Lecciones acerca de la oración, por Witness Lee

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II. LA REDENCIÓN QUE LA CRUZ EFECTÚA

Cuanto más lleguemos a ser personas de oración, más sentiremos que somos pecaminosos y nos daremos cuenta de que necesitamos la redención. Por ejemplo, podemos ver esta condición en Daniel. Una de sus oraciones consta en Daniel capítulo 9. En esa oración, él hizo muy poca mención del asunto por el cual oraba. Antes bien, la mayor parte de esa oración fue su confesión, no solamente por sus propios pecados, sino también por los de toda la nación de Israel. Él realmente entendía lo que significa orar ante Dios por medio de la sangre del sacrificio de la ofrenda por el pecado.

Si un hermano o hermana no confiesa pecados en absoluto en su oración, es poco probable que haya entrado en la presencia de Dios. Una persona que no esté consciente de sus pecados no sólo está fuera del Lugar Santo, sino que probablemente ni haya entrado en el atrio. Aún se encuentra fuera de las cortinas de lino blanco. De otra manera, no se abstendría de confesar sus pecados. Esto es el tema de 1 Juan capítulo 1: Dios es luz, y si tenemos comunión con Dios y moramos en luz, inevitablemente veremos nuestros propios pecados y recibiremos la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, para que nos limpie.

Las verdaderas experiencias de oración son así. Siempre que entremos a la presencia de Dios necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más aguda será nuestra conciencia del pecado, y más profundo será nuestro conocimiento en cuanto al pecado. Algunas cosas que en el pasado considerábamos como virtudes y méritos, ahora las vemos como pecado. En tales momentos le decimos a Dios: “Oh Dios, sólo puedo entrar en Tu presencia para orar bajo la sangre de Tu Hijo y con la sangre de Tu Hijo. De otra manera, no puedo ni siquiera estar aquí, mucho menos orar”. Siempre debemos tener en cuenta que cuando oramos, necesitamos experimentar la redención de la cruz. De otra manera, estaremos sucios, seremos impuros y estaremos llenos de ofensas.

Una cosa es cierta: si el Espíritu ha de orar a través de nosotros en cuanto a un asunto importante, primero vendrá a iluminarnos y a purificar nuestro ser. Siempre que el Espíritu nos introduzca en oración con Él, necesitará purificarnos una vez más. Y Su purificación consiste primero en mostrarnos nuestros pecados y transgresiones, y después en llevarnos a recibir el lavamiento de la sangre. Bajo la sangre preciosa confesaremos nuestros pecados uno por uno a Dios. Quizás confesemos por una hora y concluyamos con tan sólo cinco minutos en los cuales pidamos algo. Necesitamos confesar los pecados a fondo hasta que no tengamos temor y hasta que estemos puros y nos sintamos ligeros por dentro. Entonces podremos orar, diciendo: “Oh, Dios, la iglesia tiene un problema aquí, la obra tiene un problema aquí, etc. Te doy todos estos asuntos a Ti”.

Incluso cuando damos gracias y alabamos durante la mesa del Señor, debemos experimentar la redención de la cruz. Antes de entrar en la presencia del Señor para adorarle y recordarle, necesitamos ir a la cruz. Nadie puede entrar al Lugar Santo sin ir al altar. No puede decir: “Oh, hace algunos días pasé por el altar, así que hoy puedo simplemente entrar”. Si hace esto, caerá en la muerte espiritual ante Dios. Aunque confesó sus pecados ayer y otra vez esta mañana cuando oró, aún necesita confesar sus pecados esta tarde cuando ore. Y es inútil confesar usando meramente palabras vacías. Necesitamos estar conscientes de los pecados. Siempre que una persona toque a Dios, estará muy consciente del pecado. Cuando Pedro vio al Señor Jesús hacer un milagro, manifestándose así como Dios, inmediatamente dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8). Aquí es cuando la redención es necesaria. En ningún momento podemos estar firmes ante Dios basados en nosotros mismos, sólo podemos estarlo por medio de la sangre redentora de la cruz.

(Lecciones acerca de la oración, capítulo 13, por Witness Lee)