Cristo es contrario a la religión, por Witness Lee

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COMISIONADOS A LA ORILLA DEL MAR

Hemos visto cómo el Señor llamó a Pedro y le preguntó tres veces acerca de su amor. En realidad, el Señor estaba diciendo: “Vas a pescar más que los otros, ¿me amas más que los otros?” Luego, El le dio a entender algo: “Así como te he alimentado aquí con pescado y pan, también tú debes alimentar a Mis corderos y a Mis ovejas. No estás en esta tierra para pescar; más bien, tu comisión consiste en pastorear”. Mateo precede a Juan. Esta secuencia es absolutamente correcta. Necesitamos el capítulo veintiocho de Mateo, y también el capítulo veintiuno de Juan. El capítulo veintiuno de Juan es un pasaje suplementario, que complementa la comisión del Señor. El Señor nos comisionó no solamente para discipular a las naciones, bautizar a las personas en la realidad del Dios Triuno y establecer el reino de los cielos en la tierra, sino también para pastorear a Su rebaño. Debemos alimentar a los corderos y a las ovejas. El Señor dice: “Cuida de Mi rebaño, y Yo me encargaré de tu subsistencia. Deja este asunto en Mis manos. Te necesito para que pastorees Mi rebaño”.

Tengo la carga de compartirles que la comisión que el Señor Jesús nos ha encomendado no tiene nada que ver con la religión. En la actualidad existe una gran cantidad de incrédulos, incluso en los Estados Unidos. Lo que ellos necesitan no es una religión, sino que un grupo de personas estén conscientes de la comisión que el Señor les ha dado, y la lleven a cabo. Por favor, no lean el capítulo veintiocho de Mateo como un relato histórico. Esto no es una historia, sino una comisión. Todos debemos responder al encargo del Señor de hacer discípulos a los gentiles e introducirlos en el Dios Triuno, estableciendo el reino de los cielos en la tierra. Sin embargo, necesitamos también el capítulo veintiuno de Juan. Sin Juan 21, Mateo 28 no funciona. Después de hacer discípulos, de bautizarlos en la realidad del Dios Triuno y de establecer el reino, aún necesitamos alimentar y pastorear el rebaño del Señor. Siento una carga muy pesada por la gran cantidad de jóvenes y nuevos creyentes que hay entre nosotros. ¿Quién va a alimentarlos? ¿Debemos contratar a graduados del seminario? ¿Los van a cuidar los hermanos que llevan la delantera en la iglesia? ¡No! Toda la iglesia debe pastorearlos. Todos hemos recibido esta comisión. Por una parte, debemos hacer discípulos a las naciones y convertirlos en ciudadanos del reino de los cielos en la tierra. Pero por otra, debemos cuidarlos como corderos, como los más pequeños y débiles del reino, quienes necesitan ser nutridos. Nosotros tenemos el deber de alimentarlos. No es responsabilidad exclusiva de los que llevan la delantera, sino de cada miembro de la iglesia. Todos debemos tomar esta tarea. Estoy muy contento por el aumento que se está registrando en las iglesias, pero a la vez me preocupa mucho este fruto. Si no alimentamos y nutrimos a los nuevos creyentes adecuadamente, el aumento se volverá una pesada carga para la iglesia. En lugar de elevar el nivel espiritual, la vida de iglesia se degradará. Existe una urgente necesidad de responder a la exhortación no sólo de Mateo 28, sino también de Juan 21: no sólo tenemos que hacer discípulos a las naciones, sino también debemos alimentar a los pequeños corderos, a los más jóvenes.

Para hacer discípulos requerimos de la autoridad, pero para alimentar a las ovejas necesitamos amar al Señor. En Mateo 28, el tono del Señor era de autoridad al exhortar a los discípulos. No obstante, en Juan 21, Su tono cambió: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Si es así: “Apacienta Mis corderos”. No ejerzas tu autoridad sobre ellos, pues si lo haces, los asustarás. Debes amarlos, no con tu amor, sino con el mismo amor con el que amas al Señor Jesús. ¿Por qué debemos alimentar a los jóvenes y cuidar de los débiles? Simplemente porque amamos al Señor Jesús. Si en verdad lo amamos, lo que debemos hacer es alimentar a otros. Al hacer esto, lo estaremos siguiendo a El. Debemos seguirlo, no de manera religiosa, sino alimentando a Sus corderos hasta que El vuelva.

Mateo dice: Recibe la exhortación y la comisión para hacer discípulos a las naciones hasta la consumación del presente siglo. Y Juan dice: Ama al Señor, alimenta a Sus corderos y síguelo hasta que regrese. Eso está muy bien. Pero, ¿en qué forma podemos demostrar nuestro amor por el Señor Jesús? Al alimentar a Sus corderos y pastorear a Sus ovejas. Esta es la manera apropiada de seguirle a El.

Recordamos que Pedro, al ver a Juan, dijo al Señor: “¿Y qué de éste?” El Señor le contestó: “Olvídate de él. Ese es asunto Mío. Sígueme tú”. No nos preocupemos por lo que hacen los demás; nosotros debemos relacionarnos de una manera personal y directa con el Señor.

El Señor se reunió con Sus discípulos en la cima del monte y a la orilla del mar: en el lugar que El designó, y en el lugar adonde ellos se desviaron. En ambos pasajes, El se reunió con ellos para cumplir Su propósito, y en ambos lugares ellos disfrutaron plenamente de Su presencia. En la cima del monte, El les confirió Su autoridad, lo cual iba más allá de lo que ellos podían entender. Y a la orilla del mar, El suplió todas las necesidades de ellos, aun más allá de lo que esperaban. En la cima del monte, les dio la comisión de hacer discípulos a las naciones y de bautizarlas en el Dios Triuno. Pero a la orilla del mar, El motivó a Pedro a que lo amara, lo exhortó a que alimentara a Sus corderos y a Sus ovejas, y le pidió que le siguiera hasta el fin de su vida. En todas estas acciones no podemos ver nada religioso en el Cristo resucitado. En Su resurrección el Señor nos confiere Su autoridad, nos da la comisión de introducir a las personas en Dios y nos pide que lo amemos hasta el grado de tomar la carga de alimentar a Su rebaño, y seguirle hasta el fin de nuestra existencia. Esto es todo lo que tenemos que hacer ahora en Su recobro: recibir Su autoridad, hacer discípulos a las naciones bautizándolas o introduciéndolas en Dios, amar al Señor más que a otros, alimentar a Sus corderos y a Sus ovejas, y seguirlo a cualquier precio, incluso a costa de nuestra propia vida, sin que nos importe lo que hagan los demás. Esto es experimentar al Cristo resucitado, y ministrarlo a otros. Esta experiencia depende totalmente de Cristo y no es un asunto religioso en absoluto.

(Cristo es contrario a la religión, capítulo 9, por Witness Lee)