Cristo crucificado, El, por Witness Lee

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SER SALVOS ES RECIBIR LA VIDA DE DIOS AÑADIDA A LA VIDA HUMANA

La salvación de Dios no sólo nos otorga el perdón de nuestros pecados y el lavamiento de nuestra inmundicia; la salvación de Dios nos da a Cristo en el momento en que somos salvos. Cuando Cristo entra en nosotros, Él se convierte en nuestra vida. En el momento en que somos salvos, recibimos a Cristo como nuestra vida; es decir, recibimos a Dios como vida dentro de nuestro ser. Esta vida que entra en nosotros es diferente de nuestra vida natural. De manera que, además de la vida natural que ya tenemos, recibimos otra vida. Por lo tanto, a partir del momento en que somos salvos, llegamos a tener en nosotros dos vidas diferentes. Una es la vida que teníamos originalmente, y la otra es la vida de Dios, la cual ha sido añadida a nosotros.

Nunca debemos pensar que necesitamos ser salvos porque nuestra vida es muy deficiente y, por tanto, que Dios quiere que mejoremos nuestra vida. No es así. Cuando Dios nos salva, Él nos da otra vida, Su propia vida, además de nuestra propia vida. Al principio no teníamos la vida de Dios, pero después de creer en el Señor Jesús y de recibirle como nuestro Salvador, la vida de Dios nos fue añadida.

Lo más básico con respecto a un cristiano es que la vida de Dios le ha sido añadida. Una vez que esta vida entra en él, él llega a tener dos vidas. Una es la vida que tenía originalmente, y la otra es la vida de Dios, la vida que le fue añadida. En su propia vida hay toda índole de maldad, como cosas malignas, inmundicia, tinieblas, odio, envidias, engaños y codicias. Ésta es su vida original. Sin embargo, la vida que le fue añadida, puesto que se trata de la vida de Dios, es una vida buena, resplandeciente, mansa, amorosa, justa y santa. Todas las semillas de la bondad de Dios están en esta vida, la cual es Cristo mismo.

Esta vida que se ha añadido a nosotros es Cristo mismo. Antes de ser salvos, vivíamos por nuestra propia vida, la vida que está en nosotros. Andábamos, vivíamos y laborábamos totalmente conforme a la vida que teníamos originalmente. Si bien en esa vida había un poco de bondad, amor, mansedumbre, humildad y otras virtudes, dicha vida no era pura, pues estaba mezclada con tinieblas, maldad, odio, envidias y toda clase de engaño. Por ello, en nuestra vida cotidiana encontrábamos que en nuestro ser había odio y también amor, y envidia y también compasión. Además de esto, nos dimos cuenta de que a unos les hacíamos daño, mientras que a otros los ayudábamos. Éramos muy complicados y contradictorios; a veces éramos malvados y otras veces nos comportábamos como caballeros.

(Cristo crucificado, El, capítulo 11, por Witness Lee)