Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, por Witness Lee

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LA EDIFICACIÓN DE LA CIUDAD RADICA EN LA EDIFICACIÓN DE LA AUTORIDAD DE DIOS EJERCIDA SOBRE EL HOMBRE

Edificar el templo es edificar la habitación de Dios a fin de que Él pueda tener cabida en el hombre, pueda morar en el hombre y mezclarse a Sí mismo con el hombre. Edificar la ciudad es edificar el poder soberano de Dios, la autoridad de Dios, que Él ejerce sobre el hombre. Primero debemos edificar la presencia de Dios en el hombre, éste es el paso inicial. Después, debemos hacer que el poder soberano de Dios, Su autoridad, sea edificado y ejercido sobre el hombre; éste es el paso final. Por lo tanto, primero tenemos la iglesia, la casa de Dios, esto es, el templo de Dios; luego tenemos la manifestación de la Nueva Jerusalén. En la obra de edificación siempre se edifica primero el templo y después la ciudad. La presencia de Dios viene antes de Su autoridad. Primero es edificada la mezcla de Dios dentro del hombre y luego la autoridad de Dios es edificada y ejercida sobre el hombre.

Aunque el templo es el centro, la ciudad provee protección. Si una persona sólo cuenta con el elemento del templo, pero no el de la ciudad, tal persona carece de protección. Si sólo se tiene el recobro del templo sin el recobro de la ciudad, entonces el templo estará sin protección. Por esta razón, después que el templo fue recobrado por Esdras, aún fue necesario que Nehemías recobrara la ciudad. Durante el recobro del templo no hubo batallas, porque en tal recobro no se requería protección. Sin embargo, el recobro de la ciudad se efectuó bajo amenaza de guerra, porque la ciudad implicaba protección.

La presencia de Dios no involucra guerra, pero la autoridad de Dios sí está relacionada con la batalla. La obra de Satanás en las personas consiste en derrocar la autoridad divina, no en derrocar la presencia de Dios. El propósito final de Dios radica en Su autoridad, no en Su presencia. La manifestación final que se presenta en la Biblia es una ciudad que tiene el trono de Dios como su centro. Esto significa que la meta final de Dios es producir algo en donde Él pueda reinar y establecer Su trono.

Cuando nos mezclamos con Dios y tenemos Su presencia, podemos unirnos con otros como templo de Dios. Aquellos que se mezclan con Dios y tienen Su presencia pueden unirse mutuamente conformando así el templo de Dios. Sin embargo, este hecho no nos constituye la ciudad de Dios. Aun necesitamos ser edificados juntamente hasta el grado que nos encontremos bajo la autoridad de Dios, sujetos al poder soberano de Dios sobre nosotros. Sólo entonces podemos ser unidos juntos hasta llegar a conformar una ciudad. Si solamente tenemos a Dios mezclado con nosotros, lo único que Él posee es una morada. Si Dios ha de reinar entre nosotros, necesitamos que Su autoridad se establezca sobre nosotros.

Así que, el verdadero significado de la edificación es lograr que cada vez más se incrementa la presencia de Dios en las personas y que el reinado de Dios se ejerza sobre ellas, es decir, que la mezcla de Dios con Su pueblo se aumente, así como el reinado de Dios, sobre ellos. Si no hubiera el templo de Dios ni la ciudad de Dios en la tierra, Dios estaría confinado en el cielo y sólo podría reinar en el cielo. Pero cuando el templo es establecido en la tierra, Dios puede morar en la tierra; y sólo cuando la ciudad es edificada sobre la tierra, la voluntad de Dios puede ser hecha sobre la tierra y Su reinado puede ser ejercido sobre la tierra. En otras palabras, cuando interiormente hemos sido edificados por Dios de modo que poseemos Su presencia, podemos ser unidos con aquellos que también han sido edificados por Dios y que tienen Su presencia y así juntos llegamos a ser Su templo. Luego, cuando experimentamos la autoridad de Dios rigiendo sobre nosotros, podemos ser unidos con aquellos que también se hallan bajo la autoridad de Dios y así juntos llegamos a ser la ciudad.

