LLEGAR A SER MADRES QUE AMAMANTAN
Y PADRES QUE EXHORTAN
Como hicimos notar en el capítulo anterior, el servicio en la iglesia no tiene como fin principal hacer ciertas cosas, sino cuidar de las personas. El entrenamiento actual no tiene como objetivo hacernos más capaces para ser líderes, para servir de ujieres o para acomodar las sillas. No tengo ninguna intención de conducir tal clase de entrenamiento. El servicio de acomodar las sillas no tiene como fin meramente acomodar las sillas, ni el servicio de los ujieres es un fin en sí mismo. Si sólo nos limitamos a hacer un buen trabajo en los asuntos prácticos, mas no cuidamos de las personas, habremos fracasado. Es así como funcionan las empresas del mundo. Todo cuanto hacemos en la vida de iglesia debe estar dirigido al cuidado de las personas. Es fácil realizar tareas prácticas, pero cuidar de las personas es mucho más difícil. Si una hermana nos pide que limpiemos su casa, tal vez lo hagamos en medio día; pero si nos pide que cuidemos de sus hijos, ciertamente nos negaríamos a hacerlo, porque eso no es algo que llevamos “en nuestra sangre”. Antes de que una hermana se case es muy difícil hacer que se someta a ciertas normas. Pero después que se casa y tiene hijos, no es necesario imponerle normas. Sus hijos serán muy hábiles en regularla, y ella también está dispuesta a ser regulada. Anteriormente ella quizás hubiera rehusado hacer cualquier tarea en la que tuviera que ensuciarse, pero ahora ella gozosa hace el trabajo más sucio. Esto se debe a que ahora tiene “sangre” de madre. Ella lo hace porque ama a sus hijos.
En 1 Tesalonicenses 2:7 dice: “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos”. Cuidar con ternura no significa simplemente realizar un trabajo o negociar; más bien, significa cuidar de una persona viva. El versículo 11 dice: “Así como también sabéis que hemos sido para cada uno de vosotros como un padre para sus hijos, exhortándoos y consolándoos y dando testimonio”. Pablo alimentaba a los tesalonicenses al igual que una madre y los exhortaba al igual que un padre. El apóstol no era un hombre de negocios ni un director de escuela. Él era una madre que amamantaba y un padre que exhortaba. Él tenía interés en las personas. Si no tenemos interés en las personas, ello significaría nuestro fin en cuanto al servicio en la iglesia, pues no seríamos aptos para servir. No debiéramos decir que únicamente el apóstol Pablo podía ser tal clase de persona. Lo que el apóstol hizo constituye un ejemplo para todos los creyentes. Nosotros no somos apóstoles, pero tenemos que ser como madres que amamantan. Incluso los hermanos tienen que alimentar a otros como lo haría una madre, y las hermanas también deben exhortar a otros como lo haría un padre. Esto no depende de si somos varones o mujeres, sino de la clase de corazón que tenemos. Una hermana puede tener el corazón de un padre, y un hermano el de una madre.
Este pasaje nos muestra qué clase de persona era el apóstol Pablo en el servicio al Señor. Él no se consideraba una persona importante. Él se consideraba a sí mismo como una pequeña madre que amamanta y como un padre que exhorta y consuela. Su corazón era el de una madre y un padre (2 Co. 12:14-15). El corazón de una madre está centrado completamente en cuidar de sus hijos, y el corazón de un padre, en criarlos. Aun si una madre mantiene su casa limpia y en orden, ella se sentiría culpable si descuidara a sus hijos. Cuidar de sus hijos es su primera prioridad, mientras que limpiar su casa es la última prioridad. En el servicio en la iglesia todos debemos tener tal corazón. Estrictamente hablando, no nos importa cuidar del mantenimiento de las sillas. Lo que verdaderamente nos importa es preservar a las personas. El cuidado que tengamos por las sillas no entrará en la Nueva Jerusalén, pero el cuidado que les brindemos a las personas permanecerá para siempre.
Me temo que muchos de nosotros en el servicio de la iglesia nos preocupemos únicamente por el aspecto práctico del servicio, y no por las personas mismas. Necesitamos de la misericordia del Señor para ejercitar apropiadamente nuestro corazón. Ésta es una gran prueba para nosotros. Algunos de nosotros hemos nacido con tal inclinación y no cuidamos de los demás. Ésta es nuestra manera de ser natural. ¡Aleluya, al nacer de nuevo esto cambió! No hemos vuelto a nacer en una familia natural, sino en la iglesia. Éste es otro nacimiento que conlleva otra manera de ser que es absolutamente diferente. La manera de ser de nuestro nuevo nacimiento sacrifica nuestro yo, nuestra alma e incluso nuestra propia vida a fin de cuidar de otros.
(
Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, La, capítulo 2, por Witness Lee)