Lecciones acerca de la oración, por Witness Lee

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VII. EL DOMINIO DEL ESPÍRITU SOBRE LA MENTE

Dentro de todo nuestro ser, el espíritu es la parte suprema; el espíritu es el amo de todo nuestro ser. Aunque el espíritu debe sujetarse al dominio del Señor, todavía tiene la principal posición en nuestro ser. El espíritu tiene dominio sobre el alma, y a través del alma tiene dominio sobre el cuerpo; así que, la mente debe ceder ante el control del espíritu. Uno debe siempre ejercitarse de modo que el espíritu pueda dirigir la mente. Por supuesto, admitimos que esto no es fácil. No es nada fácil centrar nuestra mente, e incluso es más difícil que nuestro espíritu gobierne la mente, debido a que algunos nunca hemos aprendido a ejercitar nuestro espíritu ni a utilizar nuestro sentido espiritual, esto es, la parte del espíritu por la cual tenemos percepción. No sólo los incrédulos son así, sino también los cristianos. Todos aquellos que no saben ejercitar su espíritu tienen una mente dominante. Si su mente domina a su espíritu, no podrán orar. Únicamente cuando permitimos que el espíritu tenga la preeminencia para gobernar y controlar la mente, podrá ésta ser verdaderamente útil en las cosas espirituales. Frecuentemente exhortamos a las personas a que oren, pero es en vano. Existen muchas razones por las que una persona no puede orar, pero la razón principal es que la mente no toma la posición apropiada. La mente ha sobrepasado al espíritu y ha trastocado el orden establecido, dejando la posición de esclavo para convertirse en amo.

Demos un ejemplo de cómo podemos permitir que el espíritu gobierne la mente. Supongamos que alguien viene a verle. Mientras que usted escuche hablar a esa persona, utilice su espíritu para percibir antes de ejercitar su mente para pensar. Espere hasta que detecte el sentir de su espíritu, y entonces permita que el espíritu dirija su mente para interpretar y expresar ese sentir. Esto es lo que significa permitir que el espíritu señoree y gobierne sobre la mente. Sin embargo, comúnmente, cuando hablamos con otros, ponemos nuestro espíritu a un lado, dejándolo allí sin funcionar, y permitimos que nuestra mente entre en plena función. Si en nuestro vivir diario la mente se eleva demasiado mientras que el espíritu desciende demasiado, cuando llegue el tiempo de orar, será difícil que el espíritu se levante. Por tanto, en nuestra vida diaria debemos tener siempre la práctica de no permitir que la mente domine al espíritu, más bien, debemos permitir que el espíritu gobierne y dirija la mente. De esta manera, podremos orar apropiadamente.

(Lecciones acerca de la oración, capítulo 6, por Witness Lee)