Lecciones acerca de la oración, por Witness Lee

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IV. LA OBRA DE LA LUZ DE LA VIDA EN EL LADO POSITIVO

Cuando vivimos en la luz de la vida, siempre hay dos aspectos en cuanto a su obra en nosotros. Del lado negativo, se hace cargo de nosotros: nos escudriña, penetra, expone, purifica, somete y por último nos postra. Del lado positivo, nos hace tener la carga, la dirección, las palabras y el lenguaje para la oración. Tal carga, dirección, palabras y lenguaje para la oración son el resultado del resplandecer de la luz de la vida en nosotros. Este resplandecer en nosotros es la aplicación del ungüento en nosotros. Una vez que experimentemos la obra positiva de la iluminación, debemos aprender a detener todo nuestro ser y orar ante Dios según esa iluminación. No debemos preocuparnos demasiado por las necesidades en nuestro entorno, ni por los asuntos de oración que tengamos en nuestra memoria. Debemos orar conforme a dicha iluminación interior y a lo que unge en nosotros.

Hermanos, solamente aquellos que han aprendido las lecciones de la oración pueden saber a lo que se refiere la frase el viento sopla donde quiere. Solamente ellos saben a lo que se refiere el poder moverse libremente. En esta coyuntura ustedes pueden entender un poco cómo la gran rueda en Ezequiel capítulo 1 sigue por completo los movimientos del espíritu. Dondequiera que el espíritu vaya, allí también va la gran rueda. Ustedes no toman la decisión de orar por cierta obra, persona o iglesia; más bien, oran exclusivamente según el mover del espíritu interiormente. El espíritu interiormente sopla como el viento. Lo único que tienen que hacer es seguirlo.

Tomen por ejemplo las oraciones de Daniel y verán que el Espíritu Santo operó en él tanto positiva como negativamente. Podrán ver que Daniel era un hombre que se postraba ante Dios. Al hacerlo, él se representaba tanto a sí mismo como a todo el pueblo de Israel. Habiendo permitido que la luz de la vida operara así en él, comenzó a expresar oraciones positivas ante Dios. Él clamó a Dios diciendo: “Oh Dios nuestro [...] haz que Tu rostro resplandezca sobre Tu santuario [...] por amor del Señor [...] ¡Oh Señor, escucha y actúa! No tardes, por amor de Ti mismo...” (Dn. 9:17, 19). ¡Observen cómo esta clase de oración llega a tales alturas y profundidades! Esto es a lo que nos referimos con la obra positiva de la luz de la vida en nosotros.

Hermanos, creo que muchos entre nosotros necesitamos introducirnos en esta lección de la oración. Podemos decirles a los nuevos creyentes: “El lunes, oren por sus parientes y amigos; el martes, por la iglesia; el miércoles, por el evangelio; y el jueves, por la obra en el extranjero”. Quizás no sea incorrecto decirles a los nuevos creyentes que oren de esta manera como un ejercicio inicial, pero la experiencia nos dice que estas oraciones preestablecidas llegan gradualmente a ser oraciones muertas. Cuanto más oren de esta manera, más muertos y vacíos estarán por dentro, menos tocarán la realidad y peor se sentirán interiormente. Por tanto, necesitamos aprender a ser alumbrados por la vida. Siempre que vayamos ante Dios a quemar el incienso, necesitamos aprender que debemos tener algo que colocar sobre la mesa de los panes de la proposición. También debemos aprender a encender y arreglar las lámparas del candelero. Por el lado negativo, necesitamos postrarnos bajo la iluminación. Por el lado positivo, necesitamos permitir que la luz nos unja con lo que Dios desea y con lo que Él desea lograr. Entonces esto se convertirá en nuestra carga y nuestra dirección. Tal iluminación y unción nos proporcionarán las palabras y el lenguaje para orar ante Dios.

Leamos la oración mencionada en Daniel capítulo 9, y tendremos que admitir que Daniel era un hombre que no solamente tenía la carga, sino también el lenguaje para orar. Consideremos lo que oró: “Oh Dios nuestro [...] haz que Tu rostro resplandezca sobre Tu santuario [...] por amor del Señor”. Sus palabras, su expresión, estaban realmente llenas de tal lenguaje que Dios no podía evitar ser conmovido. Tales palabras eran capaces de atar a Dios y obligarle a actuar. Esa oración no fue expresada simplemente porque alguien tuvo el deseo de orar a Dios. Al contrario, lo que ocurrió fue que este hombre, habiendo sido iluminado en su interior, se postró ante Dios y, al mismo tiempo, recibió la carga, la dirección, las palabras y el lenguaje mismo de Dios. Entonces oró según esa iluminación interior. Por tanto, tal oración fue valiosa y de peso ante Dios.

Debemos aprender a detener la actividad de nuestro ser, de nuestro yo. No debemos permitir que nuestras decisiones, nuestra memoria, nuestras necesidades externas, o nuestros clamores perturben la obra positiva de la luz de la vida dentro de nosotros. Solamente debemos orar ante Dios según lo que veamos y sintamos al estar bajo la iluminación de la luz en nosotros.

(Lecciones acerca de la oración, capítulo 15, por Witness Lee)