II. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN
QUE VIVE EN DIOS
Y QUE SIEMPRE TIENE COMUNIÓN CON ÉL
No es suficiente que un cristiano viva ante Dios; debe también aprender a vivir en Dios. En el cristianismo actual oímos frecuentemente que debemos vivir ante Dios, teniendo un corazón temeroso ante Él. Por supuesto, estas enseñanzas son muy buenas; sin embargo, por favor recuerde que en la era del Nuevo Testamento no es suficiente únicamente que el hombre viva ante Dios; es también necesario que viva en Dios. En Juan 15:7 el Señor Jesús dice: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Con estas palabras el Señor nos muestra que un hombre de oración debe ser alguien que permanece en Él. Vivir ante el Señor ciertamente es bueno, pero es posible que usted y el Señor todavía sean dos personas; el Señor es el Señor, y usted es usted. Sólo cuando usted vive en el Señor puede llegar a ser uno con Él. Entonces usted puede decirle al Señor: “Señor, no soy únicamente yo el que ora, somos Tú y yo, yo y Tú los que oramos juntos. No soy simplemente yo orando ante Ti, sino que, mucho más, soy yo que oro en Ti. Soy una persona unida a Ti y que ha llegado a ser uno contigo. Por tanto, puedo orar en Tu nombre”.
La Biblia dice que debemos orar en el nombre del Señor. Orar en el nombre del Señor significa orar en el Señor. Aquellos que oran en el nombre del Señor están en el Señor y son parte de Él; ellos y el Señor han llegado a ser uno. Hemos utilizado frecuentemente un ejemplo para explicar este asunto de orar en el nombre del Señor. Supongamos que tengo algo de dinero depositado en el banco, y que hago un cheque, lo firmo con mi nombre, y se lo doy a un hermano para que retire ese dinero del banco. Cuando él va a retirar el dinero, él me representa, no se representa a sí mismo. Cuando el cajero le entrega el dinero, no lo hace a nombre de ese hermano, sino a mi nombre. En ese momento, ese hermano es como si fuera yo. Pasa lo mismo cuando oramos en el nombre del Señor y Dios contesta nuestra oración. Por tanto, a fin de ser hombres de oración, debemos vivir en el Señor.
En Juan 14, 15 y 16, el Señor Jesús les dijo a las personas que oraran en Su nombre. En estos tres capítulos, por lo menos seis o siete veces el Señor les dicen que pidieran “en Mi nombre”. Esto es lo mismo que cuando dice: “Permaneced en Mí,” y “Vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Pedir en el Señor es pedir en Su nombre. Cuando oramos, es el Señor quien ora en nosotros, y somos nosotros los que oramos en Él; el Señor y nosotros oramos juntos, porque estamos unidos con el Señor y hemos llegado a ser uno con Él.
Si permaneciéramos así en el Señor, no habría un solo momento en que se interrumpiera nuestra comunión con Él. El fluir de la corriente eléctrica es la mejor manera de ejemplificar la comunión presentada en las Escrituras. La comunión espiritual es un fluir en el espíritu —el Espíritu de Dios y nuestro espíritu, nuestro espíritu y el Espíritu de Dios—, dos espíritus en comunión mutua. En la oración apropiada, el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre siempre permanecen en comunión mutua, en un fluir mutuo; ambos espíritus han llegado a ser un solo espíritu. Cuando realmente entramos en la oración, podemos decir: “Dios, aquí hay un hombre que vive en Ti y que tiene comunión contigo en espíritu”. Siempre que oremos, ya sea que oremos en voz alta o silenciosamente, debemos tener la percepción de que el Espíritu de Dios se está moviendo dentro de nosotros. Somos nosotros los que oramos, pero es el Espíritu de Dios el que se mueve en nosotros. Tal persona es la que tiene comunión con el Señor y que es un hombre de oración.
Algunos dicen que los sufrimientos nos constriñen a orar. Pero permítanme decirles, hermanos y hermanas, si tienen que esperar a que lleguen los sufrimientos para que los compelan a la oración, entonces no son hombres de oración. Un hombre de oración apropiado no espera hasta que lleguen los sufrimientos para orar; más bien, aprende a permanecer en el Señor diariamente y a mantener una comunión ininterrumpida con Él. Por tanto, espontáneamente tiene un espíritu de oración. El Espíritu Santo es quien le concede la gracia al hombre para que éste le suplique a Dios. Por tanto, es el Espíritu Santo dentro del espíritu del hombre quien hace que el hombre ore.
La comunión con el Señor no permite que exista ninguna barrera entre el creyente y el Señor. Si dentro del creyente existe un pequeño pensamiento que hace que no esté dispuesto a perdonar a los demás, esto constituiría una barrera entre él y el Señor. Si él permite que alguna barrera permanezca, ésta le alejará más y más de Dios. Por esta razón, el Señor dijo: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano...” (Mt. 5:23-24). Esto significa que no debemos tener ningún problema con nadie. Porque tan pronto tengamos algún problema con el hombre, existirá una barrera entre nosotros y Dios, y no podremos ser personas que permanecen en Dios y que tienen comunión con Él.
