EL GRANO DE TRIGO
QUEDA SOLO SI ES QUE
NO CAE EN LA TIERRA Y MUERE
El Señor Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Estas palabras se aplican no solamente al Señor Jesús, sino también a nosotros. Hoy en día nosotros tenemos la vida del Señor en nosotros, así que somos los muchos granos de trigo. Sin embargo, no somos capaces de multiplicarnos, no podemos llevar mucho fruto y no podemos producir muchos granos debido a que no hemos sido quebrantados por la muerte.
Nosotros, en su mayoría, somos personas muy estables, constantes y estamos enteros. Sin embargo, muchas veces nuestra estabilidad, firmeza y el hecho de estar intactos representan un problema. Por ejemplo, aunque podamos tener muchos años de ser salvos, es posible que no tengamos cicatrices ni ningún indicio de la obra de la cruz en nosotros y nuestro ser aún siga intacto, entero, constante e inalterado. La única diferencia tal vez sea que antes de ser salvos éramos personas muy alocadas, irresponsables y de un mal comportamiento, y que, después de ser salvos, dejamos de ser alocados e irresponsables y empezamos a tener un buen comportamiento. Esto no es nada más que un cambio de comportamiento.
Hay dos clases de cambio que pueden ocurrir en la vida de un cristiano. Uno es el cambio que ocurre en nuestra conducta externa, y otro es el cambio que tiene lugar en la vida interna. Un cambio en nuestra conducta externa significa que anteriormente usted hacía lo que se le antojaba, actuaba libremente y sin ninguna restricción. Pero ahora, después de haber sido salvo, siente que su conducta pasada no es propia de un cristiano y que, por lo tanto, debe ser más cuidadoso. Sin embargo, esto no deja de ser un cambio externo, pues en su ser interior usted sigue siendo el mismo. Usted sigue siendo muy seguro y firme, muy estable e impasible, y también muy entero e intacto, es decir, sigue siendo la misma persona que era al principio. Nuestro problema no radica en nuestra conducta externa, sino más bien, con nuestra manera de ser, con nuestra vida natural y con nuestro viejo yo.
(Cristo crucificado, El, capítulo 1, por Witness Lee)