III. ESTA VIDA ABSOLUTAMENTE ABORRECE
LOS PECADOS
Debido a que la vida de oración dentro de nosotros es también una vida que aborrece los pecados, una persona que desea aprender a orar, debe tomar medidas minuciosas con respecto a los pecados. Esta vida dentro del hombre tiene la característica de aborrecer los pecados y también tiene la capacidad de habilitar al hombre para que tome medidas con respecto a sus pecados. Si ellos están ligeramente contaminados por el pecado, o aman al mundo incluso un poco, inmediatamente sienten en su interior que ellos no concuerdan con la característica de esta vida. No solamente los pecados y el mundo, sino incluso un poco de orgullo, crítica, menosprecio hacia otras personas, introspección, jactancia, o pensamientos impertinentes, causarán que ellos sean incapaces de orar. Cualquier falta de honradez, infidelidad o injusticia, apagarán la vida de oración.
No hay nada que lleve al hombre a recibir el trato de Dios de una manera más intensa que la oración. Un verdadero hombre de oración siempre es tratado por Dios mientras ora. Algunas personas han aprendido estas lecciones tan estrictas, por lo cual frecuentemente de veinte minutos de oración, pasan quince siendo tratados por Dios, y solamente los cinco minutos restantes le piden algo a Dios. Desgraciadamente, otros no son así. Siempre hacen caso omiso de las demandas y las condenaciones de la vida interior. Se acercan a Dios de una manera muy ligera y, sin recibir ningún trato de parte de Él, abren inmediatamente su boca para orar. Tal clase de oración es solamente como golpear el aire, es irreal y no fácilmente es contestada por Dios.
Si usted no toma medidas adecuadas con respecto a sus pecados, éstos causarán un distanciamiento entre usted y Dios. Cuantos más pecados sean, mayor será la distancia, lo cual ocasionará que usted sea incapaz de orar a Dios. Por tanto, para eliminar esa distancia, primero necesita tomar medidas con respecto a sus pecados. Al orar debe confesar sus pecados uno por uno, conforme al sentir interior de la vida. Con cada confesión, usted avanzará un paso. Una vez que haya confesado todos sus pecados a fondo, la distancia desparecerá, y cuando abra la boca para orar, claramente podrá tocar a Dios. Sus palabras no simplemente golpearán el aire, sino que cada palabra tocará a Dios.
De esta manera, la fe de la oración será manifestada. Cuando usted va ante Dios para orar, la vida dentro de usted aborrece los pecados y tiene conciencia de ellos. Debe confesar los pecados uno por uno según lo que esta vida condene. Entonces, dicha vida le liberará en su interior y le justificará. Entonces será una persona que está ante Dios sin ningún distanciamiento ni barrera entre usted y Dios. En ese momento, debido a que no hay condenación ni fuga en la conciencia, cada palabra conmueve a Dios. Después de orar de esta manera, tendrá espontáneamente la certeza y la fe de que Dios ha escuchado su oración.
Si permite que permanezcan sus pecados y ora sin tomar medidas respecto a ellos, seguramente existirá cierta distancia entre usted y Dios, y su conciencia definitivamente le condenará. Si existe un hoyo o una fuga en su conciencia, será difícil tener fe al orar. Si existe algún hoyo en la conciencia, la fe se escapará. Es decir, que una persona cuya conciencia es impura y tiene alguna fuga, no puede tener fe fácilmente. Aunque pueda orar, no tendrá la certeza después de orar, porque su oración no ha llegado a Dios. Recuerde, por favor, que para tener la certeza de que su oración toca a Dios, debe tomar medidas con respecto a los pecados conforme a las exigencias de la naturaleza interior que aborrece el pecado. Éste es un principio muy importante en la Biblia.
Consideremos la historia de la mujer samaritana en Juan capítulo 4. Cuando ella descubrió que el Señor Jesús tenía agua viva para apagar su sed, ella le pidió inmediatamente, diciendo: “Señor, dame esa agua”. Ella deseaba el agua viva. Pero el Señor Jesús le contestó, abordando el asunto de sus pecados. El Señor le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá”. Siempre que vayamos ante Dios para orar, el Señor tocará el asunto de nuestros pecados. También Él abordará cualquier debilidad que exista en nuestras intenciones, motivos, acciones o actitudes.
Hermanos y hermanas, cuando el Señor toca nuestras fallas, ¿estamos dispuestos a recibir Su corrección? Éste es un gran problema. Consideren por ejemplo a un hermano que ha ofendido a su esposa. Cuando él ora, esta vida que aborrece el pecado le produce la sensación de que, no sólo debe confesar su pecado ante Dios, sino que también debe pedirle perdón a su esposa. Debido a que es un hombre orgulloso, no quiere pedirle perdón a su esposa y, por consiguiente, como no está dispuesto a tomar medidas con respecto a este asunto, no podrá orar más. Esto continúa por un tiempo largo, hasta que un día Dios lo obliga de alguna manera a ir a su esposa e inclinar su cabeza, diciendo: “Me equivoqué en cuanto a ese asunto aquel día, por favor, perdóname”. Cuando él confiesa de esta manera, de una manera maravillosa la vida en él lo libera inmediatamente y de nuevo puede orar.
Aquí está otro ejemplo: supongamos que durante la reunión de la mesa del Señor usted se disgusta con la oración de un hermano, y debido a su indignación, cuando llega a su casa no puede orar. Para poder orar, primero tiene que confesar este pecado. En ese momento debe actuar según el sentir interior de condenación y decirle al Señor: “Oh, Señor, en la mesa del Señor desprecié la oración de ese hermano, perdóname”. Debe confesar su pecado o no podrá orar, y sentirá que existe cierto distanciamiento entre usted y Dios. A menos que confiese sus pecados, sus oraciones no podrán tocar a Dios. Todos estos principios se relacionan con la vida que está dentro de nosotros.
Por tanto, únicamente al acercarse a Dios en oración el hombre aborrecerá los pecados, los condenará, los rechazará y él mismo se mantendrá alejado de ellos. Si usted no ora ni una sola vez en tres días, será inútil considerarse como muerto diariamente, pues los pecados aún están presentes en usted y no los puede vencer. Pero si se acerca con regularidad a Dios para orar y tomar medidas con respecto a sus pecados conforme al sentir interior de la vida, finalmente será liberado de sus pecados, su ser interior será avivado, amará la oración y podrá orar, por cuanto la vida de oración es una vida que aborrece los pecados.
(
Lecciones acerca de la oración, capítulo 4, por Witness Lee)