Estudio-vida de Ezequiel, por Witness Lee

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EL FUEGO

Ezequiel vio que la nube por encima estaba cubierta de fuego que centelleaba incesantemente. Esto también es algo que corresponde con nuestra experiencia espiritual. Cuando el viento tempestuoso viene de parte del Señor y la presencia del Señor que nos cubre permanece con nosotros, percibimos que algo dentro de nosotros resplandece, escudriña y arde. Al estar bajo tal resplandor, iluminación, escudriñamiento y ardor, quizás comprendamos que estamos equivocados en ciertos asuntos. Por ejemplo, tal vez nos demos cuenta de que nuestra actitud con respecto a cierto hermano es errónea. Bajo el resplandecer y escudriñar de la presencia del Señor somos puestos al descubierto, y nos condenamos a nosotros mismos y confesamos nuestras carencias. Entonces, el fuego escudriñador incinerará las cosas negativas dentro de nosotros.

El fuego que vio Ezequiel representa el poder ardiente y santificador de Dios. Todo lo que no corresponde con la naturaleza santa de Dios y con Su santa manera de ser, tiene que ser eliminado por el fuego. Únicamente aquello que corresponda con Su santidad podrá pasar por Su fuego santo. Esto puede ser confirmado por nuestra experiencia espiritual. El Espíritu Santo viene a convencer a las personas de pecado, justicia y juicio (Jn. 16:8). Siempre que el Espíritu Santo nos toca y hace que confesemos nuestros pecados y oremos, percibiremos que necesitamos ser santificados y que toda corrupción sea purgada de nuestro ser. Comprenderemos que todo cuanto no corresponde con la santidad de Dios tiene que ser eliminado por el fuego. Si alguien dice haber sido visitado por Dios, pero no tiene ningún sentir con respecto a sus propios pecados e iniquidad, esa persona no ha sido verdaderamente tocada por el Espíritu de Dios. Siempre que Dios visita a alguien, Su fuego santo también vendrá a fin de consumir todo lo negativo que haya en esa persona. Este fuego ardiente también hace que seamos iluminados. Cuanto más arda en nuestro ser el fuego del Espíritu Santo, más purificados e iluminados seremos.

Si experimentamos al Señor de este modo, no será necesario que otros nos digan que estamos errados en ciertos asuntos o que nuestra actitud con respecto a cierto hermano es incorrecta. Si alguien trata de corregirnos, tal vez nos ofendamos. Pero aun si recibiéramos las palabras de corrección y después tratáramos de mejorar, esto no significaría nada en lo que concierne a la vida interior. Debemos permanecer bajo el resplandecer y escudriñar de la presencia del Señor. Cuanto más estamos bajo este resplandor, más estaremos dispuestos a decir: “¡Señor Jesús arde en mí! Sólo sirvo para ser incinerado. Oh Señor, elimina mediante el fuego mi manera natural de ser. Elimina mediante el fuego mis intenciones, mis objetivos egoístas, mis motivaciones y mis metas”. Ésta es una genuina experiencia de la vida interior, y no una mera enseñanza.

Después de haber ministrado la Palabra de Dios al pueblo del Señor durante muchos años, he aprendido que las meras enseñanzas no logran nada. Todos tenemos necesidad del viento que sopla, de la presencia del Señor que nos cubre y del fuego que escudriña y arde. Nuestro Dios es fuego consumidor (Dt. 4:24; He. 12:29). El viento, la nube y el fuego son, todos ellos, el propio Señor. Cuando Él viene, Él viene como viento tempestuoso. Cuando Él permanece con nosotros, Él permanece como nube. Cuando Él nos escudriña y arde en nosotros, Él escudriña y arde como Aquel que es fuego consumidor. Nadie puede experimentar al Señor como viento que sopla, nube que cubre y fuego que arde y consume sin que ello signifique experimentar un verdadero cambio y transformación. Todos necesitamos experimentar la transformación por medio del fuego. Todos necesitamos ser transformados al ser incinerados.

Nuestro Dios, el Señor Jesús, no solamente es el agua viva, sino también el fuego consumidor. Muchos cristianos sienten aprecio por Ezequiel 47 debido a que este capítulo habla del agua que fluye. Debemos comprender que el río que fluye no es lo primero que se menciona en Ezequiel; más bien, el río viene después del fuego. El fuego está en el capítulo 1, y el río está en el capítulo 47. El fuego siempre viene primero. La fuente del fuego es el viento que sopla con la nube que cubre. A raíz de esto vemos que el fuego no viene a nosotros directamente. Dios viene a nosotros como viento que sopla y permanece con nosotros como nube que cubre. Al estar bajo Su cobertura, somos puestos en evidencia mediante Su resplandor. Al estar bajo Su resplandor, confesamos que tenemos necesidad de Su incinerar y luego oramos pidiéndole que incinere nuestro yo, nuestra vieja naturaleza, nuestra manera de ser y nuestra mundanalidad, así como también nuestras actitudes, metas, objetivos, motivaciones e intenciones. Todos necesitamos ser incinerados por el Señor de este modo. Una incineración así es mejor que miles de enseñanzas.

(Estudio-vida de Ezequiel, capítulo 3, por Witness Lee)