NO ESTAMOS MUERTOS, SINO VIVOS
Ezequiel 1:5a dice: “Y de en medio de él salía la semejanza de cuatro seres vivientes”. Debemos prestar atención a la primera palabra de este versículo, la conjunción y. No es solamente el electro lo que surge de en medio del fuego, sino que sale algo más. El viento trae la nube; la nube envuelve el fuego; y el fuego produce el electro y algo más, esto es: los cuatro seres vivientes. Cuando experimentamos a Dios como el viento que sopla, la nube que cubre, el fuego que arde y el electro, llegamos a ser los cuatro seres vivientes. Estábamos muertos, pero al experimentar a Dios de este modo llegamos a ser una entidad viviente. El Señor Jesús dijo: “Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán” (Jn. 5:25). Pablo dijo que estábamos muertos, pero que Dios nos dio vida (Ef. 2:5). Cuanto más experimentamos el ciclo del viento, la nube, el fuego y el electro, más vivientes llegamos a ser. Cada vez que Dios sopla sobre nosotros y nos cubre para después ser consumidos e incinerados por Él, somos vivificados. Como resultado de ello, llegamos a ser personas vivientes y vibrantes. Si no somos personas vivientes en las reuniones, esto demuestra que nos hace falta experimentar este ciclo que consiste del viento, la nube, el fuego y el electro. Cuanto más experimentamos este ciclo, más vivientes seremos. Mientras que la mayoría de cristianos en la actualidad prefieren asistir a reuniones calmadas, nosotros debemos ser muy vivientes en las reuniones y en ocasiones aclamar con júbilo al Señor (Sal. 95:1-2). Únicamente las personas vivientes pueden ofrecer tales aclamaciones. Si experimentamos a Dios mismo como el viento, la nube, el fuego y el electro, no permaneceremos callados, sino que seremos personas vivientes e incluso ruidosas en las reuniones de la iglesia.
La palabra vivientes en hebreo tiene la misma raíz que la palabra usada para vida en Génesis 2:9, que habla sobre el árbol de la vida. ¿Cómo es que nosotros, las criaturas, podemos llegar a ser los seres vivientes? Llegamos a ser los seres vivientes al experimentar a Dios como árbol de la vida. Esta vida, la vida increada, eterna y divina de Dios, es la verdadera vida. Únicamente al poseer esta vida verdadera podemos convertirnos en seres vivientes. Siempre que experimentamos a Dios como árbol de la vida, percibimos que tenemos algo viviente dentro de nuestro ser. Tenemos un elemento viviente, un factor viviente, dentro de nosotros. Este elemento o factor viviente hará que siempre seamos vivientes.
Antes de ser salvos, estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1, 5; Col. 2:13). En Juan 5:25 el Señor Jesús se refirió directamente a quienes estaban muertos espiritualmente: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán”. En este versículo, vivir significa estar vivo en espíritu. Cuando fuimos salvos y regenerados, experimentamos el viento, la nube, el fuego y el electro. El viento del Espíritu Santo sopló sobre nosotros, la nube del Espíritu Santo nos cubrió y el fuego del Espíritu Santo nos iluminó e incineró. Como resultado de todo ello, confesamos nuestros pecados, y el electro fue producido dentro de nosotros. De este modo oímos la voz del Hijo de Dios y fuimos vivificados. Tuvimos un encuentro con la gloria de Dios y fuimos salvos y regenerados en Su gloriosa manifestación. Por medio de la experiencia del viento, la nube, el fuego y el electro, quienes estábamos muertos, fuimos vivificados para convertirnos en seres vivientes. Ahora debemos experimentar diariamente el viento, la nube, el fuego y el electro a fin de que lleguemos a ser vivientes y vibrantes en nuestro ser interior.
