Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, por Witness Lee

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APRENDER A CONOCER A LAS PERSONAS

Otro asunto que también es crucial al administrar la iglesia y ministrar la palabra es aprender a conocer a las personas. Debemos conocer a las personas para poder administrar la iglesia, y también debemos conocer a las personas a fin de ministrar la palabra. Si no conocemos a las personas, no podremos edificar la iglesia; al contrario, la iglesia caerá en confusión y se derribará. Una persona que quiere edificar la iglesia tiene que conocer a las personas. Debe conocer la condición de los hermanos y hermanas, percibir sus intenciones ante Dios y conocer la condición en que se hallan con respecto a su carne y a su espíritu. Todo constructor especializado debe tener un conocimiento muy completo de los materiales de construcción, ya sea piedra, mosaico o madera. Debe ser capaz de discernir la naturaleza de la madera, si es madera blanda o madera dura. Si no conoce las características de los distintos tipos de madera y la usa indiscriminadamente, será riesgoso vivir en una casa que él haya construido.

La capacidad de conocer a las personas varía según el grado de quebrantamiento que hemos experimentado. Si el Señor ha tratado con nosotros en cierta área, nos será más fácil conocer a las personas que tengan problemas en esa área. Si el Señor nunca ha tocado nuestros motivos íntimos, será difícil para nosotros discernir si otros son puros en sus motivos. Si nuestras intenciones, nuestros motivos y nuestros propósitos han sido juzgados profundamente por el Señor, cuando tengamos contacto con otros, discerniremos sus intenciones, sus motivos y sus pensamientos, y de inmediato sabremos cuál es el origen de sus problemas. Sabremos cuando actúan de una manera pura. Si el Señor nunca ha tratado con nuestra carne y nunca hemos aprendido la lección del quebrantamiento en carne propia, no podremos saber cuándo otros actúan en su carne. Así que, nuestro conocimiento de los demás depende de nuestro conocimiento de nosotros mismos. Alguien que es severo y estricto consigo mismo será capaz de conocer a otros.

Es muy importante que los ancianos, quienes administran la iglesia, puedan discernir las intenciones, motivos y propósitos de los hermanos. Los ancianos necesitan conocer la condición espiritual de los hermanos y hermanas y saber en dónde ellos están delante de Dios. Si no conocen la condición de los hermanos, pueden cometer muchos errores. Si alguien cortés, elocuente, preparado, ferviente y que es muy capaz para dar mensajes viene a la iglesia, los ancianos pueden pensar que él es apto para servir en la coordinación. Sin embargo, cuando es introducido a la coordinación, podría ocurrir que todo el grupo de servicio se derrumbe.

Los ancianos, quienes administran la iglesia, no deben ser volubles. Es inapropiado que ellos cambien constantemente su evaluación de los hermanos. No deben afirmar que alguien es espiritual y al poco tiempo decir lo contrario. Es imprescindible que tal cosa sea evitada en la administración de la iglesia. Podemos evitar esto sólo al conocer a las personas y al seguir aprendiendo a conocerlas.

Los ancianos que hayan aprendido tal lección y que hayan sido disciplinados por el Señor tendrán un claro conocimiento de las personas; sabrán la situación en que otros se encuentran y en qué condición está su espíritu, sin importar la manera en que actúen. Sabrán detectar si las palabras que dice una persona concuerdan con la verdadera condición de su espíritu. Sabrán si tal persona está llena de las impurezas de su yo y de su vida natural debido a que su espíritu nunca ha sido liberado de la cáscara del yo.

Además, sabrán si dicha persona llevaría a cabo su labor dependiendo únicamente de sí misma. Es posible que un creyente tenga cierta experiencia y sepa cómo conducirse sin que jamás haya sido liberado de su yo. Si sus puntos de vista y su conocimiento son mundanos, no podrá rendir un servicio espiritual. Si dicha persona llega a ser un anciano, sólo derribará la iglesia aunque tenga la capacidad para ministrar la palabra. Cualquier responsabilidad y coordinación que él asuma en el servicio será una obra que dañe la edificación. Será algo semejante a instalar una bomba de tiempo en un edificio; en su tiempo, la bomba explotará colapsando el edificio entero. Designar a tal persona para que sea un anciano sólo causará derrumbe y no edificación. En lugar de ser útil para edificar, resultará ser como una bomba de tiempo. En el momento en que tal persona pierda la paciencia, toda la situación se saldrá de control. Tal vez él sea muy bueno para atraer personas y logre ganar amigos mediante su humildad, su conocimiento, su elocuencia y sus palabras persuasivas; pero todo ello se conforma a su carne. La iglesia será arruinada en sus manos. Ésta es la verdadera situación en algunas localidades. Equivocarse al evaluar a una persona puede arruinar cinco años de labor. Y algunos daños no pueden ser restaurados en poco tiempo. Es posible que el Señor necesite hasta cinco años para poder empezar la obra de nuevo.

Algunas personas oran guiados por sus propias convicciones y no siguen la dirección del Espíritu. Otros comparten basándose en sus propios juicios sin buscar la dirección del Espíritu. No debemos animar a tales personas asignándoles alguna responsabilidad o alguna posición en el servicio. Ciertamente no podemos impedir que alguien hable en las reuniones de la iglesia, pero debemos observarle y detectar si su proceder es apropiado. Si su manera de conducirse es impropia, debemos exhortarle de modo que se dé cuenta de que no aprobamos ni respaldamos su manera de actuar. Esto le producirá cierta sensación. No debiéramos excomulgarlo por haber hablado algo inapropiado; pero si insiste en hablar de la misma manera, debemos decirle que su manera es inadecuada. Debemos hacerle ver que su proceder no cuenta con nuestra aprobación. Esto le brindará la ayuda apropiada para cambiar.

Cuando los ancianos no tienen esta clase de discernimiento, es posible que llamen para el servicio a un hermano mayor que parece ser humilde y tener el debido conocimiento, y también tiene la experiencia de haber llevado cierta responsabilidad en el servicio. Pero posteriormente, cuando los problemas aparezcan en la iglesia y ésta sea dañada, ellos se darán cuenta de que no deben conocer a nadie según la carne. Esta situación ha sucedido en muchos lugares.

(Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, capítulo 6, por Witness Lee)