LOS CRISTIANOS DEBEN SOMETERSE
AL GOBIERNO CELESTIAL
En la mesa del Señor, a menudo escuchamos las alabanzas de los santos cuando oran: “Señor, te damos gracias y te alabamos por depositar Tu vida en nosotros”. Sin embargo, nunca he escuchado a ningún hermano o hermana que diga: “Señor, te doy gracias y te alabo por introducir Tu trono en nuestro ser”. Si tenemos el sentir apropiado con respecto a nuestra salvación y vemos el reino claramente, le diremos al Señor: “Señor, te damos gracias y te alabamos porque no sólo nos has dado Tu vida, sino que también has introducido Tu trono en nuestro ser”. Creo que después de ofrecer esta alabanza en la mesa del Señor, todo nuestro ser cambiará porque el trono nos gobernará interiormente. Cuando estemos a punto de contar un chiste, el trono nos gobernará. Si estamos a punto de criticar y juzgar los demás, poniendo al descubierto sus debilidades, el trono nos gobernará interiormente. Si estamos a punto de enojarnos con nuestros padres o nuestros hijos, en cuanto empecemos a enojarnos, el trono nos gobernará.
Es terrible que los cristianos hoy en día parezcan temerle a todo el mundo menos a Dios. Si los cristianos hoy le temieran a Dios como le temen a la policía, todos serían cristianos apropiados. Yo he visto a muchos cristianos que verdaderamente son salvos e incluso son bastante fervientes, pero no temen a Dios. Ellos le temen a la policía más que a Dios.
Cuando los japoneses invadieron a China y ocuparon mi ciudad natal de Chifú, un día un policía militar japonés nos informó que teníamos que asistir a una reunión al día siguiente a las 8:00 a. m. Esa mañana nadie se atrevió a llegar tarde. De hecho, todos llegaron a las 7:30 a. m. y asistieron a la reunión guardando mucha compostura. La manera en que ellos asistieron a esa reunión fue mucho mejor que la manera en que nosotros asistimos a nuestras reuniones hoy. ¿Por qué lo hicieron así? Porque todos le temían a la policía militar japonesa. Sin embargo, en nuestras reuniones pareciera que Dios puede fácilmente ser ignorado. Es por ello que nuestra situación es diferente. Pese a que los hermanos responsables siempre anuncian que debemos llegar temprano a las reuniones, los santos con frecuencia llegan tarde. Al parecer, cuanto más cerca viven del salón de reuniones, más tarde llegan.
Si un día unos policías militares japoneses vinieran a notificarnos que todos tenemos que asistir a una reunión a las 5:00 a. m. a la mañana siguiente, ¿cree usted que alguien se atrevería a llegar tarde? Pero después que les decimos a los santos: “Ustedes deben levantarse temprano y leer la Palabra del Señor”, ellos tal vez digan: “No pude dormirme sino hasta las 11:00 p. m. Así que en verdad no puedo levantarme en la mañana”. Otros dirán: “No me he estado sintiendo bien últimamente; así que en verdad no puedo levantarme temprano”. Sin embargo, si unos policías militares japoneses vinieran a su casa, en cuanto oyeran los pasos, no se atreverían a dar ninguna excusa. Si les dijeran que tienen que ir a una reunión a las 5:00 a. m., probablemente llegarían a las 4:30 a. m. Quisiera preguntarles: “¿Es esta clase de cristiano un cristiano apropiado?”.
Cuando no nos sometemos ni cedemos a Dios, y rehusamos ser restringidos por Dios, ¿tenemos paz interiormente? ¿Somos cristianos gozosos? Es por ello que tememos orar con otros. En el momento de orar, usted quiere que yo ore y yo quiero que usted ore. Ninguno de los dos podemos abrir nuestra boca. También es por eso que tememos que los hermanos y hermanas vengan a visitarnos, pues cuando vengan, tendremos que orar con ellos. ¿Por qué tememos orar? Porque sentimos que no queremos estar cara a cara con Dios. Sabemos que lo hemos ofendido y resistido. Él muchas veces nos manda, nos pide que hagamos cosas e incluso obra en nosotros, pero nosotros no respondemos a Él ni estamos dispuestos a someternos a Él. Nos oponemos a Él y no nos sometemos a Él, ni en las cosas grandes ni en las pequeñas. Por lo tanto, nuestro espíritu interiormente es un espíritu abatido, un espíritu afligido. No hay paz ni gozo en nuestro interior, y no podemos alabar a Dios ni darle gracias.
Si en nuestra vida diaria estamos dispuestos a someternos a la autoridad celestial en las cosas grandes y pequeñas, y permitimos que el trono en el cielo reine en nosotros, cada vez que oremos, nuestro espíritu estará gozoso y nuestra boca estará llena de alabanzas. Al mismo tiempo, daremos gracias a Dios en cada oportunidad. Nuestro espíritu estará lleno de gozo porque hemos permitido que Dios reine en nosotros. Seremos personas que están en el reino y que tienen parte en el reino, y la autoridad celestial del reino estará en nosotros.
Debemos entender que cada persona salva no sólo tiene la vida de Dios en su interior, sino también la autoridad de Dios, el trono de Dios. En otras palabras, el reino está en nosotros. El reino es Cristo, así como también el Espíritu Santo. Él es la autoridad reinante. Él es Cristo, el Señor de señores y el Rey de reyes. Donde Él está, allí también está el trono. Donde Él está, allí también está la autoridad. Donde Él está, allí también está el reino. ¿Ha sido usted salvo y ha recibido a Dios? ¿No tiene la vida de Dios en usted? ¿No está el Espíritu Santo en usted? ¿No está Cristo en usted? Ello es suficiente. Éste es el trono, ésta es la autoridad, éste es el reino de los cielos y éste es el reino.
Ahora la pregunta es ésta: ¿nos someteremos al Señor? No creo que ninguno de nosotros diría: “No me voy a someter”. Sin embargo, en nuestra verdadera condición muchas veces nos comportamos de forma relajada y somos obstinados. Si alguien dijera que nunca nos hemos sometido a Dios ni hemos sido gobernados interiormente por el trono, sentiremos que hemos sido calumniados. Después de todo, podemos testificar que en ciertos asuntos no nos atrevemos a ser descuidados porque hay una autoridad, un trono, un gobierno, en nuestro interior, y nos sometemos a ello. Sin embargo, son muchas más las cosas en las que hacemos caso omiso del trono.
Por ejemplo, muchos hermanos y hermanas actúan descuidadamente cuando se enojan, cuando se aíran, cuando critican a otros, cuando envidian a otros, cuando odian a otros y también en la manera en que hacen las cosas. Estas situaciones muestran que no estamos bajo el gobierno y restricción del cielo, con lo cual anulamos la autoridad celestial en nosotros. Sin embargo, después de cierto tiempo el Espíritu Santo viene nuevamente. Él es la autoridad —los siete Espíritus que están delante del trono— y Él desea reestablecer el trono en nosotros. Siempre y cuando nosotros le demos una pequeña oportunidad, comprenderemos que el trono, el gobierno, la autoridad y el reino todavía están en nosotros. Desde el día de nuestra salvación, el reino y la autoridad siempre han estado en nosotros. La pregunta es si nos sometemos o no.
(
Lo que el reino es para los creyentes, capítulo 2, por Witness Lee)