Vida y la edificación como se presentan en Cantar de los cantares, La, por Witness Lee

TOMAR LA PERSONALIDAD DEL SEÑOR COMO NUESTRA PERSONALIDAD

Supongamos que yo le dijera a un hermano que lo amo. Esto implica muchas cosas. Él es una persona con una personalidad fuerte, alguien que tiene su propia voluntad, deseos e intenciones, así como también cosas que le agradan y desagradan. Al decirle que lo amo, ¿eso significa que le estoy pidiendo que cumpla mis deseos? Eso no sería amor, sino más bien una orden. Si realmente lo amo, debo cumplir sus deseos. Es por eso que el Señor le dijo a Simón Pedro que lo siguiera después de que éste le contestó que sí lo amaba. Con esto el Señor estaba diciendo que si queremos tomarlo a Él como nuestra vida y como nuestra persona, debemos desear lo mismo que Él desea. Debemos permitir que Su voluntad sea nuestra voluntad. Y que Sus intenciones sean nuestras intenciones. Si queremos amarlo a Él como una persona, debemos hacer nuestra Su personalidad.

Si usted es un hombre casado, ¿realmente ama a su esposa? La mejor manera de amarla es que usted haga suya la personalidad y la voluntad de ella. Supongamos que yo, como esposo, le dijera a mi esposa: “¡Oh, te amo, pero tienes que entender que yo soy la cabeza! ¡Tienes que someterte a mí! ¡En todo lo que te diga, debes obedecerme!”. ¿Es esto amor? Si realmente supiera lo que es el amor, permitiría que la personalidad de ella fuera mi personalidad. Permitiría que su voluntad fuera mi voluntad. Permitiría que su intención fuera mi intención. Sin embargo, decir esto es fácil, pero para llevarlo a cabo se requiere verdadero amor.

Sucede lo mismo con las hermanas. No diga que usted le ha preparado algo a su esposo porque lo ama. Tal vez piense que con esto le demuestra su amor, pero es posible que a él no le guste lo que usted ha preparado. Simplemente el hecho de prepararle algo no es amor. Amarlo es permitir que los deseos de él sean sus deseos, y que la personalidad de él sea su personalidad.

Es posible que tengamos muchas enseñanzas y todos los dones y poder, pero no permitamos que la personalidad de Cristo sea nuestra personalidad. El Señor Jesús no necesita a alguien que tenga enseñanzas, dones y poder. Él necesita a alguien como Pedro, es decir, a alguien que lo ame y le diga: “Oh, Señor Jesús, ¡te amo! Estoy dispuesto a seguirte. Te tomo como mi persona. Tomo Tu personalidad como mi personalidad. Tomo Tu voluntad como mi voluntad. Tomo Tus deseos como mis deseos. No me interesan las enseñanzas, los dones ni el poder. Lo único que me interesa eres Tú mismo. Te amo, y por tanto te sigo, tomándote como mi persona”.

En los pasados años de mi vida cristiana, he escuchado muchas enseñanzas, y me han enseñado a hacer muchas cosas. Pero nada de ello funciona si no amamos al Señor Jesús. Algunos enseñan que debemos considerarnos muertos juntamente con Cristo. Pero si no le amamos, por mucho que nos consideremos muertos, jamás lo estaremos. En cambio, si decimos desde lo profundo de nuestro corazón: “Señor Jesús, te amo; tomo Tu personalidad como mi personalidad”, no será necesario que tratemos de considerarnos muertos, pues ya estaremos muertos.

Otros enseñan acerca de la santidad. Pero ¿qué es la santidad? La santidad es sencillamente el Señor Jesús mismo. Si tratamos de ser santos y tener santidad, no obtendremos nada. Pero si simplemente le decimos al Señor todo el día: “Señor Jesús, te amo”, algo sucederá. Cuando estemos en la tienda por departamentos, cada vez que tomemos un artículo en nuestras manos, digamos: “Señor Jesús, te amo”. Si hacemos esto, les aseguro que no compraremos muchas cosas. Finalmente, llegaremos a casa sin nada más que el Señor Jesús. No obstante, al llegar a casa aún diremos: “Señor Jesús, te amo”.

El hermano John Nelson Darby vivió más de ochenta y cuatro años. Un día, siendo ya anciano, se quedó a pasar la noche en un hotel mientras estaba de viaje. Antes de quedarse dormido, le dijo al Señor: “Señor Jesús, todavía te amo”. Ninguno de sus escritos me inspiró tanto como esta frase tan breve. Estas palabras breves tocaron mi corazón. Aunque en aquel tiempo él ya era muy anciano, todavía podía decirle al Señor estas palabras. Cuando leí esto hace muchos años, inmediatamente le dije al Señor: “Señor, haz que te ame todo el tiempo. Sólo te pido que hagas esto”.

(Vida y la edificación como se presentan en Cantar de los cantares, La, capítulo 2, por Witness Lee)