Pienso que todos hemos tenido esta clase de experiencia. A veces se debe a cierto pecado (no necesariamente uno grande) con respecto al cual no queremos tomar medidas, o debido a alguna preferencia o atadura que no queremos romper. Estos asuntos se convierten inmediatamente en barreras entre nosotros y el Señor. Una vez que caemos en esta clase de situación, nuestro espíritu de oración se apaga. Esto se debe a que no estamos en el Señor, y la comunión entre nosotros y Él se pierde. Cuando la vida de oración es suprimida, incluso si se ejercita la mente para concebir una oración o se ejercita la voluntad para forzarse a orar, es en vano.
Si tan sólo amamos un poco al mundo y nos unimos secretamente a él, incluso esto nos haría incapaces de orar. En ocasiones la barrera existe porque dentro de nosotros hay un poco de orgullo, jactancia u ostentación. Quizá existen pensamientos que no son puros ni simples, sino que deseamos algo para nosotros mismos. Éstos son algunos factores, o bien podían ser llamados elementos venenosos, que matan el espíritu de oración en nosotros. Si estamos dispuestos a tomar medidas minuciosas con respecto a los pecados, separarnos totalmente del mundo, buscar la sencillez ante el Señor, dejar que el Espíritu del Señor nos purifique y permitir que la cruz aniquile en nosotros todo lo que el Señor condena, entonces experimentaríamos inmediatamente que el espíritu de oración en nosotros es despertado. Seguramente disfrutaríamos orar, tendríamos el apetito para orar y podríamos orar de manera prevaleciente, ya que en esos momentos permaneceríamos en el Señor y en comunión con Él. Es algo maravilloso que la vida que está dentro de nosotros sea una vida de oración. Si me preguntaran: “¿Cuál es la función principal del Espíritu Santo dentro de nosotros?”, diría que es conducirnos a la oración. Siempre que le demos espacio al Espíritu Santo y le obedezcamos un poco, el resultado inevitable es que Él nos conducirá a orar. Por otra parte, siempre que desobedezcamos o apaguemos al Espíritu un poco, la oración dentro de nosotros cesará inmediatamente, y el espíritu de oración también desaparecerá. Por tanto, hermanos y hermanas, si desean ser hombres de oración, tienen que ser personas que permanecen en Dios y en quienes el Espíritu de Dios halla lugar para Sí. Deben permanecer en el Espíritu de Dios y tener comunión continuamente con Él, es decir, que ambos espíritus tienen que fluir el uno en el otro. Cuanto mayor sea el fluir, más oración habrá. Puede ser que fluyan a tal grado que no sólo oran en su recámara, sino que el espíritu dentro de ustedes también puede orar mientras que están en el coche, en la calle o mientras hablan con otras personas. Incluso cuando estén de pie para ministrar, pueden ministrar y a la vez orar, y mientras hablan con los demás y tienen contacto con ellos, pueden contactarlos y seguir orando interiormente.
El espíritu de oración es una ley de oración, tal como la digestión que se efectúa en el estómago es también una ley. Mientras estoy hablando, mi estómago está digiriendo; mientras estoy durmiendo, también está digiriendo; mientras estoy caminando aún está digiriendo. Si no tengo ningún problema con mi estómago, entonces su función digestiva continuará según la ley que actúa en el estómago. Bajo este mismo principio, en nuestro espíritu hay también la ley de la oración. En tanto vivamos en el espíritu, permitiendo que el Espíritu tenga lugar en nosotros, continuaremos en oración según la ley de la oración en nuestro espíritu. Entonces nuestra oración será muy espontánea.
No pensemos que solamente cuando cerramos la puerta y nos dedicamos a la oración es cuando podemos considerar que la oración es genuina. Admito que esta clase de oración es necesaria, pero con respecto al hombre de oración, el énfasis no es que él deba dedicarse enteramente a la oración; más bien, que debe permitir que el espíritu de oración halle lugar en él. Una vez que el espíritu de oración halla lugar en nosotros, la ley de la oración en nuestro espíritu causa que oremos en cualquier momento; incluso cuando no estamos orando exteriormente, aun así, podemos estar orando.
Espero, por tanto, que todos los que ministran la Palabra practiquen esto: por una parte, ministrar, y por otra, orar. Si existe la lujuria del pecado o si cualquier parte de nuestro ser está reservado para el mundo, puede ser que exteriormente ministremos, pero interiormente hay un impedimento. En momentos como éste, las personas que escuchan pueden notar inmediatamente que nuestras palabras son superficiales, vacías, muertas e insulsas, pues nuestras palabras carecen del espíritu. Pero por otra parte, si mientras estamos hablando exteriormente, interiormente estamos orando y teniendo comunión en el espíritu, aunque nuestras palabras sean las mismas que antes, cuando se expresan, las personas pueden percibir la frescura. Esto es algo maravilloso. Si una persona que habla está viviente y permanece en contacto con el espíritu interiormente, otros podrán percibirlo. Mientras que ella habla, otras personas pueden percibir que no sólo está hablando exteriormente, sino que también está orando interiormente, tocando a Dios y teniendo comunión con Él.
(
Lecciones acerca de la oración, capítulo 3, por Witness Lee)