LA NUBE
La nube siempre sigue al viento tempestuoso. Si tenemos el viento, ciertamente tendremos la nube, pues la nube resulta del viento que sopla. Al igual que el viento tempestuoso, la nube representa al Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo nos toca, Él es como el viento. Cuando el Espíritu Santo nos visita y nos cubre, Él es como la nube. Primero, el Espíritu Santo sopla sobre nosotros como viento a fin de movernos, y después Él permanece con nosotros como nube a fin de cubrirnos.
El Dios que se cierne sobre nosotros
viene como el viento y se queda como la nube
La nube en Ezequiel 1:4 es una figura de Dios que cubre a Su pueblo. Podríamos usar la expresión se cierne y afirmar que la nube era Dios que se cernía sobre Su pueblo. La nube, por tanto, no era otra cosa que el Dios que se cierne sobre nosotros. Dios viene a nosotros como el viento, pero permanece con nosotros como la nube. Al permanecer como la nube, Él nos cubre, nos brinda sombra y se cierne sobre nosotros para darnos el disfrute de Su presencia, con lo cual Él produce algo de Sí mismo en nuestra vida diaria. ¡Qué maravilloso! Éste es el Dios que nos cubre según es tipificado por la nube que cubre.
Al considerar la historia del pueblo de Israel, podemos entender de manera más completa el significado que tiene la nube. Dios se les apareció y los visitó varias veces a manera de una gran nube que los cubría. Por ejemplo, después que los israelitas salieron de Egipto, ellos atravesaron el mar Rojo. Al respecto, Pablo dijo: “Todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Co. 10:1-2). La nube que cubrió a los hijos de Israel tipifica al Espíritu de Dios. Finalmente, los hijos de Israel llegaron al monte Sinaí y acamparon allí. En Éxodo 19:9 el Señor le dijo a Moisés: “Yo vengo a ti en una nube densa”, y hubo “una densa nube sobre el monte” (v. 16). En el capítulo 24 se nos dice que “la nube cubrió el monte”, que el Señor “llamó a Moisés de en medio de la nube” y que “Moisés entró en medio de la nube” (vs. 15, 16, 18). Después, habiéndose erigido la Tienda de Reunión para Dios, la gloria de Dios llenó aquella tienda y una nube la cubrió y permaneció sobre ella (40:34-35). Todo el pueblo podía ver que la nube cubría la Tienda de Reunión. Aquella nube representaba la visitación de Dios y el hecho de que Él moraba con ellos.
La nube también representa el cuidado de Dios por Su pueblo y el favor que Él les manifiesta. Él se les apareció como una nube, cubriéndolos y brindándoles sombra, a fin de cuidar de ellos. Proverbios 16:15 dice que el favor del rey es como “nube de lluvia tardía”. En Su visita que manifiesta Su gracia, Dios viene a nosotros como nube a fin de cuidar de nosotros y manifestarnos Su favor.
Experimentar a Dios y disfrutarlo
como nube que manifiesta Su gracia
En Ezequiel 1:4 la nube es mencionada en relación con el viento. Juntos, el viento y la nube son indicio de que una importante transacción está a punto de suscitarse entre Dios y el hombre. Por lo menos cada cierto tiempo, en nuestra vida cristiana debe ocurrir una transacción espiritual significativa entre nosotros y Dios. Creo firmemente que todo aquel que ha sido auténticamente salvo ha experimentado tal transacción. También experimentamos una transacción espiritual durante tiempos de avivamiento. Primero, el Espíritu Santo nos toca y conmueve, con lo cual hace que nos volvamos al Señor, veamos nuestra corrupción, nos arrepintamos de nuestros pecados y los confesemos. Entonces, percibimos que Dios es como una nube que nos visita, que nos brinda sombra y que nos cubre. Quizás también percibamos que la gracia de Dios está sobre nosotros, cubriéndonos como un dosel.
Dios es el viento que sopla, y Él también es la nube que cubre. Siempre que experimentamos a Dios como viento que sopla, también percibimos que, después de soplar sobre nosotros, Él permanece con nosotros, brindándonos sombra, cubriéndonos y cerniéndose sobre nosotros. Éste es Dios como nube que manifiesta Su gracia. Al soplar, el viento nos trae la presencia de Dios en forma de una nube celestial, que se cierne sobre nosotros y nos cubre.
Cuando fui salvo, no solamente experimenté el soplido del viento poderoso procedente del norte sobre todo mi ser, sino que también experimenté la presencia del Señor cubriéndome como una nube. Al estar bajo tal cubierta comencé a preguntarme: “¿Para qué vivo? ¿Debo seguir viviendo como hasta ahora?”. Debido al viento que sopló sobre mí y a la nube que me cubrió, se suscitó una importante transacción entre Dios y yo. Una experiencia genuina y un avivamiento verdadero conllevan tanto el viento espiritual como la nube espiritual.
No puedo olvidar la particular experiencia de Dios como nube que cubre que tuve en 1935. Un día del Señor por la tarde me encontraba ministrando acerca del Espíritu. En cierto momento percibí que una nube había descendido y me cubría. Aunque no vi nada con mis ojos físicos, percibí que algo me cubría. Estaba envuelto por aquella nube que me cubría y tuve el profundo sentir de la presencia del Señor de una manera muy definida y práctica. En ese momento la presencia del Señor era verdaderamente como una nube. Esa experiencia no fue sólo cuestión de fe, sino también de algo que se podía percibir. Percibí que estaba envuelto y cubierto por la presencia del Señor. Era algo maravilloso, placentero, reconfortante, fortalecedor y vigorizante. Quienes estaban en la congregación comprendieron que algo había sucedido y que la atmósfera de la reunión había cambiado, y al mismo tiempo comencé a hablar de una manera poderosa.
Muchos de nosotros hemos experimentado al Señor como nube que cubre. Cuando oramos, arrepintiéndonos y confesando nuestros pecados, podemos percibir que nos encontramos bajo un dosel o una nube. Quizás haya sido su experiencia que durante su avivamiento matutino o al orar-leer la Palabra un viento tempestuoso de parte de Dios vino a soplar sobre usted. Entonces, después del soplido del viento, vino una nube y permaneció con usted, quizás durante todo el día. A lo largo del día usted percibió que algo le seguía, le brindaba sombra, le cubría y se cernía sobre usted, y usted disfrutó de la presencia del Señor aquel día entero.
Puedo testificar que he experimentado esto muchas veces. Al estar en contacto con el Señor temprano por la mañana, el Espíritu vino a mí como un viento recio procedente del norte e inmediatamente entré en la presencia del Señor, la cual era como una nube que me cubría. Su presencia se convirtió en mi disfrute, y durante todo el día experimenté Su cobertura y disfruté de Su presencia.
Es necesario que todos nosotros experimentemos la presencia del Señor como nube que se cierne sobre nosotros y nos cubre. No debemos conformarnos con meras doctrinas y enseñanzas. En lugar de acudir a la Biblia buscando más conocimiento, debemos buscar al Señor mismo. Al acudir a la Palabra debemos orar: “Señor, necesito el viento y la nube. Señor, sopla sobre mí como viento tempestuoso procedente del norte y cúbreme con la nube que brinda sombra. Ven a mí como el viento y quédate conmigo como la nube”.
(
Estudio-vida de Ezequiel, capítulo 3, por Witness Lee)