Por esta razón, debemos permitir que Dios opere en nosotros a fin de ser edificados. Si hay aspectos en nosotros en los que no estamos mezclados con Dios, aún no somos Su templo. Si no permitimos que Dios reine en nosotros en algún asunto, aún no somos la ciudad de Dios. Debemos permitir que Dios se edifique en nuestro ser. Una vez que hayamos sido edificados de esta manera, seremos capaces de percibir si el ser interior de una persona con quien tenemos contacto posee la presencia de Dios o está en desolación. Además, podremos saber si ella ha sido edificada y tiene por dentro el templo de Dios. Es posible que ame al Señor celosamente, pero lo que percibimos en ella sólo es desolación; no cuenta con la presencia de Dios en muchas áreas de su vida. Cuando mucho, podremos percibir que dicha persona es ferviente, activa y resuelta, pero no podremos ver la experiencia del templo en ella. No podremos tocar la presencia de Dios en ella. De modo que ella no será capaz de servir en coordinación con otros cristianos.

A fin de ayudar a tal persona, tenemos que hacer una obra de edificación de modo que Dios sea edificado en ella. En otras palabras, necesitamos edificar la presencia de Dios dentro de su ser, a fin de que pueda haber cierta medida del templo de Dios en ella, es decir, cierta medida de la presencia divina y de la mezcla divina. Y cuando logremos que haya cierta medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios en dicha persona, nosotros mismos estaremos edificados en ella. Contando con esa pequeña medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios, ella misma será unida a nosotros. Además, con esa pequeña medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios en su interior, ella será edificada juntamente con nosotros; no estará más aislada. Cuanto más laboremos en ella, más se incrementará en ella la presencia de Dios y la mezcla de Dios, más tendrá en ella la realidad del templo de Dios y más será unida corporativamente con otros creyentes. Cuanto más ella experimente la edificación de esta manera, más salva será del individualismo. Cuanto más experimente la edificación de esta manera, más aprenderá a ser unida y edificada junto con los demás creyentes.

Después de haber laborado en una persona por algún tiempo, habrá cierta edificación en ella y gradualmente tendrá en ella la realidad del templo de Dios. Sin embargo, aún no tendrá la experiencia de la ciudad de Dios. Todavía no conocerá la autoridad de Dios, el poder soberano de Dios. La ciudad de Dios es por completo un asunto de autoridad. Cuando fueron construidas sobre la tierra la ciudad de Babel y su torre, la autoridad de Dios fue desechada por los hombres (Gn. 11:3-4). Cuando estamos edificando la realidad del templo de Dios en una persona, también debemos edificar la ciudad de Dios, a saber, el poder soberano de Dios, Su autoridad, en dicho creyente. Así, él no sólo aprenderá a tener la presencia de Dios, sino también a vivir bajo la autoridad de Dios en todas las cosas.

¿Qué significa vivir bajo la autoridad de Dios? ¿Qué es la autoridad? No sólo debemos ver que en la iglesia hay autoridad y orden, sino también debemos percatarnos de que todo el universo es un asunto de autoridad. Por ejemplo, cuando el arcángel Miguel contendió con el diablo por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: “El Señor te reprenda” (Jud. 9). Esto es un asunto de autoridad. En Mateo 8 el centurión le dijo al Señor: “Yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene” (v. 9). Esto es un asunto de autoridad. Todo el universo está relacionado con la autoridad, con el orden. Aun en nuestros hogares existe un orden. El orden involucra la autoridad. Esto se aplica aún más a la iglesia.

Desde el comienzo de Génesis, el universo ha estado en caos debido a que el orden se perdió. En el Nuevo Testamento, a partir del Evangelio de Mateo, Dios ha venido efectuando una obra de recobro. A medida que Él efectúa esta obra de recobro, existe más y más orden. Ya para el final de Apocalipsis todo se halla en un orden apropiado. Así que, cuando la ciudad sea manifestada, todo se encontrará bajo la autoridad divina. La obra de edificación que estamos llevando a cabo inicia con la edificación de la mezcla de Dios en el hombre y concluye con la edificación de la autoridad de Dios ejercida sobre el hombre. Cuanto más una persona es mezclada con Dios y cuanta más autoridad de Dios posea una persona, más dicha persona estará unida con otros. El simple hecho de demostrar un buen comportamiento no es suficiente en la iglesia, ya que la iglesia depende del hecho de ser edificados bajo la autoridad de Dios.

(Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, capítulo 9, por Witness Lee)