NOS CONSAGRAMOS
PARA QUE EL SEÑOR REINE EN NOSOTROS
Muchos cristianos confiesan que no mucho después que fueron salvos, el Espíritu del Señor Jesús les pidió que le permitieran tener cabida en ellos. Sin embargo, cuando tuvieron este sentir interior de permitirle al Señor Jesús tener cabida y reinar en ellos, empezaron a considerar el precio que tendrían que pagar, temiendo lo que sucedería después que se entregaran al Señor y Él verdaderamente reinara en ellos. Una vez una pequeña niña de diez años de edad fue verdaderamente salva. Un día le preguntamos: “¿Eres salva?”, a lo cual contestó: “Sí, soy salva”. Entonces le preguntamos: “¿Tienes la vida del Señor?”. Ella respondió con confianza: “Sí, tengo la vida del Señor”. Le continuamos preguntando: “¿Amas al Señor?”. Ella dijo: “Sí, amo al Señor”. Entonces le preguntamos: “¿Por qué amas al Señor?”. Ella respondió: “Porque el Señor Jesús murió por mí”. Al decir esto, ella derramó lágrimas. Continuamos preguntándole: “¿Cómo expresas tu amor por Él?”. Para nuestra sorpresa, ella respondió: “Lo amo, pero no me atrevo a expresarlo”. Su respuesta fue muy significativa. Le preguntamos: “¿Por qué?”. Ella dijo: “Nuestro maestro en las reuniones de niños nos dijo que si amamos al Señor Jesús, debemos entregarnos a Él. Si amamos al Señor Jesús, tenemos que consagrarnos a Él; eso es una muestra de nuestro amor a Él. Además, Él no está contento si le damos cualquier cosa; lo único que a Él le agrada es nosotros mismos. Nuestro maestro también nos dijo que a diferencia de nosotros el Señor Jesús no ama el dinero; Él ama únicamente nuestra persona. Así que si nos entregamos a Él, Él estará muy contento”. Este maestro tenía mucha experiencia, pues podía hablar muy bien y tocar el sentimiento de los niños.
Entonces le pregunté a la niña: “¿Por qué temes entregarte a Jesús?”. Ella dijo: “Porque me gusta ponerme ropa muy bonita”. Le dije: “No importa si te gusta ponerte ropa bonita. Al Señor Jesús también le gusta que te pongas ropa bonita”. Ella respondió: “Pero temo que si me entrego al Señor Jesús, un día él no quiera que use ropa bonita. ¿Qué debo hacer entonces? Es por eso que no puedo entregarme a Él”. Aunque esto es simplemente una historia infantil, usted y yo hemos sido como esa niña.
En 1932 y 1933 yo tuve la misma experiencia de esta niña. En aquel tiempo yo verdaderamente sabía que el Señor Jesús quería que me entregara a Él. Si me hubieran preguntado: “¿Ama usted al Señor Jesús?”. Habría contestado sin vacilar: “Amo al Señor Jesús. Él murió por mí para ser mi Salvador. Por eso lo amo”. Pero si me hubieran preguntado: “Puesto que lo ama, ¿cómo le expresa su amor?”. Yo le habría dicho: “No importa de qué forma se lo expreso, a Él no le gusta. Intenté leer la Biblia, orar y ofrecerle riquezas materiales, pero a Él no le gustaron ninguna de esas cosas”. Yo tenía claro en mi interior que el Señor en aquel tiempo me estaba diciendo: “Lo único que quiero eres tú y nada más. Tienes que dejar tu trabajo y todo lo que posees y entregarte a Mí. Tu persona es lo único que quiero”. Por esa razón, por un período de casi dos años no me atreví a decir: “Señor, me consagro a Ti”. No me atrevía a decir eso porque temía que el Señor me respondiera: “Muy bien, entonces deja tu trabajo y sírveme a tiempo completo”. Aquello era una dolorosa experiencia para mí. Yo sabía que tenía que creer en el Señor Jesús y que tenía que amarlo; no obstante, lo amaba sin poder atreverme a expresarlo.
