Lecciones acerca de la oración, por Witness Lee

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III. UNA CONCIENCIA SIN OFENSA, UNA CONCIENCIA LIBRE DE CULPA

Una conciencia sin ofensa es una conciencia libre de culpa. Estar libre de culpa significa que todos los errores que fueron condenados por la conciencia han sido tratados ante Dios y han sido perdonados por Él. Por tanto, no existe más un sentimiento de culpa ni condenación en la conciencia. Esto se expresa en Hechos 24:16 con las palabras: “Por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. Cuando cometamos un error, debemos siempre tomar medidas con respecto a él inmediatamente, de modo que no haya ofensa, culpabilidad ni mancha alguna en nuestra conciencia. Nuestra conciencia debe estar libre de condenación ante Dios y también libre de acusaciones ante los hombres. La conciencia debe responder claramente cuando es tocada.

Hermanos, éste es un asunto muy serio. Quizás puedan engañar a todos, pero recuerden que nunca podrán engañar a su conciencia. Especialmente cuando la iglesia se halla en degradación y confusión a muchos les gusta discutir sobre doctrinas y disputar acerca del servicio a Dios. Si ustedes tienen una conciencia sin ofensa y han tomado medidas minuciosas con respecto a todas las cosas ante Dios, entonces cuando discutan con otros habrá una respuesta clara y convincente dentro de ustedes. Pero supongamos que no obedecieron la luz que vieron, que no respondieron a cierta demanda de parte de Dios o que no estuvieron dispuestos a abandonar algo que Dios les requirió. Entonces habría una ofensa en su conciencia y no podrían hablar con palabras que tengan peso y evoquen una respuesta clara y convincente.

En los últimos años hemos conocido a muchas personas que eran así. A veces nosotros mismos somos así, porque nuestra indisposición a responder a cierta demanda de parte de Dios causa una ofensa en nuestra conciencia. Tal ofensa se convierte en una fuga en nuestro interior. Y aunque cantamos y ministramos, nuestro espíritu no es fuerte y nuestras oraciones y palabras tampoco tienen un sonido claro. Pero un día, por la gracia de Dios, tomamos medidas con respecto a la ofensa y respondemos a lo que Dios exige de nosotros. La ofensa desaparece inmediatamente de nuestra conciencia, el sonido de nuestras oraciones cambia, y cuando volvemos a ponernos de pie para dar un testimonio, hay una confirmación interior, la cual es una conciencia sin ofensa.

Hoy, durante la degradación de la iglesia, no es fácil para uno que sirve a Dios mantener su conciencia libre de ofensa. Pablo habló tales palabras mientras que era juzgado. En aquel tiempo, no solamente los poderes mundanos se oponían a él, sino que aun las autoridades del judaísmo lo condenaban continuamente usando la Palabra de Dios y las leyes del Antiguo Testamento. No era fácil que Pablo mantuviera una conciencia sin ofensa ante Dios. Pero él fue capaz de mantenerse firme ante los funcionarios gentiles y los gobernantes judíos, es decir, ante los grupos políticos y religiosos, y decir con voz fuerte: “Por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. En cuanto a la política, él era inocente, y en cuanto a la religión, es decir, en cuanto a las leyes del judaísmo, él era libre de culpa. Su conciencia ante Dios era sólida y no hueca. No había ninguna fuga, agujero, ofensa, culpabilidad, pecado ni acusación en su conciencia. Él podía mantenerse firme frente a ambos grupos y hablar claramente y con peso.

Los líderes de la religión judía tenían una conciencia culpable ante Dios. Si Pablo les hubiera preguntado algo, solamente con un pequeño pinchazo habría demostrado que tenían una mala conciencia. Pero ya que Pablo había tomado medidas con respecto a su conciencia ante Dios, podía decir que tenía una conciencia sin ofensa; por consiguiente, él era un hombre que servía a Dios, y era también un hombre de oración. Su conciencia le apoyaba porque no había defecto en ella. Por medio del lavamiento de la sangre preciosa, debemos mantener nuestra conciencia libre de cualquier ofensa a fin de ser hombres de oración.

(Lecciones acerca de la oración, capítulo 9, por Witness Lee)