EL REINO ES EL REINADO DEL SEÑOR,
Y NO EL NUESTRO
No mucho después de ser salvos, aunque quizás no llegamos a escuchar muchos mensajes sobre el reino, a menudo sentimos cierta clase de restricción en nuestra experiencia. En 1942 en el lugar donde yo laboraba en el norte de China, había una joven que tenía un carácter muy fuerte. Su hogar estaba en Chifú, pero ella asistía a una universidad en Shanghái. Ese año ella regresó de Shanghái durante las vacaciones de verano. En aquellos días la iglesia en mi localidad fue muy bendecida con la presencia del Señor. Su madre y sus primas habían llegado a ser hermanas entre nosotros. Ellas la invitaron a que viniera a nuestras reuniones. Durante esa semana estábamos teniendo reuniones del evangelio, y había un gran número de asistentes. Una noche mientras estaba en el podio, noté a alguien que se destacaba entre los demás. En esos días casi todas las mujeres que venían a escuchar el evangelio tenían peinados similares, pero había alguien cuyo peinado era como una torre elevada; era esta joven. En aquella época se había puesto de moda entre las mujeres cierto peinado, pero la mayoría de ellas todavía conservaba su cabello bajito. Así que, esta joven era la única que tenía una torre elevada en su cabeza, y por eso de inmediato llamaba la atención.
Mientras predicaba el evangelio en la reunión, temía mirarla, porque se veía muy peculiar, y su apariencia física era una distracción para el evangelio. Ella vino a escuchar el evangelio el primer día y también el segundo. Cuando ella vino el tercer día, la capa más elevada de su “torre” había desaparecido. Esto se convirtió en el tema de conversación de la gente. Debido a que su anterior apariencia era extraña y fuera de lo común, naturalmente su “torre” derribada atrajo la atención de la gente. Más tarde, le pregunté a su prima por qué su “torre” había desaparecido, y me enteré de que era porque había creído en el Señor. Entonces a propósito le pregunté a su prima: “Creer en el Señor y la salvación son experiencias internas; ¿por qué habría de cambiar algo externo de ella?”. Su prima contestó: “No sabemos lo que le ha ocurrido, y no nos atrevemos a preguntarle, pues ella es una persona de un carácter muy fuerte”.
Poco después de esas reuniones del evangelio ella llegó a ser una hermana en la vida de iglesia. Cuando la vi de cerca, noté que todo su maquillaje había desaparecido. Algún tiempo después también su ropa cambió. Sus parientes y sus amigos me contaron: “Todo ha cambiado. Ella se deshizo de toda su ropa del pasado. Ella compró nuevas telas y se buscó sastres que le confeccionaran nueva ropa”. Entonces pregunté por qué ella había experimentado ese cambio. Ninguno de los hermanos que daban mensajes había tocado el tema de la apariencia física. En nuestras reuniones del evangelio, en ningún momento se mencionó nada acerca de su peinado. ¿Por qué ella había mostrado ese cambio?
Seis meses después, en 1943, hubo un avivamiento muy prevaleciente. Todos se pusieron en pie uno a uno en la reunión para dar su testimonio y consagrarse al Señor. Al comienzo de una de las reuniones, esta hermana se puso en pie. Después que se puso en pie, ella dijo: “Yo soy un hijo pródigo que ha regresado a la casa del Padre”. Antes de haber terminado de decir esto, empezó a llorar. Todos los asistentes también empezaron a llorar, y nadie dijo nada. Ella permaneció de pie, secándose las lágrimas y testificando de cómo fue salva, cómo cambió, cómo se deshizo de todas sus pertenencias y cómo el Señor estaba obrando en ella ahora. En mi interior adoré al Señor de todo corazón. Éste es el evangelio, ésta es la salvación, ésta es la iglesia y esto es lo que significa ser un cristiano. Nadie le había dado enseñanzas externas, pero ella tenía el reinado y gobierno del Señor interiormente. Fue el Señor quien le exigió cambiar su apariencia física. Éste es el reino del Señor.
Yo le pregunté al hermano que había cuestionado la palabra severa acerca del maquillaje: “¿Cree usted que todos los hermanos y hermanas me escuchan a mí? ¿Las hermanas arreglarían su cabello como una torre simplemente porque yo les digo que lo hagan? ¿Dejarían su torre simplemente porque yo les mando que lo hagan? Por supuesto que no. Ello depende enteramente de que el Señor Jesús reine en ellas. Tal vez usted no le permita reinar, y tal vez yo no le permita reinar; pero entre todos los que son salvos, debe haber algunos que sí le permitirán reinar”. Los que le permiten reinar son Sus discípulos que son adiestrados, enseñados, disciplinados y regidos por Él en Su reino. Ellos están sujetos a Su autoridad. Su vivir, andar y conducta declaran: “Jesús es mi Rey, Cristo es mi autoridad. Yo soy Su reino y estoy sujeto a Su autoridad. Otros tal vez hagan ciertas cosas, pero yo no. Tal vez a ellos se les permita hacer ciertas cosas, pero no a mí. Tal vez hagan lo que les place, pero yo no puedo, porque hay una autoridad, un trono y un reino en mí. Hay una esfera celestial, un Rey entronizado y Aquel que me gobierna interiormente”. Eso es lo que significa ser un cristiano, un discípulo, y ésta es la realidad del reino.
(
Lo que el reino es para los creyentes, capítulo 6, por Witness Lee)