Hoy muchos cristianos tienen esta clase de experiencia. Si usted les pregunta: “¿Has creído en el Señor Jesús?”, ellos dirán: “Sí, he creído en el Señor”. Si les pregunta: “¿Amas al Señor?”, ellos dirán: “Sí, yo amo al Señor”. Si continúa preguntándoles: “¿Cómo expresas tu amor por el Señor?”, ellos no se atreverán a responder. Esto revela que hay un problema. Debido a que el hombre ha sido engañado por Satanás, no está dispuesto a permitir que el Señor Jesús establezca Su reino en él. El evangelio nos salva para que lleguemos a ser el reino del Señor. Dios nos regenera con Su vida para que tengamos el trono de Su Hijo en nosotros. No somos salvos para ir al cielo, sino para llegar a ser un reino. Satanás busca derribar la autoridad de Dios en el universo. Él no está dispuesto a permitir que la autoridad de Dios sea traída a la tierra. Así que mientras tanto, él también usurpa la tierra entre la gente mundana para que el reino de Dios no pueda venir a la tierra ni sea ejercitada Su autoridad entre los hombres. Pero Dios, al permitir que Su Hijo muriera por el hombre, resucitara de entre los muertos, limpiara los pecados del hombre con Su sangre y lo regenerara con Su vida, introduce Su trono, Su autoridad y Su reino en los que son salvos a fin de que ellos tengan interiormente Su autoridad y lleguen a ser Su reino.
De un modo general, todos los que son salvos constituyen el reino de Dios. La iglesia es el lugar donde Dios ejerce Su autoridad, y el trono del Hijo de Dios está establecido entre las iglesias. Por lo tanto, Su autoridad y Su reinado deben tener cabida en todos los santos. No obstante, muchos santos han sido engañados. Aunque todos interiormente poseen la vida de Dios y al Señor mismo, así como Su trono, Su autoridad y Su reino, muchos no están dispuestos a someterse a la autoridad del Señor, ni a permitir que el Señor se siente en el trono en su interior, ni tampoco a que Él establezca Su reino y obtenga Su dominio en su ser. A pesar de que escuchan los mensajes, asisten a las reuniones, estudian la Palabra y oran, no le ceden al Señor Jesús la autoridad en su interior. Debemos comprender que si ésta es nuestra situación, no podremos ser cristianos vivientes ni fuertes, el poder del Señor Jesús no podrá expresarse por medio nuestro y la vida divina no podrá impartirnos el suministro.
Apocalipsis 22 nos muestra que el río de agua de vida sale del trono de Dios y del Cordero (vs. 1-2). Por lo tanto, cuando Dios y el Cordero son entronizados en nuestro ser y pueden gobernar y reinar en nosotros, esta vida se manifestará como el poder que nos imparte un suministro interiormente. Supongamos que estamos débiles y le decimos al Señor: “Señor, fortaléceme”. Esta clase de oración jamás funcionará. Todo cristiano puede testificar que esta clase de oración es ineficaz. Los que siempre le dicen al Señor: “Señor, soy débil; te pido por favor que me fortalezcas”, saben que el Señor nunca fortalece a las personas. ¿Por qué? Porque el Señor desea únicamente establecer Su trono en nosotros; a Él únicamente le interesa tener la autoridad, tener cabida, en nosotros, y ejercer dominio en nosotros. Nosotros debemos permitir que Él obtenga el dominio. Dios ya lo hizo a Él Señor y Cristo, y le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra. El universo entero es Su dominio; nosotros somos los únicos que no le cedemos la autoridad. Dios lo hizo Rey, pero sólo nosotros no lo honramos como Rey. En vez de ello, nosotros somos nuestro propio rey y hacemos todo por nosotros mismos. Hasta el día de hoy Cristo no tiene cabida en nosotros; nuestro ser interior no es el dominio de Cristo, sino nuestro propio dominio. En todas las cosas nosotros somos el señor, estamos en control y tenemos la última palabra. Por lo tanto, el Señor Jesús se ve estorbado en nosotros. Él es el Señor que ha sido entronizado en el cielo, pero no ha sido entronizado en nuestro corazón. A pesar de ello, nosotros todavía le pedimos que nos ayude. Naturalmente, es imposible para Él hacer lo que le pedimos.
(
Lo que el reino es para los creyentes, capítulo 4, por Witness Lee)