ESTAR CONSCIENTES
DE LAS ESTRATAGEMAS DEL ENEMIGO
El Antiguo Testamento afirma que la ciudad de David fue la fortaleza de David (1 Cr. 11:5, 7). Por eso, cuando Nehemías salió para recobrar la ciudad, de inmediato se levantaron los enemigos (Neh. 4:7-8), dando por resultado que los que edificaban el muro trabajaban en la obra con una mano y con la otra sostenían un arma (v. 17). Este cuadro está muy claro, y muestra que aquellos que edifican la iglesia tienen que edificar y pelear al mismo tiempo. La autoridad brinda protección a la iglesia. Por causa de esta autoridad, debemos combatir. A fin de combatir por la autoridad de la iglesia, tenemos que aprender una lección. Tal vez no encontremos mucha oposición cuando conducimos a los hermanos a amar al Señor y a vivir por Él, y así los ayudamos a obtener la presencia de Dios. No obstante, al conducir a la iglesia a ubicarse bajo el orden apropiado y a sujetarse a la autoridad de Dios, inmediatamente el enemigo interviene.
El libro de Nehemías muestra que la primera estratagema del enemigo no es un ataque frontal; él ataca por los lados. Aquellos que llevan a cabo la obra de edificación deben aprender a combatir en una guerra espiritual. Lo primero que necesitamos es aprender a enfrentarnos contra las estratagemas del enemigo. Pablo dice que debemos estar firmes contra las estratagemas del diablo (Ef. 6:11). No ignoramos sus maquinaciones. Siempre que tratemos de establecer el orden apropiado en la iglesia, Satanás usará toda clase de astucias para destruir nuestra obra. Es posible que se valga de una buena propuesta hecha por un querido hermano o hermana. Si se aprueba dicha propuesta, el edificio entero será destruido. Muy a menudo somos testigos de las estratagemas del enemigo en la iglesia. Él está haciendo una obra extremadamente traicionera. Su obra consiste en dañar el orden en la iglesia y en derribar el muro de la ciudad.
En la guerra espiritual es más crucial conocer las estratagemas del enemigo que empuñar una espada e ir a atacar al enemigo. Así procedió Nehemías. Nehemías primero estudió las estratagemas de su enemigo. Cuando el enemigo le mandó decir: “Ven [...] tomemos consejo juntos”, Nehemías le respondió: “No han sucedido ninguna de esas cosas que tú dices, sino que de tu propio corazón tú lo inventas” (Neh. 6:1-9). Nehemías supo discernir las estrategias del enemigo. Así que, al llevar a cabo la obra de edificación, necesitamos aprender a conocer a las personas, los diversos asuntos y las estratagemas del enemigo. Para conocer las estratagemas del enemigo, necesitamos primero aprender a conocer a las personas y los diversos asuntos. Si no somos diestros en conocer a las personas y los diversos asuntos, el enemigo podría ocultarse detrás de éstos. Si Nehemías hubiera aceptado las sugerencias de los enemigos, hubiera caído víctima de sus estratagemas. Si no somos capaces de discernir cierto asunto, no podremos descifrar las estratagemas del enemigo, y caeremos fácilmente bajo sus engaños y artimañas. El enemigo busca destruir la autoridad de Dios, el orden, en la iglesia.
Por ejemplo, en una ocasión se presentó la interrogante de si la copa en la mesa del Señor debía ser una copa grande o copas individuales pequeñas. Este problema en realidad era un asunto de autoridad, y no residía realmente en el tamaño de la copa. En principio, los ancianos en nuestro distrito o iglesia local deben ejercer la autoridad administrativa para determinar el tamaño de la copa. La autoridad administrativa en esta cuestión recae en los ancianos y no en los responsables de una reunión de grupo. Éste no es un asunto pequeño; más bien, es un principio muy importante. Si hemos de edificar y administrar la iglesia, la determinación del tamaño de la copa no se relaciona con la verdad bíblica, sino con la decisión de los ancianos. Nosotros debemos obedecer la autoridad representativa de los ancianos.
Incluso si una iglesia local usa una copa grande, pero un distrito prefiere usar copas individuales más pequeñas, la decisión aún depende de los ancianos. Éste es un asunto administrativo. No es necesario entrar en una discusión en cuanto al tamaño que debe tener la copa en la mesa del Señor, o cómo debe ser el bautisterio; se trata de un asunto propio de los ancianos. Dichas discusiones sólo causan caos y anarquía. Esto muestra una carencia en cuanto al conocimiento de la autoridad. En otras palabras, la autoridad no ha sido bien establecida.
Estrictamente hablando, podemos expresar nuestra opinión en cualquier parte, menos en la iglesia. Si queremos introducir a la iglesia la costumbre de los gentiles en cuanto a practicar la democracia, perderemos tanto la presencia de Dios como Su protección. Necesitamos conocer la obra de edificación que Dios efectúa, y necesitamos conocer la presencia de Dios y Su autoridad. Aquellos que sirven al Señor jamás deben hablar descuidadamente en ningún asunto relacionado con la iglesia. Si expresamos nuestras opiniones ligeramente, convertiremos la iglesia en un club de debates.
Esto no quiere decir que nunca debamos expresar nuestras consideraciones; más bien, significa que debemos reconocer la autoridad de Dios. Un hermano que es responsable de una reunión de grupo debe resolver todo problema por medio del canal adecuado. Puede tener comunión con los ancianos y tener la libertad de expresarles su sentir. Siempre debe traer los problemas a los ancianos. Por su parte, los ancianos no deben menospreciar el sentir del hermano; más bien, deben llevar ante el Señor el sentir del hermano y ver cómo el Señor les guía. Esto sería lo apropiado. El hermano responsable debe entonces seguir fielmente la decisión tomada por los ancianos sin aferrarse a ninguna opinión. En ocasiones los ancianos pueden sentir que deben seguir el sentir del hermano. También pueden sentir que toda la iglesia debería hacer lo mismo. En esto consiste la iglesia apropiada.
(
Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La, capítulo 9, por Witness Lee)