Cristo crucificado, El, por Witness Lee

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DIOS SE EXTIENDE DE NUESTRO ESPÍRITU A NUESTRA ALMA EMPEZANDO POR NUESTRO CORAZÓN

¿Cómo puede Dios extenderse desde nuestro espíritu a cada parte de nuestra alma? Dios se extiende a cada parte de nuestra alma empezando por nuestro corazón. Nuestro corazón posee dos aspectos: el aspecto biológico y el aspecto psicológico. Aquí nos referimos al aspecto psicológico. Nuestro corazón biológico puede verse durante una operación quirúrgica, pero nadie ha visto nuestro corazón psicológico. Conforme al pensamiento hallado en la Palabra de Dios, el corazón se compone de una parte del espíritu y de todas las partes del alma. La parte principal de nuestro espíritu es la conciencia, y nuestra alma incluye nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Estas partes, cuando se combinan juntas, conforman nuestro corazón. Por esta razón, cuando hablamos de la raíz del problema del hombre, tenemos que referirnos al corazón del hombre. No es acertado decir simplemente que nuestra alma representa nuestro ser, cuando de hecho, es nuestro corazón el que representa nuestro ser.

Los chinos suelen decir que una persona distraída es alguien que tiene un corazón ausente. El corazón del hombre es muy importante, pues representa la sinceridad del hombre. Cuando la Biblia habla de la relación que el hombre tiene con Dios, dice que debemos ejercitar nuestro espíritu para adorar y tener contacto con Dios (Jn. 4:24). Sin embargo, no sólo debemos ejercitar nuestro espíritu, sino también nuestro corazón. En Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. En nuestra relación con Dios, nuestro corazón juega un papel muy importante. Es cierto que en nuestro interior tenemos un espíritu y que Dios mora en nosotros, pero si no tenemos un corazón que ame a Dios o desee a Dios, Él no podrá hacer nada en nosotros.

En los cuatro Evangelios el Señor hizo mucho énfasis en el corazón del hombre. En el Evangelio de Juan, el Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas más que éstos? [...] ¿Me amas?” (21:15-17). Incluso en el Evangelio de Mateo, también dijo que el que ama a padre, a madre, a hijo o a hija más que a Él no es digno de ser Su discípulo (10:37). En los tres años y medio que el Señor estuvo con los discípulos, Él primordialmente procuraba ganar los corazones de ellos. El Señor los atrajo y se manifestó a los ojos de ellos de una manera muy agradable y encantadora, a fin de ganar sus corazones.

Cantar de los cantares 1:2-3 dice: “¡Oh, si él me besara con besos de su boca! / Porque mejores son tus amores que el vino. A más del olor de tus suaves ungüentos, / Tu nombre es como ungüento derramado; / Por eso las jóvenes te aman”. Así pues, el primer paso que debemos dar para ir en pos del Señor no requiere el ejercicio del espíritu sino del corazón. Todos los que siguen al Señor son primero atraídos por Él. Por eso, esta buscadora del Señor dijo: “Atráeme; en pos de ti correremos” (v. 4). Si no amamos al Señor con nuestro corazón, el Señor no podrá hacer nada en nosotros. Amamos al Señor, porque Él ha atraído nuestro corazón. Este amor no es un amor de adoración ni un amor afectuoso, sino un amor romántico. ¡Él es tan bueno y tan placentero! ¡Él es del todo codiciable! Debemos amar al Señor a tal grado.

Nuestro corazón conecta y une nuestra alma con nuestro espíritu. Cuando le amamos, este amor transmitirá lo que está en nuestro espíritu a nuestra alma. A medida que amemos al Señor, veremos cuán llenos estamos de nosotros mismos en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Entonces estaremos dispuestos a tomar la cruz. Tomar la cruz es negarnos a nuestra alma, es decir, negarnos a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad y negarnos a nuestro propio ser. Una vez que hagamos esto, la cruz pondrá una marca sobre nosotros y matará nuestro yo. De este modo, experimentaremos la cruz. Entonces nuestro yo, nuestro amor, nuestras preferencias, nuestra fuerza de voluntad y nuestro conocimiento, será puesto todo en la cruz.

Cuando la cruz opera en nuestra alma, mata el yo que está presente en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Pero donde opere la muerte de la cruz, allí también estará la resurrección. La cruz opera en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, a fin de darle más cabida a Cristo en nuestro ser. Cuando esto sucede, el Espíritu también transfunde la mente de Dios a nuestra mente, los sentimientos de Dios a nuestra parte emotiva y la voluntad de Dios a nuestra voluntad. Así, cuanto más le conozcamos, más nos conoceremos a nosotros mismos; cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos, más la cruz operará en nosotros; y cuanto más la cruz opere en nosotros, más el Espíritu entrará a cada parte de nuestro ser. Y una vez que el Espíritu entra, Cristo entra, y cuando Cristo entra, Dios entra.

Como resultado, día tras día nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad serán llenas del elemento de Dios. Entonces nuestros pensamientos serán los pensamientos de Dios, y nuestras preferencias serán las preferencias de Dios. Así, Dios se mezclará con nosotros al grado en que todas nuestras actitudes, conversaciones, palabras y acciones, expresarán a Dios. Y una vez que Dios se mezcle con nosotros y nos llene de todas Sus riquezas, llegaremos a ser Su plenitud.

(Cristo crucificado, El, capítulo 6, por Witness Lee)