EL HOMBRE SE COMPONE DE TRES PARTES:
ESPÍRITU, ALMA Y CUERPO
Ahora debemos dedicar algún tiempo y esfuerzo a entender nuestra experiencia práctica. Sabemos que Dios nos llena al morar en nuestro espíritu. El hombre no se compone solamente de un cuerpo y un alma, sino que además tiene un espíritu en lo más profundo de su ser. La Biblia nos dice que el hombre se compone de tres partes. Empezando desde la parte más profunda, tenemos un espíritu, un alma y un cuerpo (1 Ts. 5:23); y empezando desde la parte más externa, tenemos un cuerpo, un alma y un espíritu. La parte más externa es el cuerpo, la parte más interna es el espíritu, y el alma se encuentra en medio del espíritu y el cuerpo.
Nuestro cuerpo es nuestra parte externa, nuestro órgano externo. Nuestra alma es nuestro yo, y consta de tres partes: la mente, la parte emotiva y la voluntad. Cuando pensamos, usamos el órgano del intelecto, que es nuestra mente, nuestro cerebro. La palabra cerebro es un término biológico, mientras que la palabra mente es un término psicológico. Nuestra capacidad de pensar y considerar las cosas son funciones propias de la mente, que es la parte principal de nuestra alma. Nuestra parte emotiva es el órgano con el cual sentimos gozo, ira, tristeza y deleite. Puede ser que algo nos guste o que nos sintamos contentos o furiosos. Todas éstas son funciones propias de nuestra parte emotiva, que es la segunda parte de nuestra alma. Tomar decisiones y elegir son funciones de nuestra voluntad, la tercera parte de nuestra alma. Estas tres partes —la mente, la parte emotiva y la voluntad— en conjunto, conforman el alma. ¿Qué es el alma? Es nuestro “yo”, nuestra personalidad, nuestro ego. A menudo decimos “yo”, este “yo” se refiere principalmente a nuestra alma. La mayoría de las personas únicamente saben que el hombre tiene un cuerpo, que es la parte física, y un alma, que es la parte psicológica, y hasta ahí llega su análisis del hombre.
Sin embargo, la Biblia nos dice que el hombre no sólo se compone de dos partes —un cuerpo y un alma—, sino que además tiene un espíritu en lo más profundo de su ser. Todos los que son salvos pueden entender la condición en la cual se halla nuestro espíritu y la necesidad que éste tiene. Por ejemplo, a veces no tenemos ningún problema físico y nos sentimos contentos psicológicamente, pero a pesar de ello, nos sentimos deprimidos interiormente. Aun cuando tenemos el disfrute de lo material y no nos falta la diversión psicológica, interiormente no nos sentimos contentos. Como resultado, buscamos a Dios y oramos a Dios que es algo que procede de nuestra parte más interna y más profunda: nuestro espíritu.
Todos sabemos que Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, ¿cómo puede el Dios que mora en nuestro espíritu manifestarse en nosotros? Cuando hablamos acerca del hombre, nuestro énfasis no es el cuerpo del hombre, sino más bien su alma. Así, cuando Dios se manifiesta en nosotros, Él se manifiesta en nuestra alma. Eso significa que Dios se expresa por medio de nuestra alma: nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Cuando decimos que Dios es visto en nosotros, queremos decir que el elemento de Dios se puede ver en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. En otras palabras, pensamos como Dios piensa y tomamos decisiones como Dios toma decisiones.
A pesar de que muchas personas son salvas y tienen a Dios en su espíritu, aún no poseen el elemento de Dios en su mente, parte emotiva y voluntad. Algunos cristianos que son fervientes podrían sentirse conmovidos cuando se inclinan para orar y tocar a Dios, pero después de que se levantan, siguen siendo los mismos de antes. Sus pensamientos siguen siendo sus pensamientos, su voluntad sigue siendo su voluntad y su parte emotiva sigue siendo su parte emotiva. Si bien han sido verdaderamente salvos e indudablemente Dios mora en su espíritu, Dios se encuentra rodeado por su alma y no puede moverse. Fuera del espíritu se encuentra el alma y fuera del alma está el cuerpo. El espíritu, el alma y el cuerpo son como tres capas y cada una de ellas es más profunda que la otra.
Tomemos por ejemplo una bombilla. Por fuera está cubierta por la pantalla de la lámpara e interiormente tiene un filamento. Además de esto, la electricidad pasa a través del filamento. Si el filamento tiene problemas, la electricidad no podrá pasar por él. Estas tres capas —el filamento, la bombilla y la pantalla— podemos compararlas con nuestro espíritu, alma y cuerpo. La pantalla de la lámpara podemos compararla con nuestro cuerpo, la bombilla con nuestra alma y el filamento con nuestro espíritu, en el cual Dios mora. Si pintamos la bombilla de muchos colores, la luz en su interior no podrá brillar. De manera semejante, hoy Dios mora en nosotros, pero si nuestra mente, parte emotiva y voluntad están llenas de nuestro yo, del mundo y de pecados, Él no podrá expresarse por medio de nosotros.
Ahora la pregunta es, ¿cómo podemos permitir que Dios, quien está en nuestro espíritu, se exprese por medio de nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad—, de modo que cuando la gente nos vea, pueda ver que tenemos a Dios en nosotros? ¿Cómo podemos llegar a ser personas cuyos pensamientos, sentimientos, decisiones, gustos e inclinaciones tengan el “sabor” de Dios, aquellos en quienes Dios mora?
(
Cristo crucificado, El, capítulo 6, por Witness Lee)