AQUELLOS QUE ESTÁN EN LAS MANOS DE DIOS
TIENEN MUCHAS HERIDAS
Ninguno que sea un buen vaso en las manos de Dios puede permanecer entero; en lugar de ello, tendrá muchas cicatrices y heridas. Cierta hermana puede tener más de una década de haber creído en el Señor; sin embargo, debido a que su vida ha sido fácil y calmada, ella no tiene ninguna herida. El esposo con quien ella se casó es muy considerado, el hijo que ella dio a luz es muy obediente y el trabajo que ella se consiguió es muy fácil y no le da ningún problema. Todo el mundo diría que ella es muy afortunada, pero en realidad, no lo es. Muchas veces la obra que Dios lleva a cabo en alguien que verdaderamente está en Sus manos consiste en quebrantar, golpear y partir. El Jesús nazareno, Aquel que fue el más agradable a los ojos de Dios, también experimentó muchas aflicciones mientras estuvo en la tierra. Él fue llamado “varón de dolores” (Is. 53:3) y sufrió muchas lesiones y heridas. Por consiguiente, una persona que esté en las manos de Dios, si es que Dios la valora y la tiene en alta estima, sufrirá muchas heridas como resultado de la obra de Dios en ella. ¿Qué clase de obra es ésta? Es la obra del quebrantamiento. Si Dios nos muestra Su favor, Su mano obrará en nosotros de muchas maneras, y nosotros tendremos muchas cicatrices y heridas. Estas cicatrices y heridas entonces vendrán a ser los puntos de salida por los cuales podrá fluir el agua viva.
En el siglo XVIII John Wesley era un evangelista de Inglaterra famoso, quien era un siervo útil de Dios y quien también era poderoso en la predicación del evangelio. Sin embargo, su esposa era un sufrimiento para él. Un día mientras predicaba, muchos de entre la audiencia fueron conmovidos. De repente su esposa vino corriendo y le gritó: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No crees que yo puedo cuidar de tu comida?”. La historia nos dice que cuando ella estaba a punto de morir, aún no era salva ni tampoco había cambiado. Si usted le hubiera preguntado a John Wesley por qué Dios no cambió a su esposa, le habría contestado: “Si Dios hubiera cambiado a mi esposa, yo habría perdido mi poder”. El poder de un cristiano no estriba en su prosperidad sino en su adversidad, no en las circunstancias favorables sino en las desfavorables, estriba en pasar por situaciones de las que no puede escaparse.
(Cristo crucificado, El, capítulo 1, por Witness Lee)