros.
Después que Dios le dijo estas palabras a David, las Escrituras nos relatan dos grandes fracasos. Primero, David mató a uno de sus hombres, Urías, y además de ello, tomó la mujer de Urías (cap. 11). ¿Puede usted imaginarse que una persona como David pudiera hacer algo tan vergonzoso y pecaminoso? Si este incidente no hubiera quedado grabado en las Escrituras, usted jamás lo creería. El Señor permitió que David cometiera dicha acción pecaminosa. El Señor sin duda pudo haber intercedido y haberle impedido a David que hiciera esto, pero Dios retiró Su mano un poco de David para que su verdadera condición aflorara y fuera manifestada. Si leemos solamente 1 Samuel, podemos pensar que David era una persona perfecta y maravillosa, pero 2 Samuel pone de manifiesto su condición.
Debemos ver cuál fue el resultado y consecuencia de este fracaso. Esto es una verdadera misericordia y es muy significativo, pues del fracaso de David vino su hijo, Salomón, aquel que edificaría el edificio de Dios. Salomón, el hijo de David, nació de la mujer de Urías. Nuevamente le pregunto: ¿Puede usted imaginar que el que edificaría el templo de Dios nacería de esta pareja? En la genealogía de Mateo 1 está escrito que David engendró un hijo de la mujer de otro hombre (v. 6). La grandeza de la misericordia del Señor resplandece en este incidente, pues David fue perdonado de aquel pecado. Salmos 51 revela el arrepentimiento de David y el perdón de Dios. Por lo tanto, después que Dios perdonó a David, le dio un hijo, Salomón, quien con el tiempo edificó la casa de Dios (2 S. 12:24-25). La misericordia de Dios para con el hombre puede por sí sola ser el testimonio en cuanto a dicha casa.
Veamos ahora cuál fue el segundo fracaso de David, un fracaso que dejó su condición completamente al descubierto. David fue primeramente puesto al descubierto en el caso de Urías a fin de que aprendiera la lección de la humildad. Sin embargo, él aún era tan orgulloso que un día intentó contar el número total de Israel (cap. 24), lo cual no sólo hizo que se manifestara el orgullo que se hallaba oculto en él, sino también su falta de fe en el Señor. El Señor intervino y juzgó a David. Sin embargo, el resultado, la consecuencia, de este segundo fracaso fue realmente extraño y maravilloso. El pequeño terreno que se obtuvo a causa de su fracaso llegó a ser el lugar mismo donde se edificó el templo (1 Cr. 21:18; 2 Cr. 3:1). El resultado de su primer fracaso fue que le naciera un hijo que construiría el edificio, y el resultado de su segundo fracaso fue que se obtuvo el terreno para el edificio. Tales resultados positivos que provienen de fracasos tan negativos como éstos escapan nuestro entendimiento humano.
Después de leer 1 y 2 Samuel, debemos postrarnos delante del Señor y decir: “Señor, no tengo nada que decir. Todo esto es Tu misericordia”. De igual manera, hoy el edificio completamente edificado no será un testimonio de cuánto nosotros podemos hacer por Dios, sino de cuánto Dios ha hecho por nosotros. Debemos aprender a ser un hombre que es conforme al corazón de Dios, un hombre que ha aprendido las lecciones de la cruz, que conoce cuán pecaminoso es y lo inadecuado que es para hacer algo para el Señor. Debemos aprender la lección de la humildad; no importa cuánto seamos conforme al corazón de Dios ni cuánto hayamos aprendido las lecciones de la cruz, con todo, debemos seguir siendo humildes. Por cuidadosos que hayamos sido en el pasado o lo seamos en el futuro, tarde o temprano el Señor va a permitir que fracasemos a fin de revelar nuestra condición y humillarnos. Entonces comprenderemos que no somos nosotros sino el Señor, que no son nuestros atributos sino la misericordia del Señor, la gracia del Señor. Todos debemos aprender estas lecciones. Nunca suponga que puesto que usted ama al Señor y está aprendiendo continuamente las lecciones de la cruz, debe ser la persona indicada para edificar Su casa. ¡No! Nosotros no somos las personas indicadas. Lo que hay en nosotros tiene que salir a la luz; tenemos que experimentar ciertos fracasos. Nosotros no nos damos cuenta de lo pecaminosos que somos. Cuando todo lo que está escondido en nosotros salga a la luz, seremos diferentes. Entonces el Señor nos usará, pero la gloria no será nuestra, sino del Señor.
Si David estuviera aquí hoy, y nosotros empezáramos a elogiarlo, él inmediatamente nos detendría y diría: “Hermano, no me elogie. Lea la historia de la mujer de Urías; lea acerca del censo del pueblo. No es mi bondad, sino la misericordia del Señor. Es por Su perdón, Su misericordia y Su gracia que yo haya recibido un hijo y una pequeña parcela para la edificación del templo”.
David había aprendido las lecciones de la cruz; él había sido puesto al descubierto y había sido humillado a lo sumo. Él ya no confiaba ni se gloriaba en sí mismo, sino que en lo profundo de su ser sabía que todo se debía a la misericordia y la gracia de Dios. Éste fue el hombre que era conforme al corazón de Dios, el hombre que peleó las batallas, obtuvo victorias, preparó todos los materiales para el edificio de Dios, produjo un hijo que edificó la casa y obtuvo un terreno para el edificio. Además de todo esto, David también recibió los planos del templo. Dios proveyó el edificador, el terreno, los materiales y los planos. Lo único que quedaba por hacer era el edificio mismo.
Es por medio de una vida como la de David que todas las cosas necesarias para la edificación de la iglesia son preparadas. Si la iglesia ha de ser edificada hoy, debemos tener una vida conforme al corazón de Dios, una vida que está dispuesta a aprender las lecciones de la cruz, una vida que ha sido completamente puesta al descubierto y ha sido humillada, una vida que conoce la misericordia y la gracia de Dios y que no confía ni se jacta en su propia naturaleza humana. Es por medio de esta vida que el edificio, el terreno, los materiales y los planos del edificio de Dios son preparados. Si tomamos seriamente la vida de iglesia, debemos aplicar todos estos principios a nosotros mismos. La razón principal por la cual nos ha sido dado este grupo de seis libros del Antiguo Testamento que son tan extensos es que aprendamos estas lecciones y veamos la manera en la cual Dios recobra y agranda Su edificio.
En los pasados años, por la misericordia del Señor, yo he experimentado y observado estos principios en acción. Por otro lado, he visto a muchos queridos cristianos que buscan del Señor, quienes suponían que lo único que necesitaban para el recobro de la vida de iglesia era adquirir algunos dones pentecostales. Si bien he observado muchos casos de éstos, nunca vi a nadie que de esta manera obtuviera éxito. La vida de iglesia jamás podrá ser recobrada simplemente por medio de los dones pentecostales. Para ello se requiere una vida que haya aprendido todas las lecciones que aprendió David. Con personas así existe la posibilidad de que sea recobrada la vida de iglesia. Todos estos incidentes no son simplemente una crónica, sino tipos que nos muestran el camino a seguir para que sea recobrado el edificio de Dios hoy.
(
Visión del edificio de Dios, La, capítulo 11, por Witness Lee)