¿Cómo podemos probar que ya no estamos muertos, sino que hemos llegado a ser los seres vivientes? Hay una prueba doble, esto es, una prueba interna y una prueba externa. La prueba interna de que somos seres vivientes es que ahora tenemos el sentir, o la sensación, de vida. Las personas vivientes tienen sentimientos. Por ejemplo, al estar en una habitación, tendremos una sensación con respecto a la temperatura ambiente; puede que sintamos calor o frío. Pero una persona muerta carece de tales sensaciones. Asimismo, si somos vivientes delante de Dios, tendremos una sensación interna y espiritual con respecto a nuestra situación. Si hemos ofendido a Dios o si hemos hecho algo que no le agrada, tendremos un sentir al respecto. Una persona que está viva espiritualmente tendrá una sensación profunda cada vez que viva de una manera que no glorifique a Dios o que no le agrade a Él. Si nuestro sentir interno, el sentir interno de vida, es sensible, profundo y fresco, esto es prueba que internamente somos vivientes y que, por tanto, somos un ser viviente. Sin embargo, algunos hijos de Dios tal vez se comporten muy mal, de modo que traen oprobio sobre el nombre del Señor, pero no tienen sentir alguno con respecto a lo que están haciendo. Ellos están lejos de Dios y deben arrepentirse, pero no tienen sentir interno alguno. Esto demuestra que internamente están muertos. Un creyente que verdaderamente sea un ser viviente tiene un sentir interior profundo con respecto a su situación.
Mientras que la primera prueba de que somos seres vivientes es interna y se relaciona con nuestro sentir, la segunda prueba es externa y se relaciona con nuestras actividades. Una persona muerta es inactiva, pero una persona viva es muy activa. Por ejemplo, los niños son muy activos debido a que están llenos de vida. El principio es el mismo en la vida cristiana. Un cristiano que es viviente, o sea, que es un ser viviente, se involucrará en una serie de actividades. La primera de estas actividades es la oración. Así como, en términos físicos, no podemos vivir sin respirar, tampoco podemos vivir espiritualmente sin orar. La oración es la respiración espiritual de un cristiano y, con frecuencia, es algo espontáneo. Por ejemplo, en cuanto nos despertamos por la mañana, podemos espontáneamente agradecerle al Señor por un nuevo día. Orar así es respirar, y esto es señal de que somos vivientes. Sin embargo, algunos creyentes pueden estar por un tiempo prolongado, incluso meses, sin orar. La falta de actividad en relación con la oración es prueba de que no son vivientes. Otras actividades que demuestran que somos seres vivientes incluyen la lectura de la Biblia, participar en las reuniones, servir a Dios y predicar el evangelio. No leer la Biblia, no asistir a las reuniones, no ejercer nuestra función en las reuniones, no servir a Dios, no testificar por el Señor y no predicar el evangelio son, todo ello, carencias que indican que tal persona no es un ser viviente. La manera de probar que uno es un cristiano viviente consiste en considerar todos estos puntos. ¿Ora? ¿Lee la Biblia? ¿Ejercita su espíritu para ejercer su función en las reuniones? ¿Sirve al Señor? ¿Testifica por el Señor y predica el evangelio? Si tiene carencias en cuanto a estos asuntos, usted no es un creyente viviente.
No debiéramos pensar que un cristiano maduro no necesita involucrarse en todas estas actividades. Cuanto más tiempo estamos en el Señor y más maduros somos, más actividades espirituales debemos tener. Creo que si el apóstol Pablo estuviera en medio nuestro, él estaría muy activo en la oración, en la lectura de la Biblia, en ejercer su función en las reuniones, en servir al Señor y en predicar el evangelio. En la vida cristiana jamás podemos “graduarnos” para prescindir de ser vivientes. “Graduarse” de vivir así sería morir. Toda persona viviente tiene que vivir continuamente. Debemos experimentar diariamente el viento, la nube, el fuego y el electro. Todas las veces que tenemos un encuentro con el Señor como Aquel que es el viento, la nube, el fuego y el electro, nuestro ser será vivificado.
(
Estudio-vida de Ezequiel, capítulo 5, por Witness Lee)