LA CASA DE DIOS ES DIOS MISMO
El protestantismo ha adoptado el pensamiento del catolicismo y frecuentemente habla acerca de ir al cielo. De hecho, nosotros estamos en el cielo; hemos sido sentados juntamente con Cristo en los lugares celestiales desde el día en que fuimos salvos, pues el día en que creímos en Cristo, entramos en Dios. No existe ninguna base bíblica que respalde la enseñanza del catolicismo y del protestantismo con respecto a ir al cielo. Incluso Pablo no está en el cielo, sino en el Paraíso. Debemos entender que esto es un asunto de personas, de Dios y el hombre. No es un asunto de un lugar físico, del cielo. La entrada de Dios al hombre equivale a Su venida a la tierra; y la entrada del hombre a Dios equivale a su ida al cielo. Por esta razón el Señor Jesús dijo: “A dónde Yo voy, ya sabéis el camino” (Jn. 14:4). Él realmente estaba diciendo: “Ahora Yo voy al Padre. Así como entré en el hombre por medio de Mi encarnación, ahora voy al Padre para entrar en Él por medio de Mi muerte y resurrección”. Los discípulos pensaron que Jesús se estaba refiriendo a un lugar físico, y replicaron: “No sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (v. 5). Entonces el Señor Jesús les dijo: “Yo soy el camino [...] nadie viene al Padre, sino por Mí” (v. 6). El camino es el Señor mismo, y el destino es el Padre. Por consiguiente, esto no es un asunto de un lugar, sino de creer hasta entrar en el Señor, es decir, de creer hasta entrar en Dios.
Mediante Su muerte y resurrección, el Señor Jesús introdujo al hombre en Dios a fin de que el hombre entrara en una unión con Dios. Cuando el hombre entra en Dios, entra en la esfera de los cielos, es decir, en la esfera donde está Dios. Desde esta perspectiva, vemos que esto trata de un lugar. El inicio del capítulo 14 habla de Dios y de la casa de Dios; Dios nunca puede ser separado de Su casa. Uno tiene que entrar en Dios a fin de entrar en la casa de Dios. Todo aquel que entra en Dios ha entrado en la casa de Dios. Por lo tanto, nadie puede entrar en la casa de Dios sin estar en Dios. Tenemos que entrar en Dios a fin de entrar en la casa de Dios.
El Señor Jesús, en Su encarnación, vino del Padre y entró en el hombre. Sin embargo, a fin de que Él regresara al Padre, necesitaba pasar por la muerte y la resurrección. A través de Su muerte y resurrección, el Señor partió del hombre para volver al Padre. Así que, el Señor se iba para estar en el Padre. Éste es “el lugar” a dónde Él iba. La venida del Señor fue una cuestión de entrar en el hombre, no de venir a la tierra. Su ida era una cuestión de ir al Padre, no de ir al cielo (v. 28). El Señor entró en el hombre por medio de Su encarnación, y entró en el Padre por medio de Su muerte y resurrección. El Evangelio de Juan no dice que el Señor Jesús ascendiera al cielo; más bien, dice: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (3:13). Sin embargo, no debemos decir que el hecho de que el Señor fuera al Padre se refiere a que Él fuera al cielo. El Señor Jesús no regresó al cielo. Él estaba con Sus discípulos y Él mora en nosotros todo el tiempo. Puesto que Él desea morar en nosotros, ¿cómo podría dejarnos? Así que, la ida del Señor en Juan 14 no se refiere a Su ida al cielo; se refiere al hecho de que partió del hombre para ir al Padre. “Creéis en Dios, creed también en Mí” es el tema de este capítulo. El Señor mismo es el camino por el cual nosotros creemos en Dios. El Señor entró en el Padre por medio de Su muerte y resurrección, y nosotros entramos en el Padre por medio del Señor.
“Si me conocieseis, también a Mi Padre conocerías; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (v. 7). El Señor quería que los discípulos entendieran que esto no es un asunto de posición ni de lugar, sino de una persona, es decir, del Padre. Felipe dijo: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (v. 8). Jesús contestó: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (v. 9). Estas palabras son muy significativas. Estos versículos no hablan de un lugar, sino de una persona. Hablan acerca de Dios, no del cielo. Se trata de entrar en Dios, y no de ir al cielo. Este capítulo no habla del arrebatamiento ni de la ascensión, sino del hecho de que el Señor Jesús introdujera al hombre en Dios por medio de Su muerte y resurrección. “Creéis en Dios, creed también en Mí” es el tema de este capítulo. Este asunto está completamente relacionado con una persona.
En el versículo 10 el Señor dijo: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. En tanto que el versículo 2 dice: “En la casa de Mi Padre”, el versículo 10 declara: “El Padre que permanece en Mí”. ¿En dónde mora el Padre? ¿Dónde está la casa del Padre? Hablando de manera lógica, el lugar donde nosotros moramos es nuestra casa; nuestra casa es el lugar donde habitamos. Muchos cristianos piensan que la casa del Padre es el cielo; pero el versículo 10 dice: “El Padre que permanece en Mí”. Esto muestra que cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él mismo era la casa del Padre. No podemos decir que una persona vive en Taipéi pero que su casa se encuentra en Taichung. Una persona ciertamente vive en su casa.
(
Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, capítulo 4, por Witness Lee)