ELIMINAR TODO IMPEDIMENTO
PARA LLEVAR UNA VIDA FRUCTÍFERA
Lo que necesitamos no es decidir esforzarnos por traer alguien al Señor cada año. No es esto lo que queremos decir. Más bien, todos debemos llevar una vida cristiana apropiada, una vida sin distracciones, sin obstáculos y sin adicciones. Debemos orar diciendo: “¡Oh, Señor Jesús! Por Tu misericordia y mediante Tu gracia estoy aquí absolutamente para Ti. No tengo deseos, gustos, aversiones, adicciones ni frustraciones. No tengo nada sino a Ti, Señor. Si Tú me das algo, lo tomaré; pero si no me lo das, no lo deseo. No me importa llevar el pelo largo o corto. Como ser humano que soy, necesito algo con qué cubrirme y no quisiera dar la impresión de ser una persona descuidada. Sin embargo, no amo mi saco ni mi corbata. Asimismo, me afeito cada mañana porque deseo ser una persona correcta y no dar a la gente una impresión errónea, pero no es que ame afeitarme o no afeitarme. No amo ninguna otra cosa, Señor. Sólo te amo a Ti, y si amase algo más, te pido que lo podes”. Si oramos de este modo, seremos refrescados y llevaremos una vida que produce fruto. No logramos esto por medio de nuestro esfuerzo, actividad o voluntad, ni al tomar la resolución de llevar a otros al Señor. Esto no dará resultado, y aun si diera algún resultado, el fruto producido solamente correspondería a lo que somos en nosotros mismos. Tenemos que ser podados por el Señor. Éste es un asunto muy serio. No somos personas afanadas con cierta “santidad”, como los Amish, a quienes sólo se les permite vestirse de ciertos colores. Nosotros simplemente deseamos llevar una vida cristiana apropiada.
Hace más de 40 años, cuando me encontraba en Shanghái, un grupo de misioneros jóvenes vino a China con la Misión al Interior de China, muchos de los cuales eran hermanas. Algunas de las hermanas mayores que habían estado en Shanghái por un tiempo aprendieron lo que un misionero occidental debía hacer para convencer a los chinos conservadores. Sin embargo, las más nuevas, las hermanas más jóvenes, llegaron de Inglaterra con sus faldas apenas debajo de la rodilla. Para aquel entonces eso se consideraba un estilo muy moderno, e incluso algunas personas lo consideraban pecaminoso. Había una hermana mayor que amaba al Señor y había laborado en China durante muchos años. Ella se dio cuenta de que todas estas jóvenes misioneras inglesas que llevaban faldas cortas nunca podrían ser fructíferas. Los chinos obstinados y conservadores dirían: “¿Qué es esto? Usted es una inmoral. ¿Por qué debemos escucharla?”. No obstante, ella no se atrevió a decirles nada. En lugar de eso, les servía té todas las tardes. Entonces mientras las hermanas jóvenes se sentaban alrededor de ella disfrutando del té, ella se acomodaba la falda, que era más larga. Las jóvenes la vieron hacer esto, y entonces se percataron que sus piernas estaban descubiertas, lo cual provocó que ellas se sintieran incómodas. Puesto que todas estas misioneras jóvenes amaban al Señor, fueron convencidas. El Señor las tocó, y ellas tomaron medidas en cuanto a su vestido. Si no hubieran hecho esto, quizá no hubieran tenido paz para orar. Si hubieran dicho: “Señor, salva a la gente de China”, el Señor les habría dicho: “Déjame salvarte a ti primero. Luego contestaré tu oración por China”. Esto no era un simple cambio exterior, sino que el Señor las tocó en su interior. De esta manera, su predicación del evangelio a los chinos se convirtió en un vivir y no meramente en un trabajo.
Hacer de nuestra predicación un trabajo es algo muy pobre. Cuando predicamos no estamos realizando un trabajo, sino que estamos llevando una vida. Por tanto, si algo entorpece nuestra comunión con el Señor, debiéramos decir: “Señor, poda esto. Te doy la libertad para que lo cortes”. Éste es el significado de la palabra del Señor: “Todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto”. En el recobro del Señor no acostumbramos tener regulaciones. Según mi propia conciencia, no podría fumar un cigarrillo y luego participar de la mesa del Señor. Sin embargo, nunca hemos impuesto una regulación que impida fumar. No creemos en las regulaciones, pero tampoco creemos que quienes fuman puedan tener el mejor recordatorio del Señor en Su mesa. Asimismo, no creemos que quienes aman ir de compras puedan tener el desbordamiento de la vida interior que produzca fruto. Por lo tanto, no deseamos fomentar, cargar o animar a nadie para que tengan un mero trabajo de predicación del evangelio. En cambio, lo que necesitamos en el recobro del Señor es que muchos santos queridos que aman al Señor y toman en serio las cosas del Señor, sean uno con Él de manera constante. Debemos orar: “Señor, soy uno contigo al ir de compras. Cualquier cosa que no desees comprar, yo tampoco deseo comprarla. Si deseas comprar algo, lo compraré sólo porque Tú eres quien lo compra”. También debemos decirle: “Señor, no me interesa si llevo el pelo corto o largo, si tengo barba o no la tengo. Sólo me interesas Tú y lo que Tú deseas. En toda mi vida, como alguien a quien Tú has salvado y sometido a Tu obra transformadora, no hay nada que me guste ni me disguste. No tengo amor por ninguna otra cosa. Mi amor es sólo por Ti. Deseo que podes todo lo que no es de Ti”. Si ésta fuera siempre nuestra actitud, seríamos pámpanos podados.
Un pámpano que es podado siempre tiene sus retoños frescos, nuevos y tiernos, los cuales producen fruto. Aquellos que cuidan de los viñedos saben que los pámpanos de las vides producen fruto sólo a partir de los retoños que están frescos. Todos debemos tener “retoños frescos”. Si las hermanas que aman tener muchos pares de zapatos dijeran: “Señor, pódame en este asunto”, y le permitieran al Señor hacerlo, ellas tendrían un “retoño” tierno, lleno de frescura y novedad, que produciría un buen racimo de uvas. No es necesario decir que debemos tomar medidas en cuanto a los asuntos pecaminosos. En el recobro del Señor todos odiamos lo pecaminoso. No obstante, aún nos aferramos a muchos otros asuntos que no son pecaminosos. Tales asuntos nos llenan de muerte aun cuando procuremos predicar el evangelio y traer personas al Señor. El Señor no honrará mucho esta clase de esfuerzo. Ésta es la razón por la que todos debemos acudir al Señor, no para expresar un deseo o una resolución, sino para tratar cabalmente con el Señor. Debemos presentarnos nosotros mismos en el altar y decir: “Señor, quita mi cubierta, córtame y brilla en mí. Ponme al descubierto y muéstrame la verdadera situación en cuanto a mis preferencias y aversiones”. Entonces, si aceptamos que el Señor nos ponga al descubierto y nos alumbre, y tratamos cabalmente con Él, seremos fructíferos.
(
Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, La, capítulo 5, por Witness Lee)