Estudio-vida de Ezequiel, por Witness Lee

Más extractos de este título...

UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO

El lavamiento anteriormente mencionado es algo que corresponde al aspecto negativo. En cuanto al aspecto positivo, después del lavamiento, el Señor nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Muchos de ustedes han sido cristianos por años, pero jamás escucharon un mensaje en el que se les dijera que tienen un espíritu nuevo. Nadie les dijo que cuando se convirtieron el Señor les dio no solamente un corazón nuevo, sino también un espíritu nuevo.

Amar al Señor con nuestro corazón

Debemos comprender la diferencia que hay entre el corazón y el espíritu. Nuestro corazón es un órgano para amar. En cierto mensaje que di señalé que no basta con simplemente tener un corazón que ame al Señor. Una hermana se sintió turbada por esta afirmación y preguntó qué quería decir al afirmar que necesitamos algo más que un corazón que ama. A manera de ilustración le pregunté si ella amaba cierta Biblia que pertenecía a su marido y si a ella le gustaría tenerla. Después le dije: “La Biblia es suya, tómela por favor”. Cuando ella extendió la mano para tomarla, le dije: “No use su mano, solamente use su corazón que ama. Tome la Biblia con su corazón”. Mediante esta ilustración ella pudo entender que no basta con tener un corazón que ama. Ella también debía extender su mano para tomar la Biblia. Del mismo modo, tenemos necesidad tanto de un corazón que ame al Señor como de un espíritu que lo reciba.

Recibir al Señor con nuestro espíritu

Amamos al Señor con nuestro corazón. El corazón es el órgano con el que amamos, pero no es el órgano con el que recibimos. A fin de tomar o recibir algo, tenemos que usar el órgano apropiado. Si hemos de contactar al Señor, recibir al Señor, disfrutar al Señor, comer al Señor y beber al Señor, tenemos necesidad de un espíritu. Si bien amamos al Señor con nuestro corazón, contactamos al Señor y le recibimos con nuestro espíritu.

Primero, debemos amar al Señor. Esto significa que tenemos apetito del Señor. Si no amamos al Señor y no tenemos apetito de Él, no iremos a Él ni le recibiremos. Antes de ser salvos, no amábamos al Señor ni teníamos apetito de Él; más bien, nos gustaba el mundo y las cosas del mundo, especialmente las diversiones mundanas. Cuando alguien nos habló acerca del Señor Jesús, no quisimos escuchar. No había interés porque no teníamos apetito. Amábamos otras cosas, y nuestro corazón estaba puesto en ellas. Sin embargo, un día el Señor nos concedió Su visitación llena de gracia y, de inmediato, cambió nuestro apetito. Comenzamos a amar al Señor y la Biblia, y perdimos el gusto por las cosas mundanas. Esto fue realizado por el Señor en Su gracia e hizo que nuestro corazón se volviera del mundo al Señor.

Es necesario que amemos al Señor Jesús y tengamos apetito de Él a fin de que dejemos de anhelar otras cosas. Debiéramos poder decirle al Señor Jesús que le amamos y que tenemos hambre y sed de Él. Una vez hemos adquirido tal apetito amoroso por el Señor, debemos usar nuestro espíritu como órgano para contactarle, recibirle, comerle, beberle y respirarle. Ahora podemos ver que tenemos necesidad de dos órganos: un corazón que ama y un espíritu que recibe.

El espíritu con el que recibimos ha sido un órgano grandemente descuidado por muchos cristianos. En algunos lugares se dan mensajes que incitan el corazón amoroso de las personas, pero que nos les ayudan a ejercitar su espíritu. Damos gracias al Señor que Él nos ha dado no solamente un corazón nuevo para que le amemos, sino también un espíritu nuevo para que le contactemos, le recibamos y le contengamos.

Un corazón suave

El corazón nuevo que el Señor nos ha dado es muy suave. En lugar de un corazón insensible, duro y de piedra, ahora tenemos un corazón de carne, esto es, un corazón suave para con el Señor. Antes de ser salvos, podíamos hacer muchas cosas pecaminosas sin ningún remordimiento. Debido a que nuestro corazón estaba endurecido y era insensible, no teníamos ningún sentir interno con respecto al pecado. Pero cuando fuimos salvos, nuestro corazón fue cambiado por el Señor. Ahora tenemos un corazón que ha sido hecho suave. Por ejemplo, tal vez empecemos a decir algo, pero antes de terminar la oración percibimos que estamos mal y que no debiéramos haber dicho nada. De inmediato detenemos tal hablar, y es probable que incluso pidamos disculpas por lo que hemos dicho. En otras ocasiones, debido a que nuestro corazón es suave, es posible que nos sintamos turbados por el más pequeño error o en cuanto detectamos la menor impureza en nuestras motivaciones. Esto demuestra que nos hemos convertido y hemos sido avivados, que nos hemos vuelto al Señor y que nuestro corazón se ha vuelto suave y sensible.

(Estudio-vida de Ezequiel, capítulo 17, por Witness Lee)