UN CIELO DESPEJADO Y UNA CONCIENCIA LIMPIA
Los cristianos debemos mantener un cielo despejado con el Señor. Esto significa que siempre debemos tener una comunión clara con Él. Nada debe interponerse entre nosotros y el Señor. Si nada se interpone entre nosotros y el Señor, nuestro cielo será diáfano como el cristal y nuestra conciencia será pura, libre de toda ofensa (Hch. 24:16).
Debemos ser profundamente impresionados con el hecho de que si en calidad de cristianos hemos de contar con un cielo despejado, diáfano como el cristal, delante del Señor, será necesario que tengamos una conciencia libre de toda ofensa. Siempre que hay condenación o hay una ofensa en nuestra conciencia, nuestro cielo de inmediato se vuelve nublado, oscuro y nebuloso. En tales ocasiones debemos confesar nuestro fracaso y nuestro pecado al Señor de modo que recibamos Su perdón y el lavamiento de Su preciosa sangre (1 Jn. 1:9, 7). Esto lavará nuestra conciencia para que esté libre de toda ofensa. Entonces tendremos nuevamente un cielo despejado y una comunión clara con el Señor en la que nada se interponga entre nosotros y Él.
A veces es una cosa pequeña, tal como asumir una actitud deplorable ante nuestro cónyuge, lo que puede hacer que tengamos nubes en nuestro cielo. Tal vez la otra persona se haya equivocado, pero nuestra actitud sigue siendo errónea y hace que perdamos nuestro gozo y paz. Además, por un período de tiempo podríamos dejar de tener la unción necesaria para orar. Nuestra conciencia comienza a condenarnos y nos molesta. Esto es perder el cielo cristiano despejado; es la pérdida de un cielo sin nubes. Dejamos de tener un cielo despejado sobre nosotros debido a que algo no está bien entre nosotros y el Señor. Esta situación perdurará hasta que vayamos al Señor y le pidamos Su perdón por nuestra actitud equivocada. Entonces la unción del Señor en nuestro interior hará que tengamos el sentir de que debemos confesar y pedirle perdón a nuestro cónyuge. Aunque dudemos, debido a que hemos perdido la presencia del Señor, finalmente confesamos, nos disculpamos y pedimos perdón. En cuanto hacemos esto, el “clima” cambia; las nubes desaparecen, y el cielo despejado regresa. Hay algo en nuestro interior que nuevamente está vivo, y podemos alabar al Señor. Una vez más tenemos un cielo despejado, un cielo que es como el firmamento de cristal asombroso sobre las cabezas de los seres vivientes. Debemos tener esta clase de experiencia no solamente en nuestra vida diaria, sino también en la vida de iglesia.
(Estudio-vida de Ezequiel, capítulo 11, por Witness Lee)