Lecciones acerca de la oración, por Witness Lee

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V. LA LIMPIEZA DE LA CONCIENCIA

No importa cuánto nos ejercitemos a fin de tener una conciencia buena y pura, todavía necesitamos limpiar nuestra conciencia diariamente. Esto se debe a que aún estamos en la vieja creación, en la carne y en este siglo maligno y corrupto. Simplemente no sabemos cuántas veces en un solo día somos contaminados y cometemos ofensas. La contaminación y la culpabilidad en nuestra conciencia sólo pueden ser lavadas mediante la sangre de Jesús. Esto es según Hebreos 10:22, que habla de que nuestros corazones sean “purificados [...] de mala conciencia con la aspersión de la sangre”.

Cuanto más uno ora ante Dios, más se da cuenta de la necesidad de la sangre. Nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de la sangre sólo con base en que tenemos cierto sentir en nuestra conciencia. Si uno no vive delante de Dios ni ora mucho, no podrá detectar la urgente necesidad que tiene de la sangre. Cuando realmente viva delante de Dios, se cumplirán en él las palabras de 1 Juan 1:7-9. Dios es luz. Cuanto más esté en la luz, más se dará cuenta que ha ofendido a cierta persona, o de que esté equivocado en algún asunto. Además, se dará cuenta de que está contaminado cuando contacta a alguien, y se sentirá culpable acerca de sus motivos y pensamientos. Tendrá toda clase de acusación en su conciencia. Todas éstas son ofensas de la conciencia. En ese momento, a menos que aplique la sangre, su conciencia seguirá contaminada. Cuanto más uno ore, cuanto más se acerque a Dios y viva en oración y en comunión, más percibirá la urgente necesidad que tiene de la sangre. Entonces será una persona que siempre experimenta el lavamiento de la sangre.

Cada vez que alguien se presenta ante Dios, tiene que pasar invariablemente por el altar y por la sangre. Según el tipo del Antiguo Testamento, todo aquel que desea entrar al Lugar Santísimo para acercarse a Dios, debe primero ofrecer el sacrificio y derramar la sangre en el altar. Entonces puede llevar consigo la sangre de la ofrenda por el pecado al Lugar Santísimo y rociarla ante Dios. Esto significa que cada vez que nos acerquemos a Dios para orar, nuestra conciencia tiene que ser lavada por la sangre. Mientras que estemos en esta carne y en esta era, nadie puede ir ante Dios para orar en ningún momento sin aplicar la sangre. Si en vez de aplicar la sangre uno confía en su propia bondad, su conciencia no podrá dar testimonio juntamente con él. Siempre habrá cierta contaminación o culpabilidad dentro de su ser, y se sentirá culpable y no lo suficientemente fiel en ningún asunto. Si tan sólo es un poco negligente, habrá alguna acusación en su conciencia, y tal acusación se convertirá en una ofensa. Por lo tanto, si desea quitar dicha ofensa de su conciencia, debe buscar continuamente el lavamiento de la sangre.

(Lecciones acerca de la oración, capítulo 9, por Witness Lee)