Visión del edificio de Dios, La, por Witness Lee

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EL LAVACRO

El siguiente objeto que está en el atrio es el lavacro. Pero antes de compartir sobre el significado del lavacro, debemos mostrar en asociación que el altar estaba cubierto de bronce. Este bronce provenía de los incensarios de bronce de los doscientos cincuenta israelitas que se rebelaron contra Dios y fueron juzgados con fuego. El Señor le mandó a Moisés que reuniera todos estos incensarios de bronce e hiciera láminas de bronce para cubrir el altar (Nm. 16:38-40). Esto, por supuesto, nos comunica la idea de que el altar de bronce tiene por finalidad juzgar por medio del fuego. Es muy significativo que el lavacro también fuera hecho de bronce. Sin embargo, este bronce provenía de los espejos de las mujeres que servían en el tabernáculo (Éx. 38:8). La función de un espejo es reflejar nuestra verdadera imagen y revelar así nuestra verdadera condición. A veces cuando les pedimos a nuestros hijos que se laven la cara, ellos nos contestan indignados diciendo que están limpios. En ese momento resulta útil llevarlos al espejo para que lo vean por sí mismos. De igual manera, el lavacro de bronce revela nuestra condición y nos ilumina. Entonces de inmediato sentimos la necesidad de ser limpios, y el lavacro mismo también nos limpia (40:30-32). Ésta es la verdadera obra del Espíritu Santo (Tit. 3:5). Así pues, primero nuestra condición debe quedar al descubierto, y después necesitamos ser limpiados de nuestra condición caída.

La clase de bronce que se usó para hacer el lavacro difiere del bronce que se usó para hacer el altar, pero la naturaleza de ambos es la misma. Esto significa que la obra que realiza el Espíritu Santo de revelar nuestra condición y de alumbrarnos depende del juicio de la cruz. El lavacro de bronce viene después del altar de bronce. A partir del altar de bronce se halla el lavacro de bronce. En términos espirituales, esto significa que la función del lavacro proviene del altar. El juicio siempre nos alumbra. Cuando somos juzgados, somos alumbrados. Cuanto más somos juzgados por la cruz, más el Espíritu Santo nos alumbra y nos pone al descubierto. Si no aplicamos la cruz a nosotros mismos, siempre diremos: “Estoy bien; no hay nada malo con respecto a mí”. Si ésta es nuestra actitud, el Espíritu Santo nunca nos revelará nuestra condición, y simplemente permaneceremos en tinieblas. Pero cuando apliquemos la cruz, diciendo: “Oh, soy tan pecaminoso; no sirvo para otra cosa que morir. Tengo que morir y, de hecho, ya morí”, en seguida el Espíritu Santo sacará a luz lo que se halla oculto en nuestro ser. Nos mostrará que estamos mal con respecto a este asunto, que obramos de manera corrupta con respecto a aquello y que en muchos otros aspectos estamos contaminados. Cuanto más apliquemos la cruz, más seremos alumbrados por el Espíritu Santo. El lavacro viene después del altar, pues ambos son de bronce. En el altar de bronce tenemos la experiencia de ser juzgados, y en el lavacro de bronce tenemos la experiencia de ser alumbrados y limpiados. Debemos juzgarnos a nosotros mismos; ésta es la única manera de experimentar el edificio de Dios.

Nadie sabe cuáles eran las dimensiones del lavacro. Esto significa que la obra del Espíritu Santo de revelar nuestra condición, de alumbrarnos y de limpiarnos es ilimitada e inconmensurable. Entre todos los enseres del tabernáculo, no se proveen las medidas de dos de ellos: el lavacro y el candelero. Esto significa que ambos son inconmensurables e ilimitados.

El problema fundamental y el asunto principal hoy es que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que podemos hacer tiene que ser puesto sobre el altar, es decir, tiene que ser puesto en la cruz. Una vez que seamos juzgados, redimidos y nos hayamos consagrado, estaremos continuamente en la posición en la cual la luz resplandecerá sobre nosotros. El Espíritu Santo continuamente sacará a luz nuestra condición y nos alumbrará y limpiará. Cuando pasamos por el altar de bronce y por el lavacro de bronce de esta manera, realmente experimentamos el juicio de Dios. Ésta es la primera experiencia que tenemos del edificio de Dios. No servimos para otra cosa que ser juzgados, y tenemos que experimentar de manera concreta este juicio.

(Visión del edificio de Dios, La, capítulo 5, por Witness Lee)