LA UNIDAD NOS GUARDA DEL MAL
Cuando permanecemos en la unidad, tenemos la bendición que Dios envía, la vida eterna. Sin embargo, si alguno de los hijos de Israel era divisivo y se negaba a ir al templo en el monte de Sión, ellos perdían automáticamente todas estas cosas positivas. Al separarse de la unidad del pueblo de Dios, espontáneamente se llenan de cosas negativas como el orgullo, el odio, las críticas, los rumores y las mentiras. Algunos incluso fingen estar en comunión con Dios y establecen otro centro de adoración. Pero tal como esclarece el caso de Jeroboam, esta acción divisiva abre el camino para que entren la idolatría y toda clase de cosas malignas.
Según el relato del Antiguo Testamento, el pecado de Jeroboam, el pecado de la división, abrió el camino para que entrara toda clase de maldad. Finalmente, la condición del pueblo de Dios era tan corrupta que Dios llevó a Nabucodonosor, rey de Babilonia, a quemar la casa de Dios, a destruir el muro de Jerusalén y a llevarse cautivo al pueblo a Babilonia. Así pues, el cautiverio en Babilonia fue otro resultado de la división. Jerusalén representa la unidad, mientras que Babilonia con toda su maldad representa la división.
Antes de que entráramos a la vida de iglesia, muchos de nosotros éramos muy indisciplinados y hacíamos las cosas según nuestra preferencia. Pero podemos testificar que poco después que entramos en el recobro del Señor, nuestra conciencia comenzó a funcionar de una manera apropiada. Poco a poco eliminamos ciertas cosas y suspendimos ciertas prácticas. Sin embargo, sé de muchos casos que después de dejar la vida de iglesia experimentaron lo opuesto. Su conciencia comenzó a perder su función, y las cosas negativas y mundanas de las que se habían despojado anteriormente, poco a poco regresaron. Muchos reanudaron su antigua afición a los entretenimientos mundanos, y gradualmente las cosas mundanas, incluso cosas pecaminosas, regresaron. Esto indica que la unidad nos guarda del mal, mientras que la división le abre la puerta al mal.
Hace más de treinta y cinco años, una joven de familia pudiente vino a una de las reuniones de la iglesia en Chifú. Ella era la expresión misma de la mundanalidad; con su cabello arreglado como una torre. Un tiempo después, dijo que se arreglaba el pelo de esa manera a propósito en señal de protesta. A medida que venía a las reuniones de la iglesia, su aspecto comenzó a cambiar. En las reuniones no dijimos nada acerca de la mundanalidad; sólo hablamos de amar a Cristo y la iglesia. Nadie procuraba regular el comportamiento de esta joven. Sin embargo, al ponerse en contacto con la iglesia, su conciencia comenzó a funcionar; y espontáneamente, sin que nadie le dijese nada, cambió su peinado y su manera de vestir.
(Terreno genuino de la unidad, El, capítulo 3, por Witness